Orhan Pamuk: “Hoy estamos más lejos de Europa y no es culpa de Europa”


Mirar el mundo desde otro lado, olvidarse del ombligo eurocentrista y colocarse en otro marco es un ejercicio estimulante y un deporte de resistencia en el caso de Orhan Pamuk. El nobel de Literatura turco es campeón en el arte de enriquecernos con su punto de vista tan oriental en personajes y situaciones como cercano en principios y valores. Su nueva novela, Las noches de la peste (Literatura Random House), es un alarde en ese esfuerzo por trasladar la mirada hacia un lugar alternativo al que solemos habitar. Otro lugar. Y otro tiempo.

Pamuk (Estambul, 1952) nos sitúa esta vez en la imaginaria isla de Minguer y en el arranque del siglo XX para sumergirnos en la crudeza de una epidemia que las autoridades no quieren ver y que va a catalizar las divergencias entre cristianos y musulmanes, entre gobernantes y gobernados, entre científicos y negacionistas interesados en mantener las cosas en secreto.

P. ¿Las epidemias dividen?

R. Sí, pero también unen. El ser humano siempre culpa al otro: al musulmán, al cristiano, al negro, al vecino… al otro, en definitiva, de todo aquello que viene de Dios o de donde sea. Antes del siglo XX, cuando la humanidad no tenía mucha formación, las pandemias dramatizaban más la situación y generaban luchas, envidias. Los gobiernos se volvían más autoritarios para imponer cuarentenas, pero al final también surgían nuevas unidades para luchar contra la enfermedad. Las epidemias siempre fomentan cambios sociales.

P. ¿Qué cambios cree que permanecerán?

R. Las conexiones como esta entrevista o mis clases en Columbia desde Estambul permanecerán. También cambios en la arquitectura y el ocio. La gente ha girado más hacia el interior mientras el ágora, la vida en la ciudad, se ha desvanecido un tanto.

La historia de este libro es singular. El nobel de 2006, autor de obras memorables como Nieve o Estambul, ciudad y recuerdos, trabajaba desde 2016 sobre una epidemia en esa isla imaginaria cuando estalló la peor pandemia en un siglo. “Al principio, cuando mis amigos se enteraban de que estaba escribiendo sobre una epidemia, me decían: ‘¿quién lo va a leer?, no tiene sentido’. Y de repente esa misma gente pasó a decir: ‘¡Qué suerte, qué coincidencia!”, relata, risueño, por videoconferencia desde su despacho en Estambul. “Primero sentí cierta culpabilidad porque mi tía fue una de las primeras fallecidas en mi ciudad y lo que estaba en mis cuadernos se estaba convirtiendo en realidad. Y después empecé a temer que la gente pensara que escribía al hilo de la actualidad, lo que habría matado el romanticismo del libro. Pero no fue así”.

Procesado por supuestas injurias a un padre de la patria, el escritor se enfrenta a la cárcel

Lo cierto es que sus editores le apremiaron entusiasmados, que el confinamiento no le costó nada “porque soy escritor: llevo 48 años confinado” y que recortó descripciones y razones de la cuarentena y cosas que ahora resultaban obvias, pero que mantuvo el tono, el pulso y las voces ensoñadas de unos personajes que trasladan al lector a otro lugar y a otro tiempo con ecos solo lejanos de la situación actual. “Yo escribí esta novela no solo para explorar la idea del nacionalismo después del imperio, de la invención de las naciones. Sino también para provocar mi imaginación romántica. La historia no es solo algo que deba explicarse, sino algo en lo que sumergirme para que trabaje mi imaginación. Me gusta estar rodeado de cosas pasadas, de la conciencia de objetos antiguos. No escribo novelas históricas para explicar cuán interesantes eran los otomanos. No son mis razones. El otomanismo lleva 15 años en el pedestal, en la era de Erdogan. Y yo no escribo para explicar las invasiones, los éxitos, no me interesan las glorias otomanas. Escribo también para explicar la decadencia otomana, la melancolía de la pérdida. Y eso me parece más bello que la glorificación de los ejércitos y las victorias que hoy tanto se practica. Aquí también hay sangre, claro, pero hay una sangre de la decadencia”.

