Tacón de salón, medias negras, vestido de luto por la rodilla y mantilla centenaria. Justo cuando Rafaela pensaba que no iba a poder renovar la tradición familiar de vestir a una de sus descendientes para un Jueves Santo, llegó su nieto Carlos Carvento. “Yo quería ir muy fina, cumpliendo el protocolo al máximo”, rememora el bailarín y cofrade cordobés. Lo consiguió con creces. En las fotos que muestra con orgullo de aquella Semana Santa de 2019 parece pintada por Julio Romero de Torres. Recuerda con ilusión los apoyos que recibió aquel día. También las miradas esquivas “de pavor”. Como Carvento, miles de personas LGTBI de Andalucía viven una singular e intensa relación con las cofradías, en las que participan integrados desde hace siglos como actores clave de una vida de hermandad relativamente normalizada, aunque no exenta de sobresaltos y fricciones. “Todo va bien si no te sales de lo que se espera de ti”, apunta el joven. Justo lo que hizo su alter ego travesti aquel Jueves Santo.
La historia de la homosexualidad en las hermandades está escrita en los márgenes, al igual que ocurría en la propia sociedad. Pero que no se hablase directamente del colectivo, no significa que no estuviese siempre presente. Isidoro Moreno, catedrático de Antropología de la Universidad de Sevilla, explica que “desde el siglo XVI, las cofradías han sido un refugio de disidentes porque defendían de las sospechas de heterodoxia”: “Sirvieron de integración de colectivos heterodoxos que no respondían al perfil considerado entonces correcto”. La devoción popular se convirtió en ese espacio de encuentro en el que esclavos, negros —rara es la ciudad andaluza que no tenga una cofradía con orígenes en estos colectivos— u homosexuales podían hablar de igual a igual con poderosos y ortodoxos, hasta el extremo de rivalizar con ellos si era necesario.
El historiador y cofrade sevillano Jesús Romanov lleva años acostumbrado a “leer entre líneas en los archivos” para documentar obras como Historia de la transexualidad, su última investigación. “He encontrado situaciones no tan diferentes a la actualidad. Las cofradías han sido un lugar de integración y socialización, donde sentirse valorado y encontrar a personas similares a ti. Un lugar de normalización”, defiende el investigador. Es lo que el artista, diseñador de moda y drag en el pueblecito de Hinojos (Huelva) José de Carrillo denomina “activismo de normalización”: “Cuando una familia homófoba conocía al clásico mariquita de cofradía, pasaba de ser esa persona mala desconocida a ser el máximo exponente de esa hermandad. Esa normalización cambia las ideas de las personas. Y para ese mariquita suponía el desarrollo personal de sentirse completamente válido dentro de ese mundo, aparte de otros contextos de homofobia”.
Tan legitimado como que las cofradías andaluzas deben buena parte de su estética actual al bordador y diseñador Juan Manuel Rodríguez Ojeda (Sevilla, 1853-1930). “Es el caso más paradigmático”, apunta el investigador Guillermo Casellas, sobrino bisnieto del artista. “Nunca ocultó su orientación sexual. Se ganó el respeto. Es el revolucionario de la Semana Santa de Sevilla moderna”. Aunque eso no le libró de tener problemas con la jerarquía eclesiástica sevillana del momento que “vertió mala fama contra él”, como apunta su descendiente. Tras Ojeda —y quizás también antes que él—, muchas han sido las personas LGTBI que se han erigido en actores claves en la vida de las hermandades, en desempeños de artes cofrades altamente cotizadas, como vestidores, floristas o bordadores. “Supongo que tenemos una mayor sensibilidad”, esboza David Calleja, vestidor de más de 120 imágenes religiosas, asesor artístico de hermandades y concejal de Fiestas en el Ayuntamiento de El Puerto de Santa María (Cádiz), “aunque es evidente que ser gay no es condición para vestir bien”.
Refugio seguro
Aunque todas las realidades —e iniciales— del colectivo están presentes en las cofradías, son precisamente los gais los que tienen más visibilidad debido a que, hasta los años ochenta del siglo XX, las mujeres no podían ser hermanas. En sus décadas de análisis antropológico, Moreno distingue dos perfiles de homosexuales: “Los que se escondían y, por estar, refuerzan su mecanismo de defensa de integración social, y los que no se ocultaban que por sus ademanes y sus dotes para el adorno se les atribuye con lo femenino. En una sociedad machista, si lo sensible es femenino pues el hombre con esas cualidades es el mariquita”. Ese esquema mental, que fue válido como refugio ante contextos homófobos del pasado, es el que ha llegado hasta el presente y el que ahora genera fricciones cuando colisiona con los derechos sociales actuales, como el matrimonio igualitario. “Son aceptados y valorados siempre que no salgan del perfil esperado. Ser visible es un problema en las cofradías y fuera”, asegura el catedrático.
