La operación se cocinó en la Casa Blanca durante semanas. La inteligencia estadounidense tenía localizado desde diciembre al líder del Estado Islámico (ISIS, por sus siglas en inglés), Abu Ibrahim al Hachemí al Quraishi, en Atmeh, en la provincia de Idlib, en el noroeste de Siria, último bastión de las tropas rebeldes. Pero no fue hasta el martes que el presidente de Estados Unidos, Joe Biden, dio la orden en el Despacho Oval de lanzar la primera gran operación contraterrorista de su mandato.
La decisión llegó, según la reconstrucción publicada por The Washington Post, tras un prolongado toma y daca con sus asesores militares. Al día siguiente, Al Quraishi estaba muerto, junto con al menos 13 personas, entre ellas seis niños. Al saberse acorralado por los estadounidenses, accionó un cinturón de explosivos en el tercer piso de la polvorienta casa de hormigón en la que se escondía, lo que provocó la mayor parte de las víctimas.
Biden siguió la operación el miércoles por la noche, tras una llamada de teléfono con su homólogo francés, Emmanuel Macron, por una señal remota de vídeo desde la Situation Room (sala de control de crisis) de la Casa Blanca. En la imagen que se distribuyó una vez se dio a conocer el resultado, se le ve junto a la vicepresidenta, Kamala Harris, y a varios asesores de seguridad. La coreografía de la estampa recordaba, acaso no por casualidad, a la imagen que hace 10 años dio la vuelta al mundo cuando Estados Unidos mató a Osama bin Laden. Entonces, durante el primer mandato de Barack Obama, Biden también estaba en la foto, en calidad de vicepresidente. Los medios de Washington han descrito el ambiente en esta última ocasión como “muy tenso y callado”.
Según la información que manejaban las autoridades estadounidenses, Al Quraishi apenas salía de la casa, cuya última planta quedó completamente destruida tras la detonación. Subía a la azotea a rezar y a darse un baño, pero la relación con el mundo exterior la mantenía a través de los correos del ISIS que transmitían sus órdenes a la organización terrorista, que controlaba desde 2019. El líder del grupo vivía junto con su familia desde hacía 11 meses en la casa de las afueras de Atmeh haciéndose pasar por un comerciante de Alepo que había huido de la guerra, como la mitad de la población de Siria.
Los informes detallaban también que Al Quraishi estaba con frecuencia rodeado de niños y que en la primera planta vivía una familia, que aparentemente ignoraba la identidad del vecino de dos pisos más arriba. Tampoco sabía nada el dueño del edificio, Musab al Sheij, quien declaro a Al Jazeera: “Nadie piensa mucho en el ISIS en esta zona”. La segunda y tercera plantas las tenía alquiladas (por 130 dólares, unos 113,50 euros) desde hacía 11 meses un conductor de camiones sirio. Vivía con su mujer, sus tres hijos, una hermana y una sobrina.
La alta probabilidad de causar bajas civiles motivó, según el relato que ofreció Biden a la prensa cuando dio a conocer la “exitosa operación”, que se optara por una redada de las fuerzas especiales, en lugar de atacar el objetivo por el aire. “Lo hicimos así”, dijo el jueves Biden, “pese a que implicaba un riesgo mucho mayor para los nuestros”.
The Washington Post recuerda que cuando se llevó a cabo la misión que acabó con Bin Laden, el actual presidente se situó en el bando de los escépticos. “Le preocupaban, sobre todo, las consecuencias políticas que hubieran podido derivarse de un fracaso en la misión”, escribió el secretario de Defensa de Obama, Robert Gates, en Duty: Memoirs of a Secretary at War (Knopf, 2014), recuento de sus años de servicio entre 2006 y 2011. Esta vez también había mucho en juego: tras la caótica salida de Afganistán en agosto, Biden sabe que debe andar con pies de plomo en política exterior, especialmente en esa región.
Las fuerzas especiales llegaron en la oscuridad de la noche a Atmeh. Varios helicópteros estadounidenses, uno de los cuales acabó convertido en un amasijo de metal tras sufrir una avería, aterrizaron a primera hora de la madrugada del jueves a las afueras de la localidad siria cercana a la frontera con Turquía y que acoge a decenas de miles desplazados por una guerra que en marzo cumplirá 11 años. Los enfrentamientos en la zona se prolongaron durante más de dos horas. Los soldados estadounidenses hicieron sonar las alarmas para alertar a los vecinos de su presencia, mientras una voz, amplificada por un megáfono, decía en árabe, según un testigo citado por The New York Times: “Los que se rindan se salvarán. Quienes se queden morirán”.
La familia del primer piso abandonó su apartamento. Los soldados evacuaron a 10 personas, ocho de ellas, niños, según fuentes oficiales estadounidenses. Entonces sonó la explosión. Al Quraishi había hecho estallar una gran carga explosiva. Los cuerpos de sus dos esposas, su hermana y su hija fueron hallados, al menos en parte, junto a su cadáver incompleto. Entre los seis niños que perdieron la vida en la operación había dos bebés.
El precedente de Al Bagdadi
No fue algo inesperado: contaban con el antecedente de su predecesor, Abubaker al Bagdadi, quien también detonó los explosivos que llevaba adosados al cuerpo para no dejarse detener en octubre de 2019 en la aldea de Barisha, a apenas 15 kilómetros de Atmeh. Los comandos estadounidenses irrumpieron tras la explosión en el edificio y se enfrentaron a tiros con un lugarteniente de Al Quraishi y a su esposa en el segundo piso. Mataron a ambos. Cuatro niños fueron evacuados.
El Pentágono no ha querido entrar en cifras contradictorias con el balance de víctimas hecho público por los cascos blancos sirios, socorristas que actúan sobre el terreno en territorio rebelde, que elevaron a 13 la cifra de muertos en la operación, entre ellos seis menores y cuatro mujeres. “No tenemos información exacta sobre cada persona que resultó muerta”, justificó su portavoz.
EE UU no dio cuenta, sin embargo, de que después de que las fuerzas especiales aterrizaran se enfrentaron a una intensa resistencia armada durante dos horas. El fuego de ametralladoras pesadas montadas en camionetas descubiertas les recibió en medio del caos de explosiones y tiroteos, según testigos citados por la BBC.
El portavoz del Pentágono, John Kirby, admitió que el ataque de un grupo armado “considerado hostil” que se aproximó al área de la operación fue repelido por los comandos estadounidenses, que mataron a dos de sus miembros antes de que “cesara la actividad hostil”.
Washington tampoco ha precisado de dónde partieron los helicópteros que transportaron a las fuerzas especiales. En 2019, las tropas fueron aerotransportadas desde Irak, a través de un espacio aéreo en gran parte controlado por Rusia y Siria, hasta la misma frontera de Turquía. La operación encubierta se internó en el avispero de Idlib, el último reducto rebelde en Siria, donde están atrincherados más de 30.000 insurgentes islamistas radicales.
El grupo Hayat Tahir al Sham, heredero del Frente al Nusra, anterior filial de Al Qaeda en Siria, controla la mayor parte del territorio. Está abiertamente enfrentado al ISIS, pero mantiene buenas relaciones con Turquía, que se ha desplegado militarmente en al norte de Idlib tras ocupar el cantón kurdo de Afrín.
El Estado Islámico llegó a controlar durante su apogeo un territorio del tamaño del Reino Unido a ambos lados de la frontera entre Siria e Irak. Estados Unidos y sus aliados lo desposeyeron de su último territorio en el este de Siria a principios de 2019.
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