El libro nos transporta a un universo en el que ese Imperio Otomano brujulea en aguas arriesgadas: a su propio declive se une su posición de encrucijada que hoy podemos seguir comprendiendo cuando vemos al presidente Erdogan como anfitrión de negociaciones entre Ucrania y Rusia. En el tiempo de su novela, el sultán vive la tensión entre ayudar a Occidente a apaciguar las tensiones de los musulmanes en China y el acoso de Rusia, para el que también necesita a los países occidentales. Unos y otros se socorren a cambio de garantizar su dominio, su equilibrio de poderes. Y esa posición turca entre Oriente y Occidente, esa afiliación a los musulmanes del mundo pero también a la estabilidad, están dibujadas en su libro como en las noticias de estos días.

Mapa de la isla de Minguer publicado en ‘Las noches de la peste’, trazado por el propio Pamuk.

P. El sultán que retrata navega entre Oriente y Occidente. ¿Turquía intenta jugar de nuevo ese rol?

R. Es inevitable que los líderes turcos maniobren así, sean sultanes o Erdogan. Hasta el inicio de la guerra de Ucrania, Erdogan tenía un discurso antioccidental y populista clásico. Pero el enemigo eterno de Turquía es Rusia y ahora cambia su posicionamiento, como ha ocurrido siempre en la historia otomana. Es el problema turco clásico: decidir cuál es la ubicación de Turquía dentro de Europa. Si es más moderna, más musulmana, más europea, más abierta, más centroasiática. Y no hablamos solo de relaciones internacionales sino de luchas internas, culturales y políticas.

P. Más allá de la guerra, Turquía se ha alejado de Europa en los últimos años, pero ¿no cree que Europa también la ha alejado?

R. Recuerdo cuando muchos en España me decían: ‘Si nosotros hemos entrado, si España forma parte de Europa, Turquía también lo hará’. Pero no. España forma parte de Europa y Turquía no, y me siento triste por ello. Ahora: ¿de quién es la culpa? De Sarkozy y de Merkel en parte, pero Turquía no hizo sus deberes en libertad de expresión, en derechos humanos, en el papel del Ejército, en Chipre, en la cuestión kurda y de eso no se puede culpar a Europa. No hay democracia plena en Turquía y la culpa es de un gobierno y una burocracia que te llevan a la cárcel si protestas. ¿Cómo vas a formar parte de Europa en esas condiciones? Si quieres pertenecer a Europa necesitas una sociedad libre, un respeto a las minorías. Hoy estamos más lejos de la UE y no es culpa de la UE.

P. Menciona la glorificación del imperio otomano. ¿Turquía no ha superado el fin del imperio?

R. Escribí esta novela leyendo las memorias de los pachás marginados, de una generación, la de mis abuelos y tatarabuelos, que eran doctores, abogados y pachás que quedaron excluidos de la nueva república turca moderna. Y hoy con Erdogan vivimos una romantización de aquel imperio que resulta muy atractiva, las series de televisión en Turquía hoy son xenófobas, nacionalistas, todos los sultanes otomanos son geniales, los cristianos y europeos son malos. Pero ¿superarlo? Es como preguntar sobre el imperio austrohúngaro, está demasiado lejos, aquella generación ya no está aquí.

“El poder místico del islam político se basa en errores laicos como prohibir el velo en la universidad”

Pamuk no quiere ahondar mucho en una denuncia que le ha convertido en objetivo de la justicia de Turquía, un país donde la cárcel sigue esperando a periodistas y políticos que molesten al poder de Erdogan. En su caso, la Fiscalía abrió una investigación por supuestos insultos y mofa de Ataturk, el fundador de la Turquía moderna, en las páginas de su libro. Un procedimiento que ha pasado a una instancia superior y que tanto su abogado como él están convencidos de que languidecerá en los laberintos del poder hasta fenecer.

