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Nueve razones para convertir la Región de Murcia en la siguiente escapada

Entre la exuberancia valenciana y la magia andaluza, la Región de Murcia pasa casi desapercibida para muchos viajeros. Su discreción hace que a ratos parezca conformarse únicamente con el reconocimiento y fidelidad de quienes, casi por casualidad, la descubren como un refugio amable y sin pretensiones. Esta región del arco mediterráneo ofrece una hospitalaria costa de aguas cálidas, oasis casi escondidos en medio de desiertos blanquecinos, legendarias huertas y ciudades barrocas. Su litoral es una mezcla de larguísimas playas de dunas como las de La Manga y pequeñas calas que esconden pecios hundidos para ser descubiertos por los amantes del buceo. También despuntan balnearios sorprendentes a pie de playa donde el barro se vuelve milagroso, minas milenarias que se asoman al mar en medio de un paisaje que parece una película del Oeste, y hasta ciudades modernistas superpuestas sobre tesoros arqueológicos que nos remontan a la época en que estas tierras eran habitadas por cartagineses y romanos.

Las gradas del teatro romano de Cartagena, en el centro de la ciudad. getty images

1. Cartagena, romana y modernista

Con casi tres milenios de historia, fundada por los cartagineses, con herencia romana y revestida de arquitectura modernista en sus calles principales, Cartagena lleva años entre las ciudades a redescubrir. Hasta la llegada de la pandemia transitaban por ella muchos turistas, algunos procedentes de los cruceros que hacen escala en su puerto y otros llegados directamente de alguna playa murciana para pasar un día de visita cultural. Pero para aquellos que no la conocen, o hace tiempo que no la visitan, puede resultar una grata sorpresa. Antaño ciudad industrial y militar, dura (y hasta gris), ahora presume de un centro completamente peatonal, luminoso y alegre, que ha sacado a relucir sus mejores edificios modernistas en las calles Mayor y del Carmen.

Cartagena se reencontró con su glorioso pasado imperial a finales de 1988 cuando, en el transcurso de unas obras en el solar destinado a albergar un centro regional de artesanía, emergió de golpe una de las joyas arquitectónicas de Cartago Nova: el conjunto arqueológico del Teatro Romano. Oculto durante veinte siglos, el edificio fue construido por Gaius César y Lucius César, nietos del emperador Augusto en el año cuatro antes de Cristo. El edificio, que se emparenta con el de Mérida, Arlés y el de Pompeyo en Roma, ha ido ganando atractivo según iban progresando las excavaciones y, sobre todo, después de la apertura en julio de 2008 del museo adyacente diseñado por el arquitecto Rafael Moneo, sobre el palacio de los Condes de Peralta. Y es que cada vez que se abre una zanja en las calles de la ciudad salen a la superficie restos de su pasado romano: la casa de la Fortuna, el Templo de Augusto, el Decumanus… y, sobre todo, el nuevo espacio arqueológico, el Barrio del Foro Romano, excavado en la colina del Molinete: termas, calles, templos… y todo en medio de la ciudad.

En los últimos años, Cartagena además ha recuperado su puerto y levantado un nuevo museo dedicado a la arqueología subacuática y un moderno centro de congresos. También ha sacado brillo a las murallas construidas por Carlos III en 1766 —cinturón defensivo que se conserva parcialmente— y ha reconvertido sus viejos cuarteles y edificios militares en espacios universitarios.

Por último, apuntar tres lugares para hacer un alto y comer (que los cartageneros conocen y disfrutan bien): una pequeña playa urbana, cala Cortina, escondida entre baterías militares y fortines, con chiringuito-restaurante incluido; justo enfrente, al otro lado del fantástico puerto natural que es Cartagena, el Fuerte de Navidad, con El Chalé, un restaurante sin pretensiones pero con unas vistas increíbles, perfecto para tomar un caldero contemplando el puerto; y, para comer buen pescado, los restaurantes del puerto marinero del barrio de Santa Lucía, como el popular y nada sofisticado Techos Bajos, donde el único lujo es la calidad de la comida.

