En esta entrega, el autor medita sobre los escenarios en Estados Unidos y los compara, al final, con las trayectorias autoritarias de América Latina, en un texto que responde a preguntas expresas sobre lo que está en riesgo en la elección presidencial del 2020 en el vecino país del norte, desde la relevancia de la política comparada.
Por William C. Smith
Estados Unidos enfrenta la elección más complicada de su historia. En estas breves notas, pretendo abordar muy telegráficamente sólo algunas preguntas clave acerca de la elección y posibles escenarios postelectorales:
Trump busca la reelección, pero ha planteado la posibilidad de fraude y desconocimiento del resultado electoral. Los potenciales riesgos reales que plantea esta votación son:
1. La estrategia de Trump exacerba la masiva privación de derechos políticos debido a leyes y reglamentos implementados por los Republicanos en años recientes que limitan o impiden el voto de minorías raciales o étnicos –afroamericanos y latinos— y otros grupos marginales. De esta forma, Trump y los Republicanos buscarán reelegirse con los votos de un grupo demográfico —los blancos angloamericanos— en franco descenso.
- Sabiendo que probablemente no alcanzará una mayoría, la variable de una reelección de Trump descansa en la posibilidad de una divergencia en el voto popular (por Biden) y el voto del Colegio Electoral (donde podría ganar Trump). Este resultado crearía una situación similar a la de 2016. Entonces, Trump podría perder el voto popular en relación con Biden por cerca de 2-3 millones. Sin embargo, podría ganar una victoria en el Colegio Electoral, donde los estados de menor población, más rurales y, claro, con electorados blancos con menor porcentaje de minorías, gozan de una fuerte sobrerrepresentación.
- Un resultado en el que Joe Biden ganase tanto el voto popular y también en el Colegio Electoral, podría impulsar a Trump a no aceptar su derrota alegando fraude y así declarar su intención de quedarse en el poder no aceptando la transición pacífica.
- Una declaración de fraude por Trump conllevaría el riesgo de que en algunos de los “swing states” (estados péndulos) con algunos gobernadores y/o legislaturas estatales controlados por los Republicanos rechazarían el resultado en las urnas y escogerían electores comprometidos con Trump para el Colegio Electoral.
- Un periodo poselectoral marcado por incertidumbre y rencor entre Republicanos y Demócratas podría abrir el camino hacia una profunda crisis institucional y hasta constitucional si le corresponde decidir la elección al Congreso o tal vez a la Suprema Corte.
2. ¿Por qué Trump avanza con la narrativa del fraude electoral? Relacionado con la estrategia de tumultuar la elección, ¿por qué los Republicanos atropellan las reglas y normas buscando en el Senado imponer a Amy Coney Barrett como nueva jueza en la Corte Suprema?
Analistas de gran reputación como Nate Silver le dan a Trump alrededor de 13% de probabilidad de ganar el voto popular mientras que un 87% lo confieren a Biden. Entonces, Trump ya sabe que corre alto riesgo de perder el voto popular y el voto en el Colegio Electoral. Por tanto, Trump, quien siempre tiene que ser el “ganador” en cualquier situación, se empeña en denunciar un fraude para deslegitimar a su oponente. Y es por ello que prepara el terreno para imponerse a través de otros mecanismos, inclusive a través de la Suprema Corte. Justamente por eso, para Trump es clave, y hasta esencial, que el Senado apruebe la confirmación de la Jueza Coney Barret antes de la elección y así tener una mayoría conservadora de 6-3 (con 3 jueces nombrado por él) para decidir sobre cualquier caso que pudiera emerger de la contienda electoral.
3. Si Trump no acepta el resultado electoral en caso de perder la elección, ¿qué escenario sería el más probable y cuál sería la respuesta social ante este escenario?
No creo que Trump acepte, nunca, perder la elección. Así, en caso de una derrota, veo por lo menos dos escenarios: 1) luchar en el Colegio Electoral, en el Congreso y, eventualmente, en la Suprema Corte para revertir la decisión popular de la ciudadanía o 2) si Trump pierde en todas las instancias mencionadas, tendría que abandonar la presidencia, pero denunciando un supuesto fraude por contubernio de los Demócratas, los funcionarios del “Deep State” y, claro, por los medios masivos, los “enemigos del pueblo”.