Salvador López fue miembro de la junta de gobierno de una hermandad onubense de cuyo nombre prefiere no acordarse, hasta que se casó con un hombre y tuvo que pasar a un papel en la sombra. “Contaron conmigo, pero fuera, solo como colaborador. Mi marido estaba integrado en la vida de la cofradía. No deja de ser para muchas personas una contradicción. La integración es relativa, tiene sus momentos”, valora el educador social y componente de Ichthys, una asociación de cristianos LGTBI de Sevilla. En ese segundo plano, a López le acompañaban personas divorciadas, también excluidas por disposición eclesiástica. Romanov justifica que “las cofradías son instituciones de la Iglesia, y el matrimonio igualitario no está contemplado por la jerarquía. Es la aplicación de una norma, no el rechazo a una persona”. Aunque el papa Francisco ha hablado de la necesidad de “acompañar” a los homosexuales, la Iglesia no ha movido ni un ápice su postura oficial sobre estos casamientos, y las hermandades no escapan de esa realidad. EL PAÍS ha intentado recabar la opinión de hasta tres sacerdotes de Sevilla y Jerez de la Frontera, pero han declinado participar en este reportaje.
Igual que otros ven en Beyoncé una aliada, aquí encuentras lo mismo con la Virgen. ¿Qué puede superarla? Los deja ciegos, orgullosos, es insuperable”
Carlos Carvento, bailarín y cofrade
Calleja fue el vestidor que sustituyó a los diseñadores José Víctor Rodríguez y José Luis Medina, conocidos como Victorio & Lucchino (V&L), cuando, en 2008, fueron expulsados como vestidores de la hermandad de San Esteban de Sevilla por casarse un año antes. 13 años después de aquello, el concejal portuense exhorta a la Iglesia “a avanzar”. De Carrillo es un cofrade inusual en Hinojos, pueblo tan devoto como integrador. Va con plataformas a “colgar gallardetes” de su hermandad de la Soledad; su drag, Rosario Molina, es heredera de Soledad Molina, personaje creado por su tío gay que, hace años, no dudó en vestir su bata de cola para recaudar fondos para la restauración de la capilla de la virgen. Pero el joven de 27 años quiere más: “Está muy bien que el mariquita vista, ponga flores, pero luego no te puedes casar y tienes que ir de chaqueta. La religiosidad tal cual nos la han vendido dista mucho de la religión católica”.
Carvento vistió la mantilla de su bisabuela hace dos años con la clara pretensión de abrir justo el debate de la visibilidad: “No era por hacerme notar. Quería hacerlo así y me encontré un no como una casa en mi hermandad. Si no me dan el espacio, pues busco la manera más legal para hacerlo como quiero. Ese imaginario también me pertenece”. Resultó que las muestras de apoyo superaron con creces a las de rechazo, asegura el artista, inmerso también en la producción del espectáculo Maricón de España, en el que reflexiona también sobre la homofobia en la danza.
Antes de aquel Jueves Santo cordobés de Carvento, el artista y activista gay José Pérez Ocaña, nacido en Cantillana (Sevilla) en 1947, donde falleció en 1983, también vistió la mantilla en manifestaciones y eventos artísticos, y en Retrato intermitente, un documental en el que ya reflexionaba sobre la religiosidad popular y las convenciones sociales, en pleno 1978. Su pueblo hoy le recuerda como uno de sus hijos ilustres y como devoto fiel de la Asunción, imagen mariana que cada 15 de agosto concentra a cofrades venidos de toda Andalucía, muchos de ellos homosexuales. No es la única advocación mariana que concita el interés de un colectivo que suele mostrar su devoción a dolorosas, pastoras o Vírgenes del Carmen. “La virgen que es como una madre que no juzga. A las mariquitas andaluzas nos gusta un barroquismo más que un tonto un lápiz. Igual que otros ven en Beyoncé una aliada, aquí encuentras lo mismo con la virgen. ¿Qué puede superarla? Los deja ciegos, orgullosos, es insuperable”, reflexiona Carvento.
Tanto como para que tres cofrades gais sevillanos se hicieran virales durante la Semana Santa de 2019 mientras lanzaban vivas a una dolorosa. Su exaltación no les libró de las críticas, algunas de ellas procedentes de fuera de Andalucía o del propio colectivo LGTBI ajeno al mundo cofrade. “Igual que el heteronormativismo, se está imponiendo el gaynormativismo. Que nos dejen hacer a nuestra forma”, defiende Romanov. Pese a la evidente vocación al conservadurismo en las hermandades y la Iglesia, algo se mueve en su interior. Los que antaño escribieron su historia en los márgenes piden paso. Quieren ser visibles y orgullosos, bien sea exteriorizando su devoción sin sentirse juzgados o reivindicando su espacio propio de puertas para adentro: “Me da pena cuando se nos ve como algo exótico desde fuera. Solo pedimos igualdad de derechos en las cofradías”, zanja con coraje Carlos Carvento.
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