A Carlos Reygadas (Ciudad de México, 47 años) le basta el arranque de su nuevo filme, Nuestro tiempo, para dejar claro que su cine transita sendas muy distintas de las de otras figuras del tan aclamado cine mexicano actual de Cuarón, Del Toro y compañía. Artesanal en la producción, ambicioso en la puesta en escena y radical en el lenguaje, el director de Luz silenciosa (2007) o de Post Tenebras Lux (2012, ambas premiadas en Cannes) sitúa al espectador en un paisaje atávico y fronterizo para hablar de las contradicciones humanas contemporáneas.
Nuestro tiempo cuenta la historia de Juan, poeta de cierto renombre que también se dedica a la cría de toros y vive con su esposa Ester y sus hijos en un rancho. Mantienen una relación abierta hasta que la infidelidad de ella con un adiestrador de caballos estadounidense desata una tormenta emocional donde la intimidad, el dolor y los peores instintos se desbocan. Interpretada por el propio cineasta, su pareja, la montadora Natalia López, y sus hijos, las intensas tres horas de metraje muestran cómo el desolado panorama interior de sus personajes encalla en la extrema belleza del paisaje exterior del cine de Reygadas: de la deslumbrante secuencia-prólogo donde un grupo de niños y adolescentes se bañan en una embarrada laguna a la secuencia con voz en off de un avión aterrizando en la inabarcable ciudad de México.
Sentado en una oficina de la Casa de México en España, donde proyectaron la película que hoy se estrena en salas comerciales españolas, el cineasta evoca a los cómicos del cine mudo, a Tarkovski o el concepto de “presencia” como referentes de su trabajo. Que él, su mujer y su prole salgan en pantalla solo le parece anecdótico: “Me han llegado a acusar de egocéntrico, de hacer una película narcisista. Pero es absurdo. Es como si no viesen la ironía o la miseria humana que hay detrás de lo que cuenta. Mi personaje es antipático y oscuro. Y yo no tengo una finca así, ojalá. Me da mucha risa que se piense eso. Mi casa es la de Post Tenebras Lux, la construí yo con mis propias manos, una experiencia maravillosa. Esto es una ganadería de toros bravos y la mía es más de campito, con huerta y animalitos; me quita mucho tiempo, pero el trabajo del campo me fascina”.
Sobre la exitosa avalancha de cineastas mexicanos en Los Ángeles, Reygadas muestra su rechazo a una hollywoodización que no afecta solo a su país. “No solo México, todo el mundo se está convirtiendo en Hollywood. El sistema nos induce a autoexplotarnos para rendir económicamente y a cambio nos entretenemos. Es como El mundo feliz de Huxley pero en lugar de tomar una droga activa que te pone feliz y te hace cantar es una droga pasiva represora del sistema nervioso central que consiste en ver televisión todo el día o cine de arte codificado al modo de Hollywood. Cada vez hay menos espacio para el cine de visión personal”. Para él, México es al Hollywood de hoy lo que fue Alemania en torno a la Segunda Guerra Mundial: un banco de transfusión de sangre nueva.
De madre antropóloga y psicoanalista junguiana, la relación de Reygadas con el cine fue tardía: “Con 18 años no sabía qué quería y por eso estudié Derecho. Lo disfruté los primeros años gracias a mi trabajo en el derecho del conflicto armado. Pero en el fondo no me satisfacía”. Empezó a ver películas tarde, a los 17 —“En mi casa no había ni tele”— y su formación autodidacta le alejó de las convenciones y del engranaje de la industria: “Yo aprendí a hacer cine viendo cine y eso hace que mis procesos sean diferentes. Ruedo prácticamente lo mismo que queda en la pantalla. Siempre me interesó más un cine de la presencia que de la representación o de la narrativa pura. Recuerdo que la primera vez que vi una película de Kiarostami lo que más me emocionó era simplemente ir ahí, subido a un coche, escuchando el ruido del motor y disfrutando del paisaje. O cuando vi Nostalgia, de Tarkovski. Lo que me interesaba era estar ahí, al margen de las supuestas historias, que ya las sabemos porque las conocemos todas y porque para eso prefiero un buen libro. Lo que busco es la visión, ese cine que nos permite contemplar la vida misma”.
Compromiso
Ese compromiso artístico tiene sus peajes: “El cine que yo hago cada vez se ve menos y se vende por menos. Me ocurre a mí y a gente que está en un sistema muy parecido al mío, como [la cineasta argentina] Lucrecia Martel o [el director tailandés] Apichatpong Weerasethakul. El cine de autor estandarizado, aunque sea una contradicción en los términos, eso que yo llamo Hollywood Plus, está tomando el espacio del cine de autor. Y eso se ve perfectamente en los festivales europeos. En realidad se reduce a algo muy simple: los estadounidenses han ganado la partida. Ahora los festivales son la antesala de los Oscar, algo impensable hace no tanto. Pero la pulsión de la fama y del dinero domina todo. Es el triunfo de la alfombra roja. Y creo que Internet tiene mucho que ver con toda esa deriva. Es curioso que un arma que parece liberadora, que te hace creer que lo tienes todo, en el fondo te induzca a dejar de luchar por las cosas”.
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