El periodista canadiense Graeme Smith viajó durante prácticamente 15 años por Afganistán. Primero como reportero, quizá uno de los occidentales que ha cubierto durante más tiempo el país, y luego como consultor para centros de análisis como International Crisis Group, en el que trabaja en la actualidad. Ha tenido contactos con todos, incluso con los talibanes. Sabe mucho, de los que más, y aún así advierte: “Los expertos no tenemos respuestas. Los talibanes son una organización secreta y nadie sabe cómo se financian”. Dicho esto, hay aproximaciones a las fuentes que han llenado sus arcas hasta la reconquista de Kabul. Y son muchas. Según un informe reunido recientemente por los Estados miembros de la ONU para el Consejo de Seguridad, los ingresos anuales de los talibanes van de los 300 a los 1.600 millones de dólares, una horquilla sin duda amplia. Sí concreta este reporte el origen del dinero: tráfico de drogas y producción de opio, extorsión, secuestro y petición de rescate, explotación de zonas minerales, impuestos en sus zonas de control, donaciones individuales y de organizaciones no gubernamentales.
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Smith ha estudiado junto al también consultor David Mansfield para el think tank Overseas Development Institute las principales fuentes de financiación de los actores en conflicto en la provincia de Nimruz, la primera en caer en manos de los talibanes a principios de agosto. Como advierte en un correo Mansfield, que lleva décadas investigando la economía ilícita en Afganistán, “el valor del comercio de drogas como fuente de ingresos en comparación con otros productos básicos como combustible y mercancías en tránsito es relativo” en el caso de los talibanes. Su colega Smith, en conversación telefónica, afirma que lo recaudado por las fuerzas gubernamentales en la explotación de opio es dos veces mayor que lo ingresado en las cuentas del grupo insurgente. “Yo mismo he visto los convoyes de talibanes, pero son solo landrovers, el Gobierno controla las rutas y las fronteras”. Controlaba, el escenario ha cambiado.
Queda ver cuáles son las fuentes de financiación de los talibanes una vez consoliden su gobierno en todo el país. Coinciden los analistas en señalar que el origen del dinero estos últimos 20 años no ha sido el mismo para los milicianos que acampaban en las zonas sur del país, las de mayores cultivos de opio, que para los que operaban desde zonas ricas en explotaciones minerales, por ejemplo. El citado informe de la ONU señala que el mulá Yaqoob, hijo del primer emir talibán, mulá Omar, y lugarteniente del actual líder, Hibatullah Akhundzada, estaría tratando de sacar más partido financiero precisamente a las zonas ricas en minerales (hierro, cobre, litio, cobalto).
Pero aún así, como señala Smith, autor de Los perros se los están comiendo ahora: nuestra guerra en Afganistán, la riqueza mineral de Afganistán está muy “por debajo de la tierra” y no es todavía una gran fuente de ingresos. El pasado 20 de agosto, el portavoz talibán Suhail Shaheen afirmó en una entrevista con la cadena estatal china CGTV que el mundo podía explotar “recursos nacionales y naturales”, en un claro llamamiento a las inversiones extranjeras.
Tanto Smith como Mansfield consideran que más valioso que el tráfico de drogas —opio, pero también metanfetaminas y hachís— es el tránsito de productos legales de forma ilegal, normalmente a través de las porosas fronteras, como la que conduce a Pakistán, en la franja oriental del país, o a Irán, por el oeste. En un informe reciente conducido también por Mansfield para la Agencia para el Desarrollo Internacional de Estados Unidos (USAID) se estima que los talibanes han podido ganar hasta 83,4 millones de dólares al año en impuestos al tránsito de combustible y otros bienes que entran solo desde Irán. “Las carreteras principales”, dice este trabajo, “sirven como arteria principal por la que los talibanes y los funcionarios corruptos operan”.
El cultivo de opio es, no obstante, una de las señas de identidad de la economía afgana —en torno al 10% del PIB—, tremendamente enraizada en la agricultura. Hace 21 años, antes de la intervención estadounidense en Afganistán, los talibanes, desde el gobierno, prohibieron el cultivo de opio. Entonces, el país contaba con unas 82.000 hectáreas. Un año después, debido al veto de los fundamentalistas, pasaron a 8.000 hectáreas. En 2018, según datos reunidos en un informe de la Unidad de Evaluación e Investigación en Afganistán de la UE, eran 263.000 las hectáreas de cultivo de opio. Los ingresos anuales para los talibanes rondarían los 460 millones de dólares.
Este dinero recorre todo el proceso, desde los impuestos que se cobran a los agricultores, hasta el transporte, procesamiento en laboratorio para obtener heroína, y comercialización. Aunque esto mismo se puede trasladar a otros bienes, más si cabe tras la reconquista territorial del interior y las fronteras del país. La extorsión ha alcanzado a los poderes locales o incluso servicios como la electricidad. La BBC citaba a finales de 2018 a una fuente de la dirección de la Compañía de Electricidad de Afganistán, que cifraba en dos millones de dólares la cantidad obtenida al año por los talibanes a través de cobros a consumidores de luz.
Tras su victoria bélica, además, el grupo insurgente se ha incautado de armamento ligero y pesado de las fuerzas afganas, mucho de fabricación estadounidense, que bien pudiera usar o exponer en el mercado negro. Pero por delante no tiene ya solo el pago a los alrededor de 60.000 milicianos y aliados sino toda una administración de Estado. Nada fácil. Washington ha congelado activos en EE UU del Banco Central afgano por un valor de más de 9.000 millones de dólares, mientras el Fondo Monetario Internacional y el Banco Mundial han dejado en suspenso sus compromisos con el país centroasiático.
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