La antigua sala de máquinas y una de las cabezas de pozo en una mina abandonada cerca de La Unión, en Murcia. getty images

2. La Sierra Minera de La Unión: un paisaje de película

La Unión es un pueblo a 17 kilómetros al sureste de Cartagena que debe su existencia a unas minas de las que se ha extraído plomo, plata, hierro y zinc desde tiempos de los romanos. En el siglo XIX, las galerías volvieron a dar mucho dinero y crearon grandes fortunas con las que se levantaron muchos de los palacetes modernistas de Cartagena, La Unión o Portmán, a los pies de la Sierra Minera de Cartagena-La Unión en una bahía bañada por el Mediterráneo. En el periodo de entreguerras las minas conocieron otro momento de esplendor, con los nuevos métodos para sacar mineral de esas tierras que parecían ya completamente baldías. Pero desde hace muchos años estas explotaciones están abandonadas. Bocaminas, escombreras y castilletes marcan ahora un territorio árido y sorprendente que en algunos momentos nos hace viajar con la mente a las películas del Oeste americano. No es un paisaje natural, sino creado por el hombre, que resulta de una extraña belleza y que sorprende especialmente cuando se llega a estos escenarios ocres y polvorientos desde el vergel artificial del campo de golf de La Manga Club, que con sus verdes extensiones y sus villas de estilo inglés casi parece más extraterrestre que el propio paisaje minero.

Las minas llevan ya mucho tiempo cerradas pero algunas se han abierto para otros usos, como la de Las Matildes, convertida en un centro de interpretación de este sacrificado oficio. Desde allí se puede descender a una de las más grandes explotaciones de la zona, con pasadizos y grandes cuevas, para asomarse a más de 2.000 años de historia.

Además de la minería, el flamenco ha forjado el carácter de La Unión. Cada mes de agosto desde 1961 la localidad murciana celebra el famoso Festival del Cante de las Minas, en el que se han consagrado grandes figuras del cante flamenco y que conmemora los cánticos de los mineros, procedentes en su mayoría de Andalucía. Otra excusa para acercarse a este sorprendente rincón minero.

Vista aérea de La Manga del Mar Menor, la mayor laguna de agua salada de Europa. ALAMY

3. El Mar Menor: balnearios y playas que no cubren

El Mar Menor no pasa por su mejor momento. Esta laguna costera de Murcia, separada del Mediterráneo por un fino cordón de tierra de 22 kilómetros de largo, se ha convertido en un símbolo del desprecio al medio ambiente. Pese a todo, sigue teniendo un gran encanto, especialmente para los que pasaron sus veraneos de infancia en estas playas en las que nunca cubre. A finales del siglo XIX se convirtió en un destino familiar para el incipiente turismo de clase alta. Entonces se levantaron los primeros balnearios para aprovechar las propiedades saludables de los baños en las aguas de la laguna murciana, de escasa profundidad. En aquellos tiempos, las playas no tenían las arenas blancas que hoy las cubren, las casas se levantaban justo al borde el mar y unas pasarelas llevaban a los bañistas a unas plataformas flotantes para que los acaudalados pudieran disfrutar de intimidad. Hoy se conservan muy pocas de estas plataformas, entre Los Alcázares y Lo Pagán, y aquellos arenales tan saludables corren grave peligro ahogados por los vertidos de una agricultura avariciosa y una voraz fiebre urbanizadora.

