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Pedro Mañas: “Usar un vocabulario accesible a los niños es más difícil que escribir algo complejo”


En febrero de 2020, un mes antes de que estallara la pandemia, Pedro Mañas, madrileño de 40 años, sacaba al mercado su tercera colección de libros infantiles, una protagonizada por una aprendiz de bruja con el pelo azul, magia multicolor y chorros de purpurina: Anna Kadabra. Luego llegó el primer confinamiento, que Mañas vivió con ansiedad y bloqueo. Al salir del mismo recibió una llamada: su brujita nueva estaba funcionando como un tiro. Menos de dos años más tarde, los siete libros disponibles de esta serie, ilustrados por David Sierra, han vendido 250.000 ejemplares, afirma la editorial Destino. Y la guinda: El Diario de Anna Kadabra, un texto irresistible (para los pequeños, se entiende) lleno de manualidades y forrado de estrellitas que cuesta 17 eurazos. Pero Mañas es mucho más que una máquina de hacer dinero. En 2015 ganó el Premio de Barco de Vapor por La vida secreta de Rebecca Paradise, sobre la una niña con gafas aficionada a las mentirijillas que llega nueva a un colegio. Y en 2018 ganó el premio Anaya de literatura infantil y juvenil por Apestoso tío Muffin, cuyo protagonista, por más que se lava, no deja de oler a pescado podrido. Además, con la editorial SM ­—porque una de sus señas es que no se casa con nadie—, está publicando una colección de libros de poemas para niños: El bosque, La luna y pronto, El mar.

Mañas le ha dado al acelerador de escribir cuentos, cuan truco de magia. Para el año que viene tiene el compromiso de escribir diez cuentos solo de las tres colecciones de libros que se trae entre manos, la mencionada Anna Kadabra, Los Cazapesadillas y Princesas dragón (debilidad de quien escribe, o más bien de sus hijas, que tampoco estoy tarumba). Mientras promociona uno, escribe el siguiente y anota ideas para el de después. Es autónomo y sufre como un autónomo, subraya.

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¿Cuál es el secreto de Anna Kadabra?

Quizá que es una serie autoconcluyente, no necesitas leer los anteriores para entender la historia. Y que hay mucho brilli brilli, pózimas mágicas, sale un cerdicornio… Se me ocurrió un día, no me preguntes cómo, pero a los niños les vuelve locos.

¿De dónde salió la idea de Anna Kadabra?

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Me contactó alguien de la editorial. Me pidió que propusiera algo y lo hice. A la editora le gustó que la protagonista fuera una bruja buena porque le vio una buena excusa para hablar de empoderamiento femenino.

¿Por qué esta fascinación con el mundo de las brujas?

Representa la opción de escapar de tu vida cotidiana, que lo fantástico venga a rescatarte y te saque de tu rutina. Soñar que se tiene magia es una manera de huir. Cuando estaba triste o sufría en el colegio, me refugiaba en los cuentos de El Barco de Vapor.

¿Habla de usted mismo?

No sería capaz de llamarlo bullying, pero sí tuve una gran consciencia de ser distinto. De no disfrutar de lo que disfrutaba el resto, del fútbol. Era demasiado sensible y sufría con facilidad. Me sentía un infiltrado.

¿No se cruzó con otra gente sensible?

Hasta la universidad, no. Me metí en el grupo de teatro de la Universidad Autónoma y ahí fue feliz rodeado de bichos raros maravillosos. Son mi núcleo duro de amigos de juventud. El grupo donde mi rareza se convirtió en mi valor.

¿De dónde ha salido usted?

Soy sobrino de la escritora Pilar Mañas. Pero soy fruto de una pura casualidad. Fui un chico sin vocación que estudió ciencias porque tenía facilidad y luego empezó medicina, y después se matriculó en periodismo y no fue ni un día a clase. Estaba en las nubes. Al final fue ese vivir en mi fantasía lo que me salvó. Participé en un concurso de literatura de Anaya, gané y a partir de ahí no he parado.

¿Lo de buscarte la vida se te hacía cuesta arriba?

El momento de dejar de estudiar y tener que buscar un trabajo me pareció horroroso. Mis padres esperaban que tuviera una formación sólida. Y yo no me veía preparado para elegir. Creo que nos fuerzan a elegir demasiado pronto. La vida es larga, se lo digo a los chicos. Nunca es demasiado tarde para elegir un oficio.

¿De dónde aprendió el suyo?

De mis lecturas. Y más que de las lecturas, de las relecturas. De todos los libros que leí de niño —El Pirata Garrapata, Fray Perico, La Historia Interminable— me han quedado frases, maneras. A veces le doy a mi hermana a leer algo y me dice: “¡Esto lo has copiado!

Qué bajón de hermana.

Al contrario, tiene razón. Ese es el arte también. Lo hago a cosa hecha: hace poco he usado de título un capítulo de Momo que me gustó, ‘Los cálculos no son perfectos pero cuadran’.

Este 2021, año 2 de la pandemia que no termina, las librerías especializadas en literatura infantil y juvenil han vivido un aumento en sus ventas del 26% respecto al mismo periodo de 2019, el doble que las librerías en general.

Es algo exuberante y de tanto que lo es corre el riesgo de sofocarse. Porque cada mes barren con lo que hay, vemos más producciones olvidables que nunca.

En Anna Kadabra hay una búsqueda de la sencillez. ¿Es difícil escribir un libro así?

Destilar, y utilizar un vocabulario accesible a los niños, es más difícil que hacer algo complejo y largo. En este momento de mi vida agradecería tener que adornar o que regar en lugar de podar. Es una de las mayores dificultades.

La morriña de nuestra generación. Cómo lo ves.

Soy parte de ello. Aunque he aprendido que la nostalgia puede jugar en tu contra. Los padres nos obstinamos en ofrecer historias viejunas y que representan un ideario que hoy en día no encaja. Los Cinco eran mucho mejores. Bueno, pues léete Los Cinco, en una edición sin editar. Prefiero mantener la nostalgia a raya. Aunque no puedo evitar que esas atmósferas me resulten sugestivos. Rara vez en mis libros se habla de teléfonos móviles. Me está costando adaptarme a eso. Uno le habla al niño que fue.

¿Tiene Anna Kadabra lectores varones?

La mayoría de sus lectores son niñas y muchas veces es por los padres, que consideran que tiene demasiada purpurina para sus hijos. Todavía estamos en estas. Pero esta colección ha conseguido que una pequeña parte de sus lectores sean niños. Y si encima lleva un ejemplar orgulloso al colegio, qué felicidad.




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