Uno de cada tres estudiantes ha sido acosado por sus compañeros en la escuela durante uno o dos días a lo largo del último mes, una proporción similar a la de aquellos que fueron objeto de violencia física en los últimos 12 meses, de acuerdo con un informe de la UNESCO. El aumento en el uso de los dispositivos digitales provocado por la pandemia ha hecho, además, que mientras que en 2020 se reducían los casos de acoso presencial, aumentaran los de ciberacoso, una amenaza de la que se ha hecho eco la propia Fiscalía General del Estado en la memoria de 2020 presentada el pasado día 6 de septiembre. Para abordar esta problemática, hablamos con Pablo Duchement (Las Palmas de Gran Canaria, 1984), ingeniero informático y perito judicial experto en delitos en redes sociales perpetrados por y contra menores. Autor de Te espero a la salida (2019), este docente fue también víctima de acoso durante 11 años, seis de ellos con agresiones físicas.
Pregunta. ¿Cómo ha evolucionado en los últimos años, y sobre todo a raíz de la pandemia, la problemática del acoso escolar?
Respuesta. Ya tenía una proyección muy clara, y la pandemia la radicalizó: lanzar una gran parte del acoso escolar hacia el ciberacoso. Y eso es un gran problema, porque el ciberacoso tiene un poder deshumanizador que era puntual en el acoso escolar, mientras que la cantidad de gente que se puede sumar al ciberacoso y que no empatizan con la víctima es superior. Es más fácil ver a todo el mundo señalando a un niño que está llorando porque alguien le está vejando públicamente en una red social que en un patio de colegio. Y eso se ha desbaratado.
P. ¿Cuáles son las caras del acoso escolar?
R. Ahora ya es muy difícil que haya casos de acoso escolar sin que haya ciberacoso. Siempre hay un grupo de WhatsApp o de Instagram, algún post en el que se ríen de él o ella… Lo que ocurre, además, es que ni la familia ni los docentes manejamos tan bien el ámbito digital, y entonces se nos escapa. El acoso, en esencia, no ha cambiado: siempre hay un agresor, que tiene baja autoestima y que desea solucionarlo a base de dominar a una víctima que también tiene baja autoestima.
Existen tres tipos de acoso: el social, el epistémico y el físico. En el primero, el objetivo es aislar a la víctima socialmente. En el tercero, se incluye la violencia física, mientras que el epistémico es mucho más sutil y más difícil de captar, y se nos escapa mucho a los profesores. Es una forma de agresión que consiste en un permanente ninguneo de la víctima: imagínate que, cada vez que haga algo bien, el agresor ha de dejar claro que no es tan bueno; y que cuando lo hace mal, se ríe de él (o ella) y provoca la gracia de los que los rodean. Al final, a base de actos muy suaves, que muy difícilmente justifican una acción correctiva por parte de los docentes, llega a la anulación de la víctima.
P. ¿Están los centros educativos preparados, y los docentes suficientemente formados, para afrontar esta problemática adecuadamente?
R. No estamos lo suficientemente preparados, porque siguen muriendo niños por acoso escolar, y estas cosas no deberían ocurrir. La Asociación Americana de Pediatría ya ha establecido una relación muy clara entre el acoso escolar y el suicidio infantil. Y de eso nos enteramos poco, pero sucede.
El docente que está formado al respecto es porque ha querido. Si tenemos un máster habilitante para acceder a la profesión docente, ¿por qué estudiar métodos para atajar el acoso escolar es algo opcional, que estudia el docente si quiere, cuando ya ha terminado su máster y ya está ejerciendo, y cuando la consejería ofrece un cursito al respecto? Debería ser obligatorio para todo el cuerpo docente, porque es un problema que nos atañe a todos y que no todos sabemos afrontar. Los recursos que nos ofrecen no son muy profundos. Se trata de cursos de unas cuantas horas, y se podría hacer mucho más.