Al otro lado de la laguna, en La Manga, el peligro de los vertidos agrícolas se aleja, y además los veraneantes tienen la alternativa de bañarse en el “mar Mayor”, es decir, en el Mediterráneo, que aquí es también tranquilo y familiar. Son 19 kilómetros de playa con edificaciones de diverso gusto y arenas de distinta calidad, solo interrumpidos por las golas o canales naturales que unen ambos mares, el Menor y el Mayor. En estas golas se mantiene una tradición ancestral: las encañizadas, un arte de pesca consistente en un laberinto de redes que los pescadores colocan entre cañas en estos canales y en los que se capturan doradas, lubinas, chirretes o el popular mújol (un sabroso pescado que es la base del famoso caldero murciano). Se puede probar un buen caldero en los restaurantes de Cabo de Palos que asoman sus terrazas sobre el agradable paseo marítimo del puerto pesquero y deportivo. La Tana, La Bocana de Palos o el tradicional Mosqui no defraudan.

Buceo en las profundidades del Cabo de Palos, en Murcia. getty images

4. Buceo y arenales salvajes en la Costa Cálida

En todas las listas que se hacen de las playas más salvajes y agrestes del litoral español figura el arenal de Calblanque, un conjunto de calas del parque regional de Calblanque, Monte de las Cenizas y Peña del Águila, situado en la porción más oriental del litoral de la comunidad, al sur del Mar Menor. Tal vez sorprenda más su estado virginal por el enorme contraste con las torres de apartamentos y el desarrollo urbanístico desordenado que encontramos a pocos kilómetros de allí, que hace que Calblanque parezca un oasis. Protegido hoy como parque natural, Calblanque es un ecosistema mediterráneo prácticamente inalterado, con acantilados oscuros y dunas fósiles, importante refugio de aves y con apenas restos de la presencia humana en la zona: tan solo las alquerías encaladas de Covaticas y La Jordana y algunas explotaciones mineras.

A Calblanque le salvó del desastre su difícil acceso a través de la sierra de La Unión y, más tarde, su declaración como parque natural. Pero no es la única cala con encanto de la costa murciana, ya que desde Cabo de Palos hasta el límite con Almería se extiende una costa torturada en la que se abren pequeñas calas que se han conservado inalteradas hasta hace bien poco. Entre Mazarrón y Águilas, la zona más natural, despoblada y virgen del sureste español, con muchos kilómetros de litoral sin casi presencia humana, se suceden rincones como la punta de Calnegre, Baño de Mujeres o la cala de Bolnuevo, con su pequeña “ciudad encantada”, en la que el viento ha modelado extrañas formas de arenisca a pie de mar.

En toda esta costa se practica mucho el buceo. La Cueva de la Virgen, en el área de cabo Cope, en Águilas, es una de las inmersiones más sencillas que se pueden disfrutar en la zona. Además de ver meros, corvinas, dentones y demás fauna submarina, si uno se anima a sumergirse puede visitar a la Virgen del Carmen (un azulejo con su imagen en la llamada Cueva de la Virgen, en los fondos de Calabardina) e incluso tocar la cola de una avioneta hundida.

Pero el centro de buceo por excelencia de la costa murciana es Cabo de Palos, donde los buceadores y los trajes de neopreno tendidos en los patios forman parte del paisaje urbano, con sus escuelas de submarinismo, sus barcos listos para inmersiones y con un tesoro frente a su costa: las islas Hormigas. Además de la riqueza natural de sus fondos, la zona tiene otro atractivo especial: los muchos pecios o barcos naufragados desde tiempos de los romanos. Frente a Cabo de Palos hay un verdadero cementerio de naves que se han dejado sus cascos en las puntas de roca que asoman muy cerca de la costa y que hoy son una reserva marina en la que se refugian casi todas las especies mediterráneas. El pecio más célebre es el vapor El Sirio, un barco de pasajeros italiano que naufragó en 1906 cuando navegaba hacia Brasil. En este Titanic español murieron 500 personas. Sus restos están esparcidos por las laderas del llamado Bajo de Fuera, y junto a él otros muchos buques de todas las épocas.

La visita a Cabo de Palos no estaría completa sin un ascenso hasta su faro para saborear las últimas horas del día contemplando el mar, para terminar cenando o tomando una copa en los animados restaurantes y bares en torno al puerto.

