¿Quieren sentirse condenadamente mayores? Igual escuece colocarse frente al crudo escrutinio del espejo, pero aquí va el dato inapelable: acaban de cumplirse 20 años, ¡20!, desde la primavera aquella en que los rizos de David Bisbal conquistaron las retinas de 11 millones largos de telespectadores en España. Dos décadas del primer Operación triunfo. Cuatro lustros. Más de 175.000 horas. Por mucho que nos aferremos al consabido “parece que fue ayer”.
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¿Dispuestos a seguir deprimiéndose? Desde 2001 han sobrevenido caries, estrías, flacideces, devastaciones capilares, pérdidas irreparables, angustias, miserias, apoplejías y hasta una hecatombe mundial. Pero Bisbal sigue ahí. Como si nada. A lo suyo. No decimos que sea consustancialmente malo o reprobable. Constatamos la realidad, para que los hechos obstinados prevalezcan en las hemerotecas.
Bisbal no necesita modificar sus coordenadas, claro, porque bien está lo que sigue funcionando pese al desgaste de los años
Pasan los años por encima de nosotros, como apisonadoras. Pero por el almeriense diríamos que no mucho. Aparenta menos de los 42 junios que le adjudica el DNI, le sienta razonablemente bien el traje azul turquesa, incluso ha aminorado su tendencia primigenia al manierismo y el aspaviento, al grito y la tremolina, a esa pose original de cantante de orquesta y variedades. Y lo más meritorio: goza aún del favor de un gran público dispuesto a ungir cada uno de sus movimientos, por predecibles que resulten.
El de este martes era el primero de sus dos conciertos consecutivos en el Wizink Center madrileño, cada uno con sus 5.000 entradas pulverizadas. El comienzo de una gira de regreso que por ahora suma 14 fechas veraniegas, más las que irán llegando. Y la constatación de que En tus planes, el álbum que la sustenta y da título, fue el disco más vendido en España durante 2020, aunque usted crea no conocer a nadie que lo atesore en sus estanterías.
Así se labran las mayorías silenciosas, no lo olvidemos. El intérprete que tan pronto se enamoraba ante las cámaras como eludía el beso con el gesto revirado, el que impregnó de latinidad los latidos del corazón, ha sabido conservar su porte de yerno risueño e ideal, de buenista militante que nunca dirá una palabra afilada o controvertida. Esta vez se hartó a piropear al público, a reiterar su deseo de que no amaneciera para prolongar el reencuentro, a repartir vivas entre “Madrid, Almería y toda España”, a confesar que echaba de menos las banderas de la hinchada. “porque mira que son bonitas las banderas y los colores”.
Andaba Bisbal tan cercano y confesional que hasta se le quebró súbitamente la voz nada más finiquitar Sabrás, la balada que le ha escrito a su pequeño. “Esto es para un muchachillo que corre todos los días por la casa haciendo el desastre”, murmuró casi en un hipido, sorprendido él mismo de sentirse “cada día más sensible, pero más feliz”. No se lo podemos reprochar, sino aplaudirle su honestidad desnuda. Otra cosa es que su inspiración musical contribuya a nuestra felicidad, un objetivo del que seguimos sintiéndonos a distancias siderales.
No hay forma de que salte la sorpresa y que una canción suelta aquí o allá, siquiera apelando a la ley de las probabilidades, se aparte de la medianía
Porque no hay manera de que el más ilustre de aquella primera hornada de triunfitos se aleje de la escuadra y el cartabón, de la balada melosa y relamida, del meneíto tenue e insulso de cadera, del estribillo enfático y pavorosamente hueco. No hay forma de que salte la sorpresa y que una canción suelta aquí o allá, siquiera apelando a la ley de las probabilidades, se aparte de la medianía, sugiera algún hallazgo, invite a que recordemos su título o una frase que se aleje de semejante apoteosis de la melaza. Y eso que andamos con tantas ganas de música en directo que ahora mismo podríamos aplaudir hasta al corneta de la Legión.
Hay que profesar una fe inquebrantable en Bisbal para resistir esas cuatro baladas encadenadas y engoladísimas, para encajar impertérritos la colección de tópicos en que incurre una vez tras otra, desde “mis alas en el viento necesitan de tus besos” (Mi princesa) a “dame una razón para amar, dame un atisbo de paz” (Lo tenga o no). Un atisbo de piedad habríamos necesitado, pero no lo hubo.
David no necesita modificar sus coordenadas, claro, porque bien está lo que sigue funcionando pese al desgaste de los años y la avalancha de obviedades y lugares comunes. Ni siquiera ha de esforzarse con despliegues técnicos o escenográficos: bastan cuatro músicos escuetos, unas tarimas que parecen inspiradas en los tiempos de Escala en Hi-Fi y la humilde irrupción del colombiano Sebastián Yatra como invitado especial para A partir de hoy. Bisbal no dejó de insistir en que nos quiere mucho: habiéndole instalado en su foto fija de juventud, no es para menos.
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