P. ¿Qué puede molestar al Gobierno en su novela?

R. Dicen que me burlo de Ataturk y no es así. Yo ironizo sobre el invento de las nuevas naciones basadas en el idioma, en el nacionalismo o el secularismo. Cuando los imperios se desvanecieron y con ellos el káiser, el sha o los reyes que eran la sombra de Dios, el secularismo y el nacionalismo inventaron nuevos mitos y mi novela habla de ello. Pero como Ataturk es un personaje tabú para mucha gente, cualquier cosa les molesta. Hay mucha gente que cree en Ataturk pero no en la libertad de expresión y por ello se divulgaron informes falsos sobre mi novela. Así es el sistema legal en mi país. Al principio lo oculté porque no quería que esto creciera, ser un peón en la lucha entre Erdogan y Europa. No quiero ser víctima. Yo le dije al fiscal: a ver en qué página me comporto así. Y claro, no encontró ninguna [¡y son más de 700 en español!]. La sentencia podría ser de tres años, pero creo que no acabaré en la cárcel. Son acusaciones falsas y la fiscalía lo sabe, pero sigue porque alguien por encima quiere divertirse un poco políticamente. Hay decenas de miles de personas en Turquía procesadas o en la cárcel por insultar a Erdogan aunque solo le hayan criticado. La libertad de expresión en los últimos seis o siete años ha desaparecido.

Portada de ‘Las noches de la peste’, de Orhan Pamuk.

P. ¿Qué es la isla de Minguer para usted y por qué una isla imaginaria?

R. Quería un espacio aislado, como en Nieve, donde el tiempo se hace más dramático, más intenso. Quería inventar mi isla ideal para explorar la invención de una nación con un pasado inventado, la creación de una nación secular moderna. Es un libro nostálgico.

P. Usted retrata un imperio otomano que no quiere enfurecer a Occidente y que al mismo tiempo quiere liderar a los musulmanes del mundo. ¿Sigue siendo así? ¿Hay un islam político hoy?

R. No creo. Los 16 años de Erdogan han dañado el prestigio del Islam político. El poder místico del islam político está basado en errores estúpidos de los laicos, como prohibir el velo para ir a la universidad. Pero el prestigio de ese islam político se ha evaporado en los últimos seis años, la situación económica es horrible. Y no importa lo religioso que seas si no puedes alimentar a tu gente. Y hoy lo que hace el gobierno es recibir dinero de Europa para frenar la inmigración musulmana, y este es el islam político (ríe). Hay una corrupción desvergonzada que ha dañado mucho ese islam político.

P. Su novela sale del eje eurocéntrico.

R. Es lo que he intentado hacer, sí: hay una línea Pekín-Bombay-India-Alejandría-Estambul. Mi novela sigue los caminos de la inmigración, de las enfermedades y bacterias, de los barcos que vienen y van… sí, soy consciente de eso.

P. ¿Se atreve a definir su literatura?

R. En mis primeros años me declaraba posmodernista y adoptaba formas narrativas de periodos distintos como el monólogo interior, técnicas dadaístas, personajes conscientes al modo de Pirandello o Borges, que saben que forman parte de una ficción, sobre todo en Mi nombre es rojo. Son novelas posmodernas. En mi segunda etapa creo que soy más clásico. Las noches de la peste es una novela tolstoiana en la que también juego de forma indirecta con la ironía, anuncio lo que sucederá 200 páginas después, por ejemplo. Creo que soy un escritor complejo, muy formado y me gusta jugar con distintos puntos de vista, distintas voces narrativas, saltos en el tiempo y contradicciones entre esas voces. Digamos que hago un panorama enorme de este tipo, es una novela panorama tipo Tolstoi pero con elementos vanguardistas de distintos periodos.

‘Las noches de la peste’. Orhan Pamuk. Traducción de Miguel Ángel Romero. Literatura Random House, 2022. 909 páginas. 23,90 euros.

