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Peña y el club de los impresentables

Cada exhibición del ex presidente es una burla al país que dejó tras de sí, corrompido, saqueado y violento. Su vida de jet set es una afrenta al nuevo gobierno, que llegó al poder con la promesa de castigar a los corruptos.

Por Ernesto Núñez Albarrán
@chamanesco

De cara a la renovación de su dirigencia nacional, los priistas han decidido que los aspirantes al Comité Ejecutivo Nacional debatan sobre el futuro de su partido.

Así, el miércoles 17 de julio, Alejandro Moreno, ‘Alito’, el presunto favorito en la contienda, encaró a sus dos retadoras, Ivonne Ortega y Lorena Piñón, en un debate plano del que la prensa nacional y los analistas políticos no atinaron a señalar a un claro ganador.

En ese debate, mucho dijeron los priistas del partido que, según ellos, quisieran ser. Pero muy poco hablaron de lo que fueron, no sólo como constructores del régimen hegemónico de los últimos 60 años del siglo XX, sino como responsables del desastre del último sexenio.

Si quisiera extraerse un ganador de ese aburrido debate, quizás habría que buscarlo en las páginas de la revista Hola! Se llama Enrique Peña Nieto, quien ni siquiera fue mencionado, a pesar de ser el principal responsable de la estrepitosa derrota del PRI en las elecciones de 2018.

Peña, cuya estela de corrupción y frivolidad alcanzó a cubrir a todo el PRI y, desde luego, a sus nuevos aspirantes a la dirigencia, aparecía en esos días en la portada de Hola!, sonriente y con un coqueto sombrerito blanco, pues había tenido el “detallazo” de comprar todas las flores a una vendedora en un restaurante de Madrid, para regalárselas a su nueva conquista, la modelo Tania Ruiz Eichelmann.

Nada se dijo, en el debate del PRI, sobre los saldos del Peñismo, funestos no sólo para el PRI, sino para el país entero.

Nada sobre el fracaso de la política de seguridad, que convirtió el 2018 en el año más violento de la historia de México. Nada sobre el repunte del Huachicol y el saqueo a Petróleos Mexicanos. Nada sobre Odebrecht, Lozoya, Juan Collado, Carlos Salinas, Peña Nieto y la Caja Libertad.

Ni una palabra sobre Carlos Romero Deschamps, Joel Ayala, Gerardo Ruiz Esparza, Miguel Ángel Osorio Chong o Rosario Robles.

Nada sobre el financiamiento millonario a la campaña de Alfredo del Mazo en 2017, o sobre las cuentas en Andorra del hoy flamante gobernador mexiquense. Ni media coma sobre Javier Duarte, César Duarte, Roberto Borge, Rodolfo Torre Cantú, Rodrigo Medina, Eruviel Ávila, Aristóteles Sandoval, Roberto Sandoval, y sus cómplices en el gobierno federal.

¿Qué pueden decir de los escándalos que hundieron al PRI en las elecciones de 2018 dos ex integrantes de ese impresentable club de ex gobernadores?

¿Qué podría decir ‘Alito’ sobre la Casa Blanca de Peña Nieto, si él se compró una mansión valuada en 46 millones de pesos, apenas en su cuarto año de gobierno en Campeche?

¿Qué podría decir la ex gobernadora yucateca Ivonne Ortega sobre los múltiples casos de corrupción en obra pública ocurridos en el sexenio peñista, si ella fue la artífice del Gran Museo Maya, con múltiples señalamientos de la Auditoría Superior de la Federación?

¿Qué pensará la veracruzana Lorena Piñón de las confesiones de su paisano Javier Duarte, que recientemente confesó que ayudó a financiar la campaña presidencial de Peña Nieto con dinero público?

Si algún priista está libre de complicidad con el sexenio de la corrupción, ¿se atreverá a lanzar la primera acusación en el próximo debate programado para el 7 de agosto?

Y quien resulte ganador de la contienda priista, el próximo 11 de agosto, ¿se deslindará de Peña Nieto?

¿Quieren eso los 7 millones que votaron por José Antonio Meade, o los millones, miles o cientos de priistas aún afiliados al tricolor?

¿Qué pensarán los militantes de base de su ex presidente conquistador y bailarín?

Una semana sí, y la que sigue también, Enrique Peña Nieto aparece en alguna red social, o en las revistas del corazón, disfrutando de su nueva vida de rompecorazones.

Su ex presidencia es tan frívola como su administración.

Como si no hubiera dejado un país en llamas, el priista mexiquense sonríe ante las cámaras, convertido en un romántico mozalbete que conquista a su chica con rosas y torpes pasos de baile.

Con cada una de sus exhibiciones, Peña Nieto se burla del país que dejó atrás, corrompido, saqueado y ensangrentado. Cada una de sus apariciones públicas, así tan campante, es una afrenta que alimenta la idea de que algo pactó con su sucesor, para gozar de semejante paz y felicidad.

Su vida de jet set refleja la tranquilidad de quien se sabe impune.

Está claro que el PRI no lo juzgará, pero ¿cuántas mañaneras más pasarán antes de que alguien se atreva a investigar su sexenio?




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