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Otras cosas que los romanos han hecho por nosotros: las piscifactorías, los envases no retornables y el biquini



Isabel Rodà, rodeada de estatuas romanas en el Museo Marés de Barcelona, el 30 de noviembre.Massimiliano Minocri (EL PAÍS)

Es sabido que la mayor influencia en nuestro conocimiento de Roma no proviene de Edward Gibbon, Theodor Mommsen, Pierre Grimal o Adrian Goldsworthy, sino de los Monty Python: del anónimo terrorista zelote judío que enumera lo que los romanos han hecho por nosotros en la guasona La vida de Brian (1979) y que se ha convertido, voles nolens, en el decálogo de la romanización. Hay, sin embargo, mucho que añadir a la lista de acueductos, carreteras, idioma, derecho… Y algunas otras cosas sorprendentes que debemos a los romanos, como las piscifactorías, los envases no retornables, los bomberos, las islas de peatones, la comida rápida o el biquini, por no hablar del striptease (nudatio mimarium), las enumera en un librito realmente simpático e iluminador y que constituye su primera incursión en la divulgación la historiadora Isabel Rodà, catedrática emérita de Arqueología de la Universidad Autónoma de Barcelona (UAB), reconocida epigrafista y exdirectora del Instituto Catalán de Arqueología Clásica (ICAC), del que continúa formando parte.

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Rodà (Barcelona, 73 años), considerada la Mary Beard catalana por su largo empeño en estudiar y difundir la historia y el patrimonio romanos, y por la altura y amplitud de sus conocimientos (es capaz de determinar de qué cantera antigua salió un mármol solo con verlo), recoge toda una serie de interesantísimas y entretenidas cuestiones en Ahir Roma, avui nosaltres, recién publicado por Destino (de momento solo disponible en catalán). “Nunca había hecho un libro de divulgación, sin notas ni bibliografía, y me siento un poco rara”, dice Rodà ante un aperitivo (digamos un prandium) en su casa en el que únicamente faltan el garum, los lirones rellenos y las lenguas de pavo real. Tampoco hay ostras ni caracoles y al decirle que es todo un detalle para no hacer elegir al comensal, ríe con ganas.

La estudiosa explica que para saber si las cosas que cuenta eran interesantes se las ha comentado antes a sus hijas, que se llaman, y esto no sorprende, Claudia y Lavinia. “Si a ellas, que en casa han vivido, como puede imaginarse, un ambiente bastante romano, les sorprendían he pensado que iba por buen camino”.

El envase no retornable de los romanos eran, claro, explica, las ánforas desechables (resultaba más barato utilizar otras) que llegaban a millares a Roma y para las cuales se creó un vertedero que conforma hoy el monte Testaccio, es decir, una verdadera montaña artificial de cincuenta metros de altura de restos. De las evidencias del biquini señala las imágenes de chicas que llevan una prenda de dos piezas muy semejante en los mosaicos de la villa imperial de Piazza Armerina, en Sicilia, y también el feliz hallazgo en una excavación en Londres (Londinium) de la parte inferior (subligaculum) de una especie de biquini de cuero, “de unas dimensiones tan reducidas que parece más bien un tanga”, y que se exhibe, y nunca mejor dicho, en el Museum of London (probablemente pertenecía a una acróbata).

Recuerda Rodà que en los foros de las ciudades romanas no podían circular carruajes de tracción animal, y que ya se habían inventado —se ven en Pompeya— los obstáculos a la circulación de vehículos que parecen tan novedosos en el urbanismo táctico de Ada Colau, alcaldesa de Barcelona. Roma tenía un cuerpo de bomberos, los vigiles (a los bomberos se les sigue llamando en Italia vigili del fuoco), creado por Augusto y que contaba con algunos ingeniosos mecanismos para arrojar agua a las llamas. Los romanos disponían también de piscinae para su uso como viveros tanto de peces de agua dulce como marina, y criaban muchas especies para el consumo. Conocían la arquitectura prefabricada y desde los talleres de las canteras se enviaban columnas y capiteles a medida, ya prácticamente acabados. Eran expertos en el uso y manejo del agua, y si sorprenden los acueductos, no menos lo hace el que tuvieran grifos que mezclaban el agua fría y la caliente.

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SuscríbeteAtletas romanas con pendas parecidas a biquinis en un mosaico siciliano.

Hay mucho más de los romanos que sorprende. “Por ejemplo que tenían una cierta conciencia ecológica y del medio ambiente, como prueban Marco Terencio Varrón o Lucio Junio Columela”, explica Rodà. “Conocían los riesgos de la sobreexplotación, de la contaminación y de la superpoblación. Plinio el Viejo se hace eco del peligro de la deforestación y el emperador Adriano señaló el de la desaparición del cedro y delimitó zonas de prohibición de su tala”. Como nosotros, los romanos sufrieron pandemias. “La más mortífera fue la peste antonina, una plaga que se extendió en tiempos de Marco Aurelio, con rebrotes, y que parece haber sido una viruela de tipo hemorrágico. Morían solo en Roma 2.000 personas al día. Y en total en el Imperio quizá diez millones”. La estudiosa apunta que el propio Marco Aurelio murió de la pandemia, pese a que tanto Anthony Mann como Ridley Scott lo hicieron asesinar en sus películas. Hablando de la caída del Imperio Romano, Rodà señala tres causas: la corrupción, la presión demográfica (de fuera del imperio) y el cambio climático. Una época de mucho frío hizo que los ríos se helaran y fuera más fácil cruzarlos. “La gente trataba de entrar en el mundo romano como ahora en el nuestro. Todos querían ser romanos, incluso Atila”.