El orientalismo no dejaba ver Oriente

PATRICIA ALMARCEGUI

Pamuk sabe bien qué es el orientalismo. Oriente y Occidente son temas que atraviesan e interrogan sus libros. El premio Nobel, que ha vivido prácticamente toda su vida en el mismo barrio de la cosmopolita Estambul, ya se desnudó y, con una mirada semejante a la generosa e inocente del niño con la que narraba la primera parte de Estambul. Ciudad y recuerdos, expuso en esta autobiografía cuáles habían sido sus fuentes orientales y occidentales, y cómo le habían influido. Allí reconocía que su relación con la occidentalización había sido problemática y que le había hecho encontrar exótico el pasado. Ahora dice que estar influido por una cultura extranjera no le importa tanto como hace 25 años. Probablemente porque ha asimilado lo que separa a uno y otro punto cardinal, como lo demuestra su última novela, Las noches de la peste, la más orientalista de sus obras. Orientalista en el sentido de que domina y reconoce las características atribuidas a Oriente y Occidente desde hace siglos, y también en el sentido dado por E. W. Said (a quien cita en la novela, y que fue profesor como él en la Universidad de Columbia, Nueva York); es decir, una construcción ideológica al servicio del poder colonial. Por decirlo de cierta manera, lo que podría denominarse un orientalismo “natural”, debido al nacimiento en el puente de la civilización oriental y occidental de Estambul, lo reconoce y se vuelve cultural. La novela imagina la independencia del Imperio otomano de una isla ficticia del mar Egeo, Minguer, poco antes de la formación de la República Turca, con el trasfondo de la tercera epidemia de peste en 1901. Arkaz, la capital, será la sinécdoque ejemplar de Oriente defendida en la novela: simbiosis entre Bizancio, Venecia y el Imperio otomano, donde habitan mitad musulmanes y cristianos. 

Idea que llevaba trabajando desde hace 30 años, parte de la peste originada en China que afectó al Imperio otomano, asoló Asia y apenas llegó a Europa. De esta le interesa especialmente el fatalismo con el que parece ser aceptada por los musulmanes, quienes aceptando la determinación del destino se rebelan contra las medidas de la cuarentena. Así, a la imagen del fatalismo atribuida tradicionalmente a los orientales se le añade la causa de la peste, una frontera cultural y antropológica que separa ambos mundos. Como el propio Pamuk señala, un tema poscolonial condenadamente político (y fructífero) del que siempre resulta difícil hablar. 

La novela es histórica, sentimental, de intriga política, fantástica, detectivesca, amorosa, y trata temas infinitos, como el correo postal, las compañías marítimas, la decadencia del Imperio otomano, las sucesiones de los sultanes, la medicina, la censura, los inodoros, los perfumes, las hermandades sufíes, etcétera. Pero sobre todo busca un discurso fuera del colonialismo y se convierte en la obra más política del autor. Todo es política en la historia de Minguer. Tanto que genera un hilo conductor de intriga y suspense que hilvana los mil laberintos de argumentos y subargumentos de las más de 700 páginas. Jeques, pachás, efendis, sultanes, cónsules, princesas y concubinas (cuánta coloratura oriental en los nombres) se mueven y maquinan según sus propios intereses, aunque sean emociones y sentimientos. Lo mismo ocurre con los puntos de vista, que resuelve con una maestría absoluta. La multiplicidad de juicios de los personajes y de la narradora, Mina Minguerli (bisnieta e investigadora de la sobrina del sultán Abdulhamid II, Pakize Sultan, una de las protagonistas, en cuyas cartas está la historia de la isla), muestran los diversos relatos posibles, y lo azaroso de la historia y el pasado. La novela se mueve entre la ambivalencia y la contradicción, lo que no es nuevo y había hecho en narraciones anteriores. La autoridad de las afirmaciones y la posibilidad de llegar a la verdad se tambalean: no hay ninguna posible. “En nuestra calidad de historiadores, sabemos que con frecuencia aquellos que inician los grandes conflictos, rebeliones y devastaciones del mundo lo han hecho convenciéndose a sí mismos de hacer algo que es justo lo contrario de lo que acabarían consiguiendo”. 