La fachada barroca de la catedral de Murcia (al fondo) y el Palacio Espiscopal (en primer término), iluminados de noche. getty images

5. Murcia: casinos, huertas y barroco

Esta tranquila ciudad merece mucho más que una oportunidad. Con sus aires moriscos en muchos rincones, envuelta en densas huertas por las que incluso sobresalen viejas norias árabes de regadío, Murcia fue siempre una ciudad pujante y rica. También levantina y barroca, como dejan constancia sus pasos de Semana Santa o su catedral, levantada en el siglo XV donde antes hubo una mezquita, y presidida con una impresionante fachada que se considera una de las obras cumbre del barroco español. Su torre campanario también presume de récord: es la segunda más alta de España después de la Giralda de Sevilla.

Otro de los lugares más icónicos y atractivos es el Casino, un edificio de estilo neoclásico construido en 1847, epicentro de la vida social murciana hasta bien entrado el siglo XX. Llama la atención su patio neonazarita, inspirado en la Alhambra granadina, la silenciosa biblioteca y el salón de baile, coronado por una soberbia araña de 110 bombillas y centenares de piezas de cristal tallado.

Para empaparse del ambiente de Murcia hay que pasear por las calles Platería y Trapería, los ejes comerciales de la ciudad, y recorrer el centro monumental que incluye una ruta por las iglesias barrocas. Sin olvidar una parada en la céntrica plaza Romea, rodeada por los palacios Vinader y González Campuzano, el Teatro Romea y la iglesia de Santo Domingo. También hay que asomarse a la plaza de las Flores, óptima para entregarse al tapeo en sus bares y terrazas, o darse un paseo por el jardín Floridablanca, en el barrio de El Carmen, el más antiguo de la localidad y lleno de higueras, jacarandas, cipreses y palmeras.

Y para los que quieran probar los magníficos productos de su huerta y comprobar por qué la ciudad tiene fama de buen comer, hay muchas opciones. Como el clásico Salzillo, que ofrece cocina tradicional murciana como el popular zarangollo (revuelto de huevo con calabacín, cebolla y patata), los cogollos de lechuga que los murcianos conocen como “perdiz”, toda clase de verduras en forma de exquisito pisto, para concluir con unos paparajotes (hojas de limonero envueltas en masa de harina y huevo y fritas). Los famosos pasteles de carne los podemos probar en muchas de sus pastelerías, como la clásica Bonache, en la plaza de las Flores.

Panorámica de Caravaca de la Cruz, localidad del interior de Murcia. ALAMY

6. Las joyas interiores: Lorca y Caravaca

Lorca es una de las grandes ciudades monumentales de la Región de Murcia. El terremoto que la asoló en 2011 dañó gran parte de su patrimonio histórico, pero sirvió también para que el resto de España conociese el enorme legado reunido en las calles de esta ciudad, hoy al margen de los grandes ejes de comunicación del país. Su historia es muy larga y muy compleja y se aprecia sobre todo en su castillo, en la sinagoga o con una visita a su museo arqueológico. La localidad es famosa por su casco antiguo coronado por un castillo del siglo XIII, la Fortaleza del Sol, y por acoger una Semana Santa de lo más extravagante.

Una vez aterrizados hay que dar una vuelta por la plaza de España, con varios edificios barrocos como el Pósito de Panaderos, un antiguo granero del siglo XVI, y la colegiata de San Patricio, de piedra caliza. Una peculiaridad local son los museos donde se exponen magníficos trajes de Semana Santa, como el museo de Bordados del Paso Azul, en competencia directa con el museo de Bordados del Paso Blanco. Y es que las procesiones de Semana Santa marcan sobremanera la vida de la ciudad. Ni lentas ni sombrías, mezclan el Antiguo Testamento con la Pasión e incluso con escenas que podrían salir del mismísimo Hollywood. Las hermandades —los Blancos y los Azules— compiten en una rivalidad que va mucho más allá de lo religioso y que se traduce en la Semana Santa más teatral de España.