En cuanto a una respuesta social, tenemos que considerar una reacción tanto de los Republicanos y su electorado como de Biden y los demócratas. Primero, hay amplia evidencia de que Trump es un cobarde, así que no se sabe si realmente intentaría algún tipo de “autogolpe” echando mano de las fuerzas federales. Sería más probable que en vez de recurrir a las agencias armadas del Estado, llame a las calles las milicias y los grupos paramilitares de corte racista, neonazi u otros grupos alineados con el nacionalismo blanco como los “Proud Boys”. Con respecto a estas posibilidades, hay que notar que algunos analistas hasta pronostican violencia y una especie de “guerra civil”, pero eso sería un desenlace extremo de baja probabilidad y hasta provocaría el repudio de algunas élites partidarias que buscarían distanciarse de Trump, pensando en su propia sobrevivencia política.
Por otro lado, en caso de una “victoria” de Trump a través de un fraude evidente, creo que, sí, que millones de personas probablemente saldrán a la calle en protesta y en defensa de la democracia. Claro que una movilización espontánea incluiría muchos grupos y facciones muy heterogéneos (desde las “suburban moms”, Black Lives Matter, grupos feministas, hasta los seniors de la tercera edad). En todo caso, no me cabe duda de que no habría la misma pasividad con que los Demócratas aceptaron la derrota Al Gore vs. George W. Bush en 2000. La agresividad o intensidad y duración de la movilización dependería, en parte, de la actitud de Biden y la élite Demócrata: ¿aceptarían una victoria contestada de Trump (como en 2000) u optarían por combinar el “hardball constitucional” (en el Congreso y el sistema judicial) con apoyo a la movilización callejera en pro de la democracia?
Estará por verse.
4. ¿Realmente existen condiciones para una crisis institucional?
Ciertamente existen condiciones para una posible crisis institucional y hasta constitucional. Lo que no sabemos a unos pocos días de la elección, es si una crisis es probable o no y de qué alcance. De hecho, esta es la cuestión clave. La campaña, la elección y el debate sobre escenarios postelectorales son caracterizados por un grado inusitadamente alto de incertidumbre. Las razones de esta incertidumbre son múltiples: la pandemia de Covid-19, el agudo desplome y la lenta y errática recuperación económica y, por supuesto, el performance errático del propio Trump y su repentina enfermedad con el coronavirus, además de las normales contingencias de la campaña electoral. En este contexto, creo que enfrentamos una situación de una crisis de moderadamente baja probabilidad, pero con un costo o riesgo extraordinariamente alto. Por ese motivo, los norteamericanos todos debemos estar muy preocupados con los peligros que corre nuestra democracia.
5. ¿Hay fisuras al interior del partido Republicano que podrían frenar esta avanzada de Trump?
Tal vez fisuras menores. Trump ya ha transformado el partido Republicano. Creo que la mayoría de los “Never Trumpers” ya ha salido del partido, algunos inclusive anunciando su apoyo a Biden, y otros buscan influir en la campaña desde fuera, como el Proyecto Lincoln, que ha producido unos spots televisivos realmente notables. Entre los senadores y representantes del Congreso, puede haber algunas divergencias, pero casi todos tienen miedo de Trump y su electorado, y prefieren callar frente a cuatro años de las constantes barbaridades del presidente. Las poquísimas excepciones (como el voto a favor de Senador Mitt Romney en el reciente Impeachment de Trump) prueban la regla. Entre el electorado de partido, la famosa “base” sigue subordinada casi militarmente a Trump, con 85-90% apoyando al presidente.
6. ¿Qué papel e impacto ha tenido el Covid en la imagen del presidente Trump y en la campaña?
Es tal vez temprano para saberlo a ciencia cierta, pero creo que a lo largo de la campaña presidencial Trump ha buscado desviar la atención para cualquier otro tema que no sea el virus. Ahora, con la prueba positiva y su hospitalización, todos los medios están enfocados intensamente sobre la pandemia y el desastre sanitario provocado por su incompetencia y falta de respecto a la ciencia evidente en el desastroso manejo de Trump y su administración. A final de cuentas, Trump no es “víctima” de la pandemia, sino el mayor responsable por el contagio de más de 8 millones de norteamericanos y la muerte de más de 225 mil y probablemente más de 300 mil hasta el fin de 2020.