El orientalismo se fija y perpetúa en imágenes, y a Pamuk le gusta ilustrar sus libros, él mismo recuerda que fue pintor hasta los 21 años. Al igual que escribe en El novelista ingenuo y sentimental, la atención del escritor por el detalle visual y la habilidad del lector para transformar las palabras en un largo paisaje son decisivas. Las imágenes construyen la atmósfera, activan la memoria y dramatizan los sentimientos que la novela quiere mostrar. En Estambul. Ciudad y recuerdos les pone nombre, entre otros, los orientalistas Matisse, Renoir y los grabados de los libros de Melling o Ferriol. En Me llamo rojo (uno de sus libros más destacados) son las miniaturas otomanas, indias, safávidas, y la pintura manierista. Ahora da un paso adelante y no solo cita y compara, sino que utiliza la pintura, la fotografía e incluso un panorama tridimensional (Pamuk es coleccionista de panoramas) como textos. Para describir la toma de poder del comandante Kamil Pachá, responsable de la independencia de la isla, cita el cuadro del pintor ficticio Satsos. Al igual que hace con las descripciones de la isla, que se confiesan tomadas de las 83 fotos del fotógrafo Vanyas, también ficticio, y que le encarga la sultana Pakize. Como bien sabe Pamuk, las cosas no solo deben verse, sino mostrarse, pintarse. 

La epidemia articula la novela temática, formal, estética y políticamente. La peste transforma y hace ver las cosas de forma diferente. Las analogías entre el coronavirus (empieza la obra en 2016) y la historia de la peste y el cólera son constantes. El texto avanza a través de metáforas y asociaciones simbólicas. Las descripciones y los objetos —rosas, relojes, bandera, venenos, perfumes, galletas, carruajes…— son síntomas de la historia de Minguer. La narradora representa la labor del escritor, médico de sí mismo y del mundo, cuya enfermedad de este último se confunde con la del ser humano. El contagio sacude el orden establecido y hace tambalear el gobierno imperial y opresor, el imperio de la razón, la religión y el aparato burocrático. El carácter viral de la peste es semejante a la estructura de la novela, azarosa y caótica. 

Que sea una novela histórica le permite alejarse del texto y escribir desde fuera, frente a otras obras en las que se situaba en el interior. Las descripciones y las acciones son vistas desde lejos y desde arriba, literalmente. Barcos que se alejan y aproximan a las montañas y al Castillo Blanco, sueños que los recuerdan, médicos y cargos políticos y burocráticos que ven la voracidad de la peste desde la seguridad de sus carruajes y la velocidad aséptica del transporte. Sin embargo, a medida que avanza, las intervenciones metaficcionales escondidas en la voz de la narradora son mayores, hasta que finalmente claman. La autoridad de Pamuk sobre el texto se hace evidente: “¿Acaso las creencias y la historia de una nación son más importantes que la vida y futuro de su gente?”. Él, que se declara deudor del realismo de León Tolstói, de la fantasía de Italo Calvino, parásito (esto lo digo yo) de las obras de la peste de Daniel Defoe o Alessandro Manzoni, finalmente se vuelve cervantino y se convierte en personaje al igual que en la segunda parte de Don Quijote de la Mancha. La narradora dice conocerlo y que “el novelista Orhan Pamuk, gran aficionado a la historia”, visita “de forma obsesiva” el vehículo acribillado por las balas en el que muere el comandante que derroca al sultán Abdulhamid II, expuesto en el Museo Militar del barrio de Nisantasi, a cinco minutos de su casa. 