La otra joya del interior de la región, mucho más sobria y contenida, es Caravaca de la Cruz, una ciudad fronteriza entre Murcia y Granada. Por aquí pasaron los íberos, los romanos y los musulmanes, antes de que llegaran los templarios y construyeran el enorme castillo que todavía hoy domina la localidad. Pero el principal monumento del lugar es la Basílica Santuario de la Vera Cruz presidida por una lujosa portada de mármol rojo, en lo alto de todo el conjunto.

Caravaca es una de las pocas ciudades del mundo que conceden el jubileo, es decir, el perdón de todos los pecados que se consigue peregrinando hasta ella en años jubilares, que se celebran cada siete años (el próximo será en 2024). Todo se debe a una pequeña astilla de madera que presuntamente procede de la cruz donde murió Jesús, el lignum crucis. Esta astilla sagrada llegó a Caravaca durante el siglo XIII no se sabe muy bien cómo, pero desde entonces ha marcado la vida de la ciudad.

Caravaca tiene un casco histórico muy interesante, como lo es también su principal fiesta popular: los Caballos del Vino (el 1 y el 2 de mayo), una festividad en la que participan más de 60 peñas que compiten en diferentes concursos con sus magníficos caballos. Incluso hay un curioso museo que guarda las piezas más llamativas para enjaezar a los corceles.

Balneario Leana, antiguos baños de Fortuna, en Murcia. alamy

7. Aguas termales de Fortuna y Archena, y los baños de Mula

En medio del desierto blanquecino de Fortuna, que se atraviesa para llegar desde el centro de la Península hasta Murcia, el balneario de Fortuna resulta un verdadero oasis. El ahora llamado Balneario Leana es uno de los más antiguos y con más encanto de España. Los romanos ya venían a probar sus aguas curativas, y el lugar ha ido adaptándose a los nuevos tiempos. Además de sus tres piscinas termales con aguas mineromedicinales, y unas completas instalaciones balnearias y de ocio, tiene una original playa termal en la que no faltan la arena fina y las palmeras, pero con agua caliente —entre 25 y 37 grados— en la que uno se puede sumergir en pleno desierto de Fortuna.

El otro paraíso termal de la región es la cercana Archena, en medio del paraje natural del valle de Ricote. Sus inicios se remontan al siglo V antes de Cristo, cuando los íberos fueron los primeros en utilizar sus aguas termales y convirtieron el balneario en parada obligada en la ruta comercial por el interior de la Península. El balneario ha llegado hasta nuestros días como un complejo termal de más de 200.000 metros cuadrados, considerado en muchas ocasiones como el mejor de España. El agua es el principal protagonista del lugar, con tratamientos tanto médicos como de bienestar. Pero además, tiene un amplio programa para animar a sus clientes a disfrutar de la naturaleza y las actividades al aire libre. Archena es un complejo con tres hoteles, el mayor de ellos el Hotel Termas, que conserva todo el estilo neonazarí que lo puso de moda en el siglo XIX, cuando ir a tomar las aguas a Archena era casi una obligación para burgueses y nobles de toda España.

Y lejos de la sofisticación de estos balnearios clásicos están los originalísimos baños de Mula. Lo más llamativo de estas aguas medicinales que surgen en forma de oasis en medio de un desierto es la forma en la que el manantial brota de la tierra. Los baños de Mula son también de origen romano, pero fueron muy populares en el siglo XVIII y se han ido manteniendo, aunque ahora resulta chocante tomarlos en el propio apartamento o habitación en una casa particular (aquí no hay grandes hoteles termales). El agua emerge de la tierra a una temperatura de entre 36 y 37º y llega virgen a las pozas o bañeras sin filtros ni manipulación. Para beneficiarse de ellas, se puede alquilar una habitación o apartamento con baño termal propio. Dicen que son buenas para el reuma, la artrosis y los problemas de piel y riñón. Y, según la tradición, en los baños de Mula “entran dos y salen tres”, porque aquí acuden muchas parejas con problemas de fertilidad.

