Paco y Chonchiña, un amor casi de ficción

Ascensión Concheiro y Paco Comesaña Rendo en 1948. La imagen es cortesía de Marita Vázquez de la Cruz.
Ascensión Concheiro y Paco Comesaña Rendo en 1948. La imagen es cortesía de Marita Vázquez de la Cruz.

El 14 de octubre de 1998 no se presentó la novela El lápiz del carpintero en el Círculo de Bellas Artes de Madrid. Estaba anunciado el acto, y se reunieron allí 500 personas, pero en el escenario apareció un orador magistral, Quico Cadaval, junto al guitarrista César Carlos Morán, el acordeonista Xurxo Fouto y un violinista, Francisco Comesaña. De vez en cuando el autor del libro, Manuel Rivas, hablaba e intercalaba sin avisar, en su discurso, fragmentos del libro. Morán tocó a Lorca, Fouto gritó al acordeón: “El pobre no tiene, el rico no da”. Y Comesaña, antes de ponerse con su violín, dedicó a su madre, Ascensión Chonchiña Concheiro, unas palabras de emoción. Ella estaba sentada en primera fila. Su marido, Paco Comesaña Rendo, había muerto un año antes. Su hijo, el violinista, moriría 13 años después a causa de un cáncer. Ella lo hizo en 2013, poco después de cumplir 100 años.

Su obituario en EL PAÍS lo escribió el propio Rivas porque los conoció bien y los trató, recordó “la manera en que ella y Paco consiguieron resistir, mantenerse abrazados tantos años, frente a la maquinaria pesada del crimen, cuando ‘España cayó de la tierra para abajo”, y al final de su artículo Rivas contaba cómo, tras casarse Conchiña con Paco cuando él estaba en prisión, una pareja de guardias civiles los liberaron unas horas para que pudiesen pasar la noche de bodas en una pensión de Vigo, acción que les pudo costar el fusilamiento a todos. Momento este que es el hecho central, delicado y poético, de una de las más grandes novelas de la literatura gallega, O lapis do carpinteiro, traducida al castellano como El lápiz del carpintero y presentada en Madrid en un acto en el que no se habló del libro y en el que estaba la mujer, Chonchiña Concheiro, que inspiró a la protagonista, Marisa Mallo, ya viuda del hombre excepcional, preso y condenado a muerte, Paco Comesaña, que inspiró al protagonista, el doctor Da Barca.

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Se conocieron cuando los dos tenían 18 años en la Alameda de Santiago de Compostela. Fue un amor a primera vista, además de un amor de novela y de película (dirigida por Antón Reixa). Comesaña estaba de vuelta en Galicia tras nacer en Cuba, hijo de emigrantes de Tui (Pontevedra), y estudiaba Medicina; ella, Magisterio. Él ya estaba afiliado a las Juventudes Socialistas, y cinco años después, en 1936, era secretario general de las Juventudes Socialistas Unificadas (con las comunistas). Participó en la defensa de Ordes y fue capturado en Compostela; el 22 de diciembre de 1936 un consejo de guerra lo condenó a muerte junto a otros 15 compañeros; meses antes Galicia había aprobado su primer Estatuto de Autonomía. Fueron todos fusilados el 11 de febrero de 1937; todos menos él, a quien le salvó su nacionalidad cubana y la presión internacional.

“El reloj de la estación de tren de Coruña estaba siempre parado en las diez horas menos cinco minutos. El chaval vendedor de periódicos tenía a veces la impresión de que la aguja de los minutos, la más larga, temblaba levemente hasta rendirse de nuevo sin poder con su peso, como ala de gallina. El niño pensaba que, en el fondo, el reloj tenía razón y que aquella avería eterna era una determinación realista”, escribió Rivas en O lapis do carpinteiro.

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Comesaña empezó entonces un penar por las cárceles españolas en el que nunca le faltó ella, de una prisión a otra para estar cerca de él. Se casaron en 1941, cuando fue trasladado de Valencia a Vigo. Tras ser revisado su proceso, en 1943 se le bajó la pena a seis años (que ya había cumplido) y un año después se exilió en América (Cuba y México): en La Habana nació su primer hijo, Francisco, que fue apadrinado por Julián Grimau, y luego nació María Ángeles Comesaña Concheiro, único miembro de la familia que todavía vive. En México vivieron más de 30 años entre compañeros de aventuras artísticas y políticas excepcionales, como Frida Khalo y Diego Rivera. Los dos, Paco y Chonchiña, se establecieron en Tui en 1976.

Fallecido Paco, Chonchiña Comesaña vivió hasta los 100 años entre amigos que la cuidaron y la quisieron. Un periodista, Xabier R. Blanco, fue a visitarla en 2008 para un trabajo en EL PAÍS. “Ah, la mujer del comunista”, dijo un vecino al que le preguntó Blanco por su paradero. “Su hombre era comunista pero muy buena persona”, añadió. La mujer, de 95 años entonces, dejó varias declaraciones. Una de ellas fue: “Vivir con rencor es lo peor que te puede pasar. Cuando regresamos, en Tui nos hicieron una fiesta. Era el día de San Bartolomé y cuando la procesión pasó por delante se cayó la cabeza del Santo. Todo el mundo dijo: ‘Bajó a saludar al comunista”. Se declaró “muy roja y muy católica”, y contó cómo, cuando a su marido le conmutaron la pena de muerte, fue a la iglesia corriendo a darle gracias a Dios y a contárselo al cura. El sacerdote le respondió: “Pues yo he rezado para que lo maten”, y ella, fuera de sí, le respondió: “Pues me debió de escuchar más a mí que a usted”. Amén.

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