7. La investigación de NYT sobre la evasión impositiva de Trump deja en evidencia la posibilidad de que el presidente puede ser investigado por la Justicia, por este caso u otros, en el caso de no ser reelecto. ¿Trump avizora un escenario amenazante en lo personal ante una posible derrota electoral?
Si, la evidente evasión impositiva revelada por el NYT sin duda configura un escenario amenazante para Trump. De hecho, Trump ya está bajo investigación con relación a sus impuestos en varias jurisdicciones, inclusive por la justicia federal y estatal en Nueva York, por un comité conjunto del Senado y la Cámara Baja, en el Congreso y por el IRS (Internal Revenue Service) en una auditoria que se prolonga por una década. Además de posibles acusaciones criminales y civiles relacionados con impuestos, Trump enfrenta la posibilidad de ser obligado a declarar una bancarrota personal debido a las dificultades en repagar préstamos de más de 420 millones de dólares en los próximos años.
8. ¿Me sorprende aplicar estas categorías —fraude, crisis institucional, etcétera— a Estados Unidos?
Sí, confieso que, después de 30 años dedicados al estudio de distintos procesos políticos en América Latina, me sorprende, pero ma non troppo. Aquí vale la pena una distinción entre los académicos especializados en la Ciencia Política. En los debates y análisis de los politólogos norteamericanos, son los llamados “americanistas”, que se especializan en la política doméstica (enfatizando el comportamiento electoral, los partidos, el Congreso, el sistema judicial, etcétera), quienes siempre proclamaban la “fortaleza de las instituciones” y la vigencia de las normas y “guard rails” democráticos en EU, los que de repente se muestran sorprendidos con la aplicación de categorías analíticas como crisis, fraude, etcétera. Para la sorpresa de muchos, en contraste, somos los “comparativistas” —que estudiamos los procesos políticos en otras regiones del mundo— que estamos mejor preparados, tanto científicamente como por experiencia directa, para analizar la fragilidad de las instituciones, normas y prácticas democráticas en los EU. Diría más: somos nosotros, los “latinoamericanistas”, quienes hemos podido identificar y diagnosticar mejor las fragilidades y las proclividades a la crisis de la democracia norteamericana. Nunca creíamos en la supuesta “excepcionalidad americana”, como un caso aparte, único, fundamentalmente diferente de los demás países. Más bien estamos preparados para analizar las instituciones y procesos políticos norteamericanos y los EU como sociedad y economía política a través de los mismos tipologías, abordajes teóricos y metodologías de investigación aplicables a países en todas las regiones del mundo.
Dicho todo esto, tal vez es aún prematuro dar una respuesta muy sólida sobre las posibles lecciones de los estudios comparados para Estados Unidos. En todo caso, creo que la experiencia de América Latina de las últimas décadas —con regímenes autoritarios, transiciones democráticas traumáticas y consolidaciones institucionales inconclusas, así como experiencias populistas de izquierda y derecha, etcétera, tienen mucho para enseñarnos en Estados Unidos en términos de cómo pensar cuestiones de la calidad democrática y las posibilidades de crisis institucionales en regímenes presidencialistas con sociedades profundamente fracturadas y con economías políticas jaqueadas por la globalización neoliberal. Asimismo, en reciprocidad, el desastroso gobierno de Trump, la propia elección de 2020 y el legado de ambos para el futuro democrático de los Estados Unidos deben ser aprovechados en los debates tanto por académicos y la ciudadanía sobre la calidad democrática y el respeto a las instituciones en América Latina.
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William C. Smith, doctor en Ciencia Política por la Universidad de Stanford, profesor emérito por la Universidad de Miami y editor emérito de Latin American Politics and Society, editada por la Universidad de Cambridge. Entre sus publicaciones, destaca Authoritarianism and the Crisis of the Argentine Political Economy (Stanford University Press), entre otros libros y artículos sobre transiciones democráticas desde regímenes militares, economía política y movimientos sociales en Argentina y Brasil.
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Rumbo a la elección presidencial en Estados Unidos, el Departamento de Estudios Internacionales de la Universidad Iberoamericana presenta, en Aristegui Noticias, un amplio monitoreo sobre las claves y desafíos que entraña este importante proceso. El Dr. Abelardo Rodríguez Sumano, quien ha dado seguimiento y estudiado las elecciones norteamericanas de 1992 a la fecha, conduce este ejercicio académico-periodístico.