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Nombres y rostros nocturnos


Este artículo está lleno de nombres que casi nadie recuerda (perdón por lo inactual), pero con los que me voy a la cama desde el confinamiento. La idea me la brindó una joven que conciliaba el sueño rememorando tres animales con cada letra. Probé, pero los animales se me acababan pronto, así que pasé a algo para mí infinito: actores y actrices de todos los tiempos. Entre las segundas, Judith Anderson, Mary Astor, Lola Albright, Amy Adams y así hasta 10 o 15. Luego, Anne Bancroft, Anne Baxter, después secundarias de corta carrera: Ina Balin, Honor Blackman (pese a haber sido “chica Bond” primeriza), Joan Blackman. Con algunas letras es difícil: la I me ofrece Frieda Inescort y Jill Ireland; la U, Mary Ure, Liv Ullmann y Tracey Ullman. Aparte de atraer al sueño (uno abandona con facilidad el ocioso recuento), es un ejercicio memorístico, porque uno rescata un nombre entre brumas y a la vez se representa una cara, a menudo también neblinosa. Me sorprendo de que acudan a mi mente actores y actrices a los que no veo hace siglos y de los que llevaba decenios sin acordarme: Royal Dano, Joanne Dru, John Ericson, Samantha Eggar, Felicia Farr, Mimsy Farmer, Rosemary Forsyth, Joan Greenwood, Dean Jagger, Paula Prentiss…

Es inevitable que, tras tantas noches en su breve y utilitaria compañía, me pregunte qué diablos se haría de ellos (la mayoría son de los años 50 y primeros 60, quizá porque en esa época me fijaba más y el cine era excelente). Pienso que muchos habrán muerto, pero los hay que simplemente desaparecieron pronto, tras un prometedor ascenso que en ocasiones los llevó a ser protagonistas, y sobre todo me dan lástima las mujeres, con gran capacidad para ilusionarse y más propensas al optimismo. De algunas sé algo: la dulce Dolores Hart se metió monja. La elegante Kay Kendall, mujer de Rex Harrison, murió joven. La distinguida Valerie Hobson, esposa del Ministro británico de la Guerra Profumo, se vio afectada por el escándalo de éste, amante de la modelo Christine Keeler a la vez que ésta lo era de un importante agente soviético. Más recordados son los tristes sinos de Sharon Tate y Jayne Mansfield (la segunda muy simpática, además de exuberante). Pero hay tantísimas de las que ignoro hasta el más mínimo dato (y si los buscara en Internet la cosa perdería el misterio y la gracia): qué se hizo de Diane Varsi, o de Bella Darvi, que compartió cartel con Kirk Douglas; de Brigid Bazlen, que protagonizó una comedia con el mitificado Steve McQueen; de Pamela Tiffin, de Carol Lynley, de Jill St John o Stella Stevens. Algunas quizá se casaron y ya no recibieron ofertas o prefirieron otra vida o se retiraron para cuidar a sus hijos (era frecuente en aquellas décadas). Puede que a esos hijos les muestren las viejas películas en las que intervinieron, o que se las oculten. Tal vez hayan tenido maridos que no soportan verlas besándose con actores, con otros hombres, y que se avergüenzan de sus pasados “frívolos”, quién sabe. A algunas jóvenes de entonces las he visto actuar todavía en producciones recientes: cuesta reconocer a la etérea Shirley Knight, que enamoró a Paul Newman en Dulce pájaro de juventud, inverosímilmente convertida en una señora gorda, lo mismo que al apuesto David Hemmings (protagonista de Blow-Up y otras muchas) en un individuo muy grueso hasta que murió no hace tanto (no daba crédito a que él fuera él en Gangs of New York y en la serie Roma). A Diane Baker, en cambio, que era muy fina y trabajó con Hitchcock, la naturaleza le ha regalado una madurez o vejez asimismo finas y delicadas. Y Candice Bergen, hasta hace nada, resultaba atractiva. Lamenté mucho la muerte de Rhonda Fleming con cerca de 100 años, porque era mi favorita cuando yo tenía seis o siete.

Pero lo que me da más pena es pensar en las expectativas que sin duda albergaron muchos actores y actrices jóvenes, y que se frustraron. Qué sé yo, me imagino que Pamela Tiffin, tras trabajar con Billy Wilder y James Cagney, vería ante sí un futuro dorado; como Carroll Baker, que no sólo fue dirigida por John Ford dos veces, sino que fue una estrella, eso sí, fugaz. Pasó a films italianos de tres al cuarto y se la perdió de vista, y eso que era buena. Sí, me dan lástima esos rostros y nombres que me ayudan a dormirme, porque hubo un tiempo en que debieron de sentirse elegidos de la fortuna, y hoy sólo los evocan cinéfilos con memoria absurda. Dudo que sea un consuelo que las generaciones actuales desconozcan también a Gary Cooper, John Wayne o Henry Fonda, que gozaron de estrellatos muy largos. El hoy tiene prisa por borrarlo todo y se desinteresa de cualquier ayer como si no fuera asunto suyo. Me asombró que hace un mes, al cumplir Bob Dylan 80, salieran en los informativos numerosos veinteañeros y treintañeros a los que, a lo sumo, “les sonaba”. ¿Qué ocurrirá con los actores y actrices, los escritores, los cantantes, los youtubers, que ahora mismo se sienten en la cresta de la ola y triunfantes? Muchos le darán pena a alguien futuro que los invoque para conciliar el sueño. Y si Dylan, que permanece activo, y es una de las figuras más célebres e idolatradas del siglo XX y encima ha recibido el Nobel, sólo “suena” a demasiados contemporáneos, ¿qué nos aguarda al resto?


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