Pamuk despliega una de sus pericias más literarias en las descripciones orientalistas: en las enumeraciones caóticas (fruto de la tradición oriental, al igual que alguna de las estructuras de sus novelas anteriores), las imágenes sensitivas y sensuales, y las escenas religiosas. El quehacer artístico es para él una forma para comprender y aproximarse a la sinrazón de la peste, que sobrepasa la razón humana. De nuevo la estética se vuelve política. Lo mismo ocurre con las descripciones y acciones de las mujeres protagonistas, Pakize, Marika o Zeynep, cuyas relaciones amorosas tejen la historia de Minguer. Ellas, aunque las exotiza fuertemente, opinan desde el discurso periférico de la mujer, más ajeno a las normas imperiales y patriarcales, pero sin posibilidad alguna de tomar parte en el poder político. 

Pamuk aprovecha los confines seguros de la literatura para escribir una novela generosísima con la que interpela el presente, construye las narrativas del pasado aún no contadas y los sueños que quedan por interpretar. Oriente y orientalismo forman parte de sus dispositivos narrativos y articulan su genio desbordante. Al final de la lectura, una imagen sensitiva, oriental o no, envuelve al lector y a la historia: “El olor a tierra, hierba y algas en el aire, ese aroma tan característico de la isla”. 

Patricia Almarcegui es escritora y profesora de Literatura Comparada.

Lecturas: La otra cara del mundo

1. Edward S. Said, Orientalismo, 1978. 
El profesor de Literatura Comparada de la Universidad de Columbia, Nueva York, publica en 1978 un ensayo que cuestiona el orientalismo sostenido hasta la época de disolución colonial. Filósofos, escritores y viajeros occidentales configuran el conocimiento del otro y crean su imagen de Oriente, muchas veces negativa. Lo denomina orientalismo y lo define en torno a tres objetivos, uno de los cuales sobresale por encima de los demás: Occidente se ha proyectado en Oriente con objeto de dominarlo. 

2. Reina Lewis, Rethinking Orientalism, 2004. 
Este ensayo se integra en el contexto de los estudios sobre la mujer y orientalismo de Meyda Yegenoglu e intenta cuestionar el estereotipo de la mujer subyugada, silenciada y erotizada de Oriente. Así muestra que “las orientales” fueron parte de un diálogo social y cultural con las mujeres occidentales, y que su polémico compromiso con el feminismo occidental constituye una faceta de la modernización. Lewis colaboró en una de las grandes exposiciones sobre pintura orientalista, The Lure of the East, celebrada en la Tate Britain de Londres en 2008.    

3. Hamid Dabashi, Post-Orientalism. Knowledge and Power in Time of Terror, 2009. 
Historiador iraní, Dabashi analiza la imagen del islam tras el 11-S a partir de lo que denomina postorientalismo. El ensayo amplía el campo de estudio a otras representaciones culturales y se extiende a Irán. Asimismo analiza la evolución del orientalismo para desvelar la producción del conocimiento sobre Oriente Próximo. La percepción, sostiene, ha sido solo política y debe ser descolonizada. Destaca además una idea: Oriente y Occidente no han estado históricamente tan separados como se ha hecho creer. 

4. Susan Martín Márquez, Desorientaciones. El colonialismo español en África y la ‘performance’ de identidad, 2011.  
Esta compilación de artículos rastrea las singularidades del orientalismo en el contexto español, donde sobresalen también las investigaciones de Bernabé López García y Eloy Martín Corrales. España es orientalista y orientalizada. Se erige como el destino de los europeos románticos y convive en su interior con un pasado morisco y una voluntad colonizadora africanista. Así se construye una “subjetividad fronteriza”.  

5. Wael Hallaq, Restating Orientalism. A Critique of Modern Knowledge, 2018.  
Para Hallaq, palestino que enseña en Columbia, el orientalismo debe estudiarse en un contexto liberado de la conciencia de dominación. Su crítica se extiende a la historia del derecho y la ciencia y a ideas centrales del pensamiento como la soberanía o el yo. Asimismo rastrea la destrucción del mundo natural y la unión entre conocimiento y poder. Estudiar el orientalismo, apunta, significa también comparar la violencia justificada por las disciplinas académicas, cómplices del capitalismo y el colonialismo. 

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