La Neta Neta

Pere Aragonès, el elegido del jefe

Pere Aragonès, el pasado miércoles, en la azotea del Distrito Administrativo de la Generalitat, en Barcelona.
Pere Aragonès, el pasado miércoles, en la azotea del Distrito Administrativo de la Generalitat, en Barcelona.Carles Ribas

14 de octubre de 2020. Los contagios por coronavirus vuelven a escalar. En la Generalitat hay de nuevo división interna sobre la necesidad de tomar medidas lesivas para la economía pero necesarias para frenar una segunda ola. Hace dos semanas que Pere Aragonès (Pineda de Mar, Barcelona, 38 años) dirige el Govern tras la inhabilitación de Quim Torra y tiene sobre la mesa una drástica propuesta: cerrar la hostelería. Hijo de una saga hotelera, admite que supuso una decisión “muy dolorosa”. En 2018, el presidente de ERC, Oriol Junqueras, le señaló como su sucesor, pero fue ese día cuando sintió por primera vez la soledad del presidente.

“Es un pragmático con sentido del deber”; “será un perfecto presidente para administrar una Cataluña autonómica pero no para liderar un embate con el Estado”; “es trabajador y previsible, justo lo que necesitamos”; “habla poco y escucha mucho; parece que compre el discurso, pero hace lo que cree”; “es analítico, exhaustivo y metódico; nada dogmático”, dicen de él un excolaborador del Departamento de Economía, un compañero de las juventudes de ERC, un futuro consejero, un empresario y un consejero de Junts en el último Govern, respectivamente. Otra voz de la veintena de consultados para esta información lo ve como antítesis de su antecesor: “No lo veremos incentivar el bloqueo de carreteras”.

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Hay incluso otra expresión más gráfica para definir el estructurado carácter del primer president contemporáneo nacido en democracia: “Es un hombre que seguro que duerme en pijama”. La relevancia de un político en Cataluña se puede medir por su bautizo en Polònia, el programa satírico de TV-3, y Aragonès se estrenó el 24 de junio de 2018, dos décadas después de entrar en política y cuatro años después de que Junqueras lo mostrara como figura a seguir, al menos en los cenáculos empresariales de Barcelona.

Ahora despacha en el Palau de la plaza de Sant Jaume y quiere ser el presidente de la reconstrucción tras la pandemia. Y, obviamente, de una independencia que, defiende, es la opción que saldría victoriosa en un referéndum acordado. El jueves, en el debate de investidura en el Parlament, se comprometió a sacarlo adelante este mandato, sin amenazas de unilateralidad. Aragonès encarna el viraje a un secesionismo que no renuncia a la determinación pero huye de estridencias. Para muchos, un oxímoron.

Pese a estar en primera línea política, su paso por altas responsabilidades ha causado ruido. En el ámbito institucional, dos episodios en los que participó han dejado de manifiesto el aislamiento de la Generalitat. Uno, que se enterara por los medios de comunicación de la fusión de CaixaBank, primer banco catalán, con Bankia para crear el gigante español. El segundo, que no asistiera en marzo a la visita que el presidente del Grupo Volkswagen, Herbert Diess, hizo a Seat, la mayor industria de Cataluña, por el veto del Govern al rey Felipe VI.

Pere Aragonès abraza a Oriol Junqueras, de permiso penitenciario, tras ser investido presidente, el pasado viernes en el Parlament.Albert Garcia

Bajo su liderazgo, ERC ocultó los abusos de un alto cargo del Departamento de Acción Exterior a varias trabajadoras y se ha cerrado en banda ante los indicios de posible tráfico de influencias entre consejerías republicanas y el exsecretario general de la formación Xavier Vendrell. Más vinculado a su vida personal, que mantiene cerrada a cal y canto, generó revuelo su presencia en la boda de la hija del exdirector de la Fundación La Caixa Jaume Giró, por lo que suponía que un dirigente de izquierdas, crítico con los negocios “del palco del Bernabéu”, se codeara con el poder fuera de los despachos. “Tengo amigos de todas las ideologías. No soy sectario”, justifica Aragonès. Giró, aunque escogido por Junts, será su consejero de Economía.

La presencia reposada, su discurso casi cartesiano y el pragmatismo no cuadran con un cierto tópico sobