Nueva etapa

Fotomontaje de las papeletas de las 15 candidaturas que concurren por la provincia de Barcelona y la de la de voto en blanco para las elecciones del 14-F.
Fotomontaje de las papeletas de las 15 candidaturas que concurren por la provincia de Barcelona y la de la de voto en blanco para las elecciones del 14-F.Toni Albir / EFE

Los ciudadanos catalanes están convocados a las urnas este domingo para elegir al Parlament. Se trata de una convocatoria electoral de trascendental importancia para Cataluña. En primer lugar, porque es ocasión para aclarar el camino hacia el futuro de una sociedad que necesita alejarse de una década nefasta como la pasada, marcada por intolerables intentos subversivos en la persecución de la independencia, la calculada polarización de la ciudadanía hasta extremos de desgarro, el total desgobierno, la parálisis legislativa, la estampida de empresas y un grave empaño de su imagen internacional. En segundo lugar, porque el reto de la gestión sanitaria y económica vinculada a la pandemia requiere un esfuerzo de gobernanza sin parangón en una generación. Por todo ello, es especialmente importante que los ciudadanos respondan a la convocatoria democrática en masa, manifestando su voluntad sobre el horizonte hacia el que debe avanzar la comunidad.

Se trata de elecciones convocadas en circunstancias excepcionales, con niveles de contagio todavía muy elevados, y que se celebran tras un intento de aplazarlas apoyado por una mayoría de partidos y rechazado por los tribunales. Estas circunstancias no deben proyectar sombra ninguna sobre la convocatoria: estas elecciones son plenamente legítimas; quienes tengan la tentación de manifestar alguna clase de cuestionamiento si los resultados no les favorecen deben tener claro que se trataría de un inaceptable comportamiento antidemocrático. Ya se ha visto en otros lares a qué clase de consecuencias conducen semejantes irresponsabilidades.

Se trata además de una cita marcada por la persistencia de una lógica de bloques que augura un pésimo futuro. En la recta final, los partidos independentistas han rubricado un pacto promovido por una asociación de muy escasa proyección para comprometerse a mantener un cordón sanitario en contra del PSC. Además de la inquietante sensación de subordinación de los partidos a movimientos minoritarios y radicalizados, el pacto produce desoladoras consideraciones sobre lo difícil que será superar la anterior etapa. No caben ingenuos optimismos; pero tampoco rendirse al pesimismo. Cataluña y España necesitan la definitiva superación del aventurismo independentista ilegal —que no tiene ni tendrá cabida ninguna en el marco democrático catalán y español— y, más en general, del marco mental unilateralista; urge la apertura de una nueva etapa que permita desinflamar el conflicto. Ello requerirá, es evidente, diálogo.

Las elecciones serán además fecundas de consecuencias más allá de Cataluña. El resultado podrá alterar la frágil alianza por la que ERC ha apoyado externamente la coalición entre PSOE y Podemos, podrá alterar también los equilibrios internos en esta misma coalición y tendrá consecuencias también en la oposición, sobre todo si la ultraderecha de Vox lograse un sorpasso al PP.

Abundan razones, pues, para acudir a las urnas. Las señales emitidas por la campaña no son alentadoras para quienes desean una mejora de la convivencia dentro del marco democrático y de la eficacia de la gestión política. Pero la historia política de Europa tiene en sus páginas momentos que demuestran que cambios profundos e inesperados son posibles, que pragmatismo y magnanimidad pueden imponerse. Las primeras letras de esos momentos se escriben en las urnas.


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