Tan reconocible como inclasificable, la obra de Paul Klee (Münchenbuchsee, 1879-Muralto, 1940) se cimentó en sus años más jóvenes sobre el expresionismo alemán para transitar después por la abstracción geométrica y el surrealismo. Pero antes de convertirse en el gigante del arte del siglo XX que deslumbró al mundo con sus sinfonías de amarillos, azules y rojos, Klee soñó con empaparse de la cultura española y conocer cada rincón de “el país donde crecen los goyas”, según escribió. No pudo cumplir ese sueño. El gran viaje se limitó a un somero recorrido por el norte de la Península en 1929 durante unas vacaciones con el matrimonio Kandinsky. Para conocer las obras de sus adorados pintores del Museo del Prado tuvo que esperar hasta casi el final de su vida, en 1939, durante la exposición de los tesoros del Prado en Ginebra. Pero si la aproximación física fue escasa, el peso de la cultura española impregnó la vida y obra de Klee al igual que sus cuadros inspiraron a los artistas españoles que abrazaron la abstracción. El historiador Alfonso de la Torre analiza esas influencias en el libro Klee y España. Los irredentos kleenianos (genueve ediciones, 2021).
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El autor, experto en el siglo XX, ha añadido a su ensayo el subtítulo Paul Klee y el arte español de posguerra y divide el libro en dos partes bien diferenciadas. En una narra el sueño por España de Klee y en la segunda habla del “sembrador de estrellas” en que se convirtió el artista suizo.
¿De dónde le venía a Klee su interés por la cultura española? ”España era una fascinación que lo acompañó siempre, casi una obsesión”, responde De la Torre, hasta el punto de que llegó a elaborar un detallado Plan Spanien para la visita. Esa fascinación tuvo que ver con la idea de la España romántica que estaba en la cultura alemana y europea de su tiempo y que, por tanto, funcionaba como un componente ilusionante y energético. “El suyo no era, exactamente, el viaje al Sur”, precisa De la Torre, “sino más bien, el encuentro con una cultura que admiraba. Algunos dibujos de Klee realizados en el País Vasco francés parecían mirar fascinados, anhelantes, el otro lado, la orilla española. Y sus Diarios no dejan de mencionar a la cultura española: Casals, Zuloaga, Cervantes, Tirso de Molina, Calderón, Goya o Velázquez son citados por Klee. Su hijo Félix añadió su pasión por El Greco”.
El libro reconstruye la visita de Klee a la exposición de Ginebra con detalles hasta ahora poco conocidos. Los aportó el hijo del artista, Felix Klee, en 1981 y habían pasado casi desapercibidos. “Velázquez y Goya le persiguieron como fantasmas hasta el final”, explica el autor. “Era el verano de 1939, un año antes de su fallecimiento. Pensemos en ese difícil momento de Klee, repudiado por la violencia nazi, apartado del mundo y muy enfermo, casi despidiéndose de la vida frente a las pinturas de Velázquez y Goya. Pensemos también en el drama de esas obras del Museo del Prado en el exilio del Museo de Ginebra. En el país donde crecían los goyas, como decía Klee, seguían los garrotazos. Solo pensarlo, imaginarse a Klee viendo esas pinturas, emociona. Klee frente a Las Meninas en Ginebra. Parecía un adiós a todo eso, una triste ironía que, por vez primera, concluyendo sus días, tuviese oportunidad de contemplar tan bellas pinturas, ansiadas toda su vida”.
La obra ‘It’s dawning’ (‘Está amaneciendo’), de Paul Klee, pintada en 1939 que se expondrá en la Fundación Joan Miró de Barcelona en octubre.Zentrum Paul Klee, Berna.
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En la segunda parte del ensayo se analiza la influencia de Klee tanto entre sus coetáneos como entre los creadores posteriores. ¿Quiénes fueron y quiénes serían hoy los irredentos kleenianos y qué hicieron por la difusión de la obra del artista suizo? “En el arte de nuestra posguerra buena parte de los artistas abstractos tuvieron su período kleeniano”, responde De la Torre. “Esa influencia fue mundial y asombrosa, cuando se repasa la trayectoria de muchos pintores [varios de los creadores de El Paso o los expresionistas abstractos] encontramos influencias declaradas de Paul Klee. En España se veneraba a Klee. Pablo Palazuelo, por ejemplo, viajó a París en 1948 para poder conocer a fondo su trabajo. Es posible hallar trazas de Klee en la obra temprana de tantos artistas: Canogar, Chirino, Feito, Millares o Sempere. Eduardo Westerdahl, visitante de la Bauhaus, fue uno de los constantes difusores teóricos de la obra de Klee y no olvidemos que los primeros originales de Klee se vieron en el Círculo de Bellas Artes de Santa Cruz de Tenerife, era 1936″.
La influencia en Joan Miró
Uno de los casos más evidentes del peso de Klee se encuentra en Joan Miró. El artista catalán llegó a afirmar que su obra no se entendería sin las sinfonías surrealistas de Klee. Ambos se trataron en París durante la década de los años veinte. “Miró dijo que Klee le permitió liberarse de la vinculación terrestre, a la par que alcanzar zonas más emocionantes y profundas”, escribe De la Torre. Una muestra de ese entendimiento se verá en la exposición que en otoño dedicará la Fundación Miró de Barcelona al artista germanosuizo y su relación con la naturaleza.
Si en el caso de Miró hubo entendimiento y afinidad, no sucedió lo mismo entre Picasso y Klee. El autor del libro reconoce posibles influencias y respeto mutuo, pero escasa conexión personal: “Creo que había algo de fascinación en Klee cuando miraba a Picasso”, explica De la Torre, “a la vez que pedía que apartaran de él el cáliz picassiano, como llegó a decir. Aunque, analizando la pintura de Picasso después de encontrarse con Klee, uno ve también notas kleenianas en ciertas pinturas. El último encuentro entre ambos fue un desastre. Fue en Berna, en 1937. Picasso llegó a la cita con retraso y enrojecido por el vino de Valais. Allí se llegaron a escenificar las diferencias irreconciliables de carácter, entre el excesivo Picasso y el silencioso Klee. Cuando la cita terminó, el primer comentario de Picasso fue decir de manera displicente que el estudio parecía un laboratorio”.
Para Alfonso de la Torre, la huella de Klee en España no tiene visos de acabar. Y pone unos cuantos ejemplos de creadores situados en la estela del suizo: Eduardo Barco (Ciudad Real, 1970), Alejandro Corujeira (Buenos Aires, 1961), Emilio Gañán (Plasencia, 1971), Carlos Pascual (Madrid, 1950), Luis Palmero (Tenerife, 1957) o Javier Victorero (Oviedo, 1967).
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