Rocas blanquecinas y aguas turquesas conforman el paisaje del barranco de Gebas, en el parque natural murciano de Sierra Espuña. ALAMY

8. Parque natural de Sierra Espuña, el pulmón verde de Murcia

Esta isla de bosques y formaciones calizas se eleva por encima de un océano de polvo y calor. El parque natural de Sierra Espuña protege un hermoso entorno de más de 250 kilómetros de montañas vírgenes llenas de caminos, muy populares entre senderistas y escaladores. Se extiende a través de cinco municipios: Aledo, Alhama de Murcia, Mula, Pliego y Totana, pero la mejor forma de acceder a este espacio verde es por Alhama de Murcia. Una vez allí, desde el centro de información, en el ombligo del bosque, parten algunos senderos y caminatas de distinta duración y dificultad.

Sierra Espuña tiene una historia con muchos altibajos: su explotación excesiva, la tala de árboles para carbón, la construcción de barcos, la minería, la ampliación de zonas para el cultivo… todo llevó a la deforestación y a que se convirtiera casi en un desierto, pero a finales del siglo XIX surgió un salvador: Ricardo Codorníu, un ingeniero forestal que comenzó la increíble reforestación de la sierra, una verdadera hazaña que consiguió repoblar 5.000 hectáreas de monte y conservar el espacio que hoy conocemos y disfrutamos. Hay rincones preferidos por los escaladores, como las Paredes de Leyva, a lo largo de dos kilómetros del barranco de Leyva, o la senda del caracol, con forma de zigzag, que hay que subir muy despacito pero que ofrece unas vistas preciosas. O el original paisaje de los badlands del barranco de Gebas, con unas aguas turquesas entre rocas blanquecinas que parecen de otro planeta.

Huertos y palmeras en los alrededores de Villanueva del Río Segura, en el valle de Ricote. getty images

9. El oasis morisco del valle de Ricote

El río Segura deja a su paso por la provincia de Murcia el fértil y esplendoroso valle de Ricote, que también se conoce como el valle Morisco. Uno tiene la desconcertante sensación de estar de repente en Marruecos o en Oriente Próximo, sorprendido por el contraste radical entre sus áridas montañas blanquecinas y una fértil vegetación. Este oasis fluvial en medio del desierto murciano fue uno de los últimos reductos de los musulmanes en España tras la Reconquista y durante mucho tiempo ha pasado casi desapercibido, a pesar de su fertilidad e hipnótica belleza: un mar amarillo y verde de limoneros entre los que emergen muchas palmeras.

En el valle del Ricote, el río Segura convierte esta zona de su vega alta en un vergel, en un rico paisaje de frutales, palmeras y huertos rodeados por riscos escarpados que siempre protegieron el lugar a modo de fortaleza. De este a oeste, el valle nos va dejando a su paso los municipios de Archena, Villanueva del Río Segura, Ulea, Ojós, Ricote, Blanca y Abarán, aunque la entrada oficial, ya fuera del valle es Cieza.

El pasado morisco del valle se aprecia en sus huertos y en el trazado de sus calles, pero también en la gastronomía, con recetas como los bizcochos borrachos de Ojós, un dulce de elaboración casi secreta, o en detalles etnográficos de su paisaje agrícola como las acequias, azarbes, bancales, presas, azudes o norias como las de Abarán (aunque las que hoy se conservan son en realidad del siglo XIX). Probablemente las mejores panorámicas del valle y el Segura las encontremos en la localidad de Blanca, en el mirador del Alto de Bayna, una pasarela flotante de metal construida sobre la roca.

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