Desde su primera película, Delicias turcas, el director holandés Paul Verhoeven ha dispuesto de vocación transgresora, busca la turbación de los receptores, le va la marcha dura. Se adaptó bien al cine espectacular que le ofreció Hollywood, e hizo películas muy taquilleras en las que siempre intentó que se notara su firma. Y hubo de todo, mejores y peores. Pero consiguió, con un guion morboso e inquietante y los intérpretes adecuados, realizar la extraordinaria Instinto básico, una leyenda con causa. En su regreso a Europa, imagino que definitivo, consiguió hace unos años turbar a gran parte del público con Elle, un retrato de una dama sadomasoquista, calculadora y psicópata, interpretada, cómo no, por Isabelle Huppert.
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Benedetta, su última y esperada criatura, al parecer ha tenido una producción larga y complicada, ya que el proyecto se fraguó hace tres años. El resultado es irregular. Verhoeven se sitúa en el siglo XVII y en la villa toscana de Pescia para contar la volcánica historia de una monja en permanente éxtasis con Jesucristo, quien derrota a los monstruos que la acorralan en sus sueños, y además de entregarle su corazón, también existe en ella una pulsión erótica hacia él. Pero en su vida terrenal, la monja descubre que el placer más ilimitado se lo proporciona el cuerpo de otra mujer. Aspira a la santidad, aunque encuentre irrefrenable y gozosa su pasión carnal con otra señora. Y surge el gran lío, las contradicciones entre la mística y el erotismo, la persecución y la tortura que le infligen los eternos inquisidores, el universo de los estigmas, la llegada de la peste.
Verhoeven juega fuerte en esta apuesta con una temática muy retorcida. Se vuelca en las escenas de sexo lésbico, deja malparada a la religión católica, pretende combinar lo onírico con el naturalismo. Sigo Benedetta durante parte del metraje con cierto interés, pero termino cansándome de tanto grito y de su desmadre argumental. Agradeces que en esta época puritana, en la que el cine tiene mucho cuidado en ofrecer imágenes de gente desnuda, las actrices de este director no se cortan al aparecer de esa forma. Normal. Que yo sepa, el sexo casi siempre se practica despojado de ropa.
La fractura está dirigida por Catherine Corsini, señora que goza de notable prestigio en el mundo de los festivales. La protagoniza una pareja de lesbianas al borde la ruptura. En la búsqueda enamorada y desesperada de la que sabe que va a ser abandonada, ella se mete un hostión en la calle, queda magullada y rota, la trasladan a urgencias en un hospital público. Allí todo es lento y caótico, hay esforzado, aunque escaso personal sanitario y las víctimas son muchas, ya que se están produciendo en París las manifestaciones de los chalecos amarillos contra las políticas del presidente Macron. Allí se va a fraguar una relación surrealista y tierna entre la que sufre de amor y el revolucionario furioso.
Existe algún momento gracioso, pero resulta repetitiva, es un chicle con sabor inicial que se estira hasta la monotonía o el aburrimiento. Lo mejor es la interpretación de esa magnífica actriz llamada Valeria Bruni Tedeschi. Aquí aparece desmaquillada, ancha, sin el menor adorno. No afecta a su fuerte personalidad, a la convicción que imprime a sus personajes.
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