En el sexo y la religión somos poco romanos, ¿no? “Desgraciadamente en la religión porque el politeísmo es mucho más abierto. Los monoteísmos son muy peligrosos y excluyentes. En cuanto al sexo, no tenían nuestro sentido de culpa judeocristiano que es criminal. Generalizando, para ellos lo malo era estar debajo, es decir, ser la parte pasiva en una relación sexual independientemente de con quién fuera. La bisexualidad se toleraba, en los hombres. Aunque en las orgías había de todo”, remata la estudiosa con una sonrisa y sosteniendo una copa de vino. “Por cierto, cualquier vino de ahora es mucho mejor que los que bebían los romanos y a los que había que añadir agua y aditivos”.

Los romanos serían la repera en muchas cosas, pero tenían esclavitud y la posición de la mujer dejaba mucho que desear. “Es cierto, no todo son flores. La suya es una herencia fundamental, pero que hemos tenido que pulir. De alguna manera somos romanos sin lo peor, aunque la crueldad, el egoísmo, la corrupción no son romanos, sino rasgos humanos. De la esclavitud hay mucho que decir, no puedes transponer directamente lo que era aquel mundo y hay que pensar que los derechos humanos no se legislaron hasta el siglo XX. La situación de la mujer era mejor que la de la mujer griega, pero aun así, estaba muy subordinada al hombre, y sabemos que existían abusos terribles”. Incluso parece que no era raro arrojar a la esposa al Tíber.

Alec Guiness como Marco Aurelio en ‘La caída del imperio romano’.

La conversación con Rodà, al igual que su libro, está llena de puntos iluminadores, como ver a Arminio, el líder querusco artífice de la aniquilación de las tres legiones de Varo en Teutoburgo como un Osama Bin Laden, alguien que ataca y derrota al poderoso enemigo desde dentro —servía en el Ejército de Roma—, con sus propios métodos.

De la comparación con Mary Beard, Isabel Rodà está contenta a medias. “No le vamos a quitar méritos, es un fenómeno, su SPQR (Crítica, 2015) es un libro excelente, pero en algunos trabajos cae un poco en la demagogia. Sostiene como hechos cosas que no lo son. Por ejemplo, la presencia de soldados negros en las legiones. En realidad, parece que no los había, eran mauri, moros. He hablado con Yann Le Bohec, el gran especialista en el tema militar romano (El ejército romano, Ariel, 2004), para que me sacara de dudas, y me ha dicho que no hay ni una referencia en las fuentes a soldados negros. En el terreno histórico has de ir con cuidado y dejarte siempre lo que llamamos en catalán un forat gatoner, una gatera, para salirte. Si quieres especular, haz una novela histórica”.

Rodà es una gran defensora de la divulgación —dice que ha leído ya dos veces con gran placer El infinito en un junco (Siruela, 2019), de Irene Vallejo—, la narrativa histórica y hasta del peplum. Incluso salva la película Troya, pese a esas licencias con los Átridas que hubieran hecho quedarse aún más calvo a Esquilo. “Tiene cosas muy buenas, como la escena de Príamo a los pies de Aquiles, puro Homero, aunque es cierto que habría que haber teñido a Brad Pitt de pelirrojo: se nos dice que cuando Aquiles se disfrazó de mujer para no ir a la guerra, tomó el nombre de Pirra, pelirroja, de purrhos, color de llama, como señalan Ovidio y Horacio. Sea como sea, mejor ver Troya que Piratas del Caribe”.

¿Qué hay muy romano que no nos damos cuenta? “Las carreteras”, dice enseguida Rodà con tono de miembro del Frente Popular de Judea, y nos echamos a reír. “No, en serio, nuestras carreteras pasan sobre la red viaria romana, que tenía 300.000 kilómetros y no fue superada en extensión hasta la Segunda Guerra Mundial, ¡y con servicio de mantenimiento!”.

Claudio y las setas

El libro de Isabel Rodà tiene un apartado dirigido especialmente al lector catalán, en el que señala cómo cosas tan del país como la barretina, los calçots o los bolets hunden sus raíces en Roma. La barretina procede del gorro frigio, el consumo del porrus capitatus o cebolla tierna está acreditado ya en Panonia en el siglo III y de la misma manera gozosamente engorrosa que en las calçotades de Valls; y para mal boletaire, que no sabía distinguir setas buenas de malas, el emperador Claudio…


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