Hay métodos muy interesantes que están dando resultados muy buenos allí donde se están testando, pero que no se están llevando a los centros. El método KiVa, por ejemplo, funciona muy bien en Finlandia (y aquí se aplica en varias comunidades autónomas), pero también hay otros métodos españoles de prevención y reacción, como el método AVE, de la Universidad de Alicante, y el TEI (Tutoría Entre Iguales). En el KiVa se intenta crear una cultura por la que el acoso escolar es un tema público, de todos. En el TEI, unos alumnos mayores, que llevan más tiempo en el programa, tutorizan y, de alguna forma, protegen a otros alumnos menores. Y en el AVE se trabaja mucho la tolerancia cero, y se dan una serie de herramientas contra el bullying, como el sociograma, que permite identificar víctimas no reconocidas de la violencia, a través de una serie de preguntas que les hacen a los alumnos.
P. A la hora de actuar contra el acoso, no se trata solo de ayudar a la víctima; también hay que trabajar con el agresor y con las familias, ¿no?
R. Y con los espectadores, que muchas veces nos olvidamos de ellos, y que tienen un superpoder que no tienen los demás. El agresor hace lo que hace porque necesita sentirse reivindicado; utiliza la dominación para sentirse aceptado por los demás, que le ríen la gracia. Desde que un espectador dice: “Mira, a mí esto no me parece correcto”, se va desinflando. Y lo mejor de todo es que eso hace que otras voces se vayan también alzando en su contra. Es uno de los métodos más efectivos para cortar una agresión en curso, porque somos muy sensibles a la aprobación del grupo. Tenemos la tendencia a adaptar nuestros límites morales al rechazo o a la aprobación del grupo.
P. ¿Qué tipo de formación deberían tener los docentes?
R. La gestión del clima y la convivencia escolar debería ser una asignatura del máster habilitante de la docencia o de los planes de estudio de Magisterio, porque es un tema delicado del que el acoso forma parte. Todavía no se ha entendido la esencia del bullying. Tendemos a pensar, incluso los profesores, que el agresor es una persona mala, que la persona agredida es un pobrecito y que los testigos tienen poco que hacer al respecto. Y las tres cosas están mal: el agresor es una persona que tiene un problema, y si lo solucionamos, acabamos con el acoso. Si la víctima conoce los mecanismos y sabe solicitar ayuda de la manera correcta, para que no se vea aún más expuesta, sería más fácil afrontarlo. Pero, sin duda, la clave está en los espectadores, que no se juegan nada y que podrían avisar, pero no hay esa costumbre.
P. ¿Qué se impartiría en esa asignatura?
R. Si a mí me llamaran para que preparara esa asignatura, primero haría mucho hincapié en explicar cómo se siente la víctima. Muchas veces, las personas que no han pasado por una situación de bullying no terminan de entender hasta qué punto te afecta. Lo peor del acoso no es que te den un golpe; es cuando no te lo dan y no sabes cuándo o por dónde me puede caer; es la sensación de persecución. Estar en una calle solo y pensar: están escondidos. Y llegas a tu casa y el agresor no está allí, pero tú te sigues sintiendo perseguido.
Segundo, también hay que aprender a tratar el problema del agresor, que es una persona que tiene una falta de autoestima brutal y que, para suplirlo, domina a otros. También tenemos que tratar a ese pobre chico, que también es una persona que está sufriendo y que no sabemos qué problema habrá tenido para llegar hasta allí. Y luego, explicaría a los docentes cuáles son sus capacidades, y hasta dónde pueden llegar; porque los propios docentes no son conscientes de que son una autoridad pública. Muchos de ellos piensan, por ejemplo, que si en un momento dado, en el patio del colegio, hay un niño grabando a otro con su móvil y ellos lo incautan y revisan lo que estaba grabando, se van a ver en un problema legal. Y eso no es así, y hay jurisprudencia que lo deja claro: somos autoridad pública y podemos intervenir.
Por otro lado, los mismos padres (que solicitan a los docentes que hagamos todo lo necesario para prevenir estos casos a la más mínima señal) son los que van a intentar que se arrepientan de haber reaccionado cuando el posible abusador sea su hijo. Por ejemplo, viene el profesor, le quita el móvil a un alumno y descubre que estaba grabando una paliza a un compañero de clase: si no lo hubiera hecho, tenemos una lapidación del mismo en los medios de comunicación y en las redes sociales; pero si lo hace, esas mismas familias son las que van a denunciarlo por haber cogido el dispositivo del niño. Hay una doble moral, porque tienden a evitar las consecuencias hacia su hijo cuando son los agresores. De todos los casos en los que he mediado, ha habido solo cuatro en los que las familias de los agresores han colaborado. Eso no significa que todos los demás hayan sido agresivos en su respuesta, pero un 20 % sí habrá puesto pegas, e incluso amenazado con denunciar a un profesor que intenta abrir un protocolo de acoso escolar. Los docentes echamos de menos la colaboración de esas familias.
P. El ciberacoso, por otro lado, tiene mayores posibilidades de viralización, y los menores no suelen tener las herramientas de gestión emocional necesarias para lidiar con ello…
R. Lo que tenemos que plantearnos es más de base: ¿qué hace un niño de 10 años con un móvil? De hecho, es el regalo estrella en una comunión… No sé cómo el sentido común nos ha llevado a normalizar esta situación. En España, hasta los 14 años, un niño no puede ser gestor de sus propios datos personales. Pero le damos un móvil, que es un arma de gestión y divulgación masiva de datos personales, con unas amplias condiciones de privacidad. ¿Qué sentido tiene? Antes de los 14 años, a un niño no se le puede responsabilizar de lo que hace. ¿Cómo podemos confiar en él para darle una herramienta que puede ser tan destructiva como un móvil? Al final, como padres, nos estamos metiendo en un lío.
Nos tenemos que preguntar si un niño de 10 años está preparado para tener un móvil, con todas las consecuencias que puede tener. Yo creo que no. Está bien irle educando al respecto, y tener acceso a estos dispositivos con la familia, pasando el rato juntos, pero sin tenerlo en propiedad. Si un niño no está psicológicamente capacitado para llevar sus propias relaciones personales con criterio, no le dejamos salir a la calle. ¿Cómo puede ser entonces que le demos acceso a la calle más grande del mundo, que es Internet, sin ningún tipo de vigilancia?
P. La presión del grupo, en este sentido, no ayuda…
R. Eso es verdad, no lo niego. Yo recuerdo, de joven, estar en un grupo donde todos fumaban y existía una presión enorme para que yo lo hiciera, pero no por eso mi padre me compró una cajetilla de tabaco. Si llegamos a la conclusión de que tiene un potencial dañino, sinceramente a mí esa presión no me compensa. Debería haber mucha más educación antes de darle un móvil a un menor. No digo que un chico de 14 años no tenga un móvil, pero que lo tenga en la casa. El problema es juntar privacidad, Internet y menor. ¿Menor e Internet? Sí, claro, pero sin privacidad. ¿Menor y privacidad? Entonces, sin Internet.
P. El acoso escolar tendrá consecuencias a largo plazo y sobre el futuro adulto, ¿no?
R. Va a condicionar mucho nuestra forma de ser, nuestra seguridad y nuestra autoestima. Hay personas que verdaderamente sufren ansiedad ante determinado tipo de situaciones, simplemente porque durante su infancia sintieron ese acoso, físico y/o social, lo suficientemente prolongado.
P. ¿Qué tipo de consejos incluyes en Te espero a la salida?
R. El primero que doy es que jamás, bajo ningún concepto, se piense que son cosas de niños: no hay nada peor que normalizarlo. Sea del tipo que sea, hablamos de una tortura sistemática que tiene un objetivo de dominación. Luego, hablo de cómo solicitar al centro la apertura de un expediente de acoso escolar, cuáles son las entidades a las que recurrir y en qué orden; y también sobre cómo afrontar la entrevista con el padre del acosador de tu hijo. Es una situación muy delicada, que da pie a dejarnos llevar, porque se trata del sufrimiento de tu hijo, y estás muy sensible. Muchos acuden esperando que los padres del agresor les den la razón o que les ofrezcan soluciones, pero eso no suele ocurrir; o simplemente desahogarse, en esa situación, con quienes son los responsables legales del sufrimiento de su hijo. Pero el objetivo ha de ser informativo, el que la familia del agresor conozca esta situación, aunque no se la crea.
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