Inglaterra cree vivir una conjunción astral sin precedentes que le lleva a la gloria. Es ahora o nunca. “Si no ganamos esta vez es que no ganaremos jamás”, se vienen diciendo los hinchas ingleses desde hace días. El cielo no puede esperar. Para Inglaterra, el cielo ya no puede esperar más.
En los partidos de grupo, Inglaterra cumplió sin grandes aspavientos, con poco brillo pero con mucha eficacia. Ganó (1-0) a Croacia y luego empató (0-0) con Escocia y derrotó (1-0) a la República Checa. Tres partidos, dos victorias, dos raquíticos goles pero, importante, tres clean sheets, tres sábanas impolutas, tres partidos sin conceder un gol. Es decir, todo lo contrario de lo que se esperaba: el punto fuerte ha sido la defensa, incluido el imprevisible portero Jordan Pickford y una pareja de centrales, Maguire-Stones, sobre la que había muchos recelos. Pero no se vio esa creatividad que tantos esperaban de la mano de esa manada de jóvenes talentos que calientan el banquillo: Grealish, Saka, Sancho, Mount, Foden, Bellingham…
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“¿Dónde está Foden, el jugador más prometedor de Inglaterra?”, se preguntan muchos. Apenas se le ha visto a él, y no mucho más a sus colegas, porque el cauto seleccionador nacional, Gareth Southgate, ha elegido pragmatismo frente a creatividad y brillo, una defensa fuerte como mejor arma para el ataque en lugar de un buen ataque como mejor arma para defenderse. Eso fue especialmente así en el día clave: el enfrentamiento de octavos contra Alemania. El partido fue soporífero para los neutrales: once defensas contra once defensas, dos equipos con pánico a perder. Alemania, porque tiene el equipo más débil e impersonal que se le recuerda. Inglaterra, porque Alemania es el demonio para ellos, el equipo que siempre les echa de las competiciones desde la gloriosa final de Wembley de 1966.
Inglaterra tuvo el acierto de meter un gol cuando ya se avecinaba la prórroga (Sterling, otra vez Sterling, en el minuto 75) y la suerte de que Harry Kane rompiera su sequía, marcara su primer gol en la competición, doblara el marcador y desatara una ola de euforia nacional que no para de crecer desde ese momento. Muerto el fantasma alemán, el sábado llegó Ucrania, una perita en dulce, estadísticamente el peor de los 16 equipos que pasaron a octavos. Y un arranque de ensueño: gol de Kane antes del minuto cuatro. Un paseo para Inglaterra, que solo dudó en los últimos 10 minutos de la primera parte y esas dudas se desvanecieron con un nuevo gol del renacido Kane nada más arrancar la segunda. Total: 4-0.
Inglaterra se ha encontrado con el gol sin perder defensa: ha igualado el récord de Italia del Mundial de 1990, cuando tampoco encajó ningún gol en los cinco primeros partidos. Los italianos empataron (1-1) en semifinales contra Argentina y perdieron en los penaltis. Se fueron invictos del Mundial que jugaban en su propia casa.
Oficialmente, esta Eurocopa no tiene anfitrión. Eso no cuenta para Inglaterra, que si llega a la final habrá jugado seis de sus siete partidos en Wembley: su único viaje ha sido a la amable Roma para golear a la aún más amable Ucrania. Esa es una gran ventaja para un equipo que no ha acumulado los miles de kilómetros de viajes, los cambios de temperatura y de ambiente que han soportado todos los demás. Al igual que Dinamarca, su próximo rival, llega descansada a semifinales porque no ha tenido que jugar ninguna prórroga (Italia lleva una, España acumula dos).
Ese es el escenario, aparentemente ideal, que afronta Inglaterra. Un escenario de euforia nacional y de confianza infinita, reforzado por el factor campo y por la magia de Wembley, convertido de nuevo en talismán desde el triunfo ante Alemania. Pero, si derrota a Dinamarca, Inglaterra no se encontrará una perita en dulce en la final: el rival será España o será Italia. Inglaterra ya está festejando, pero aún no ha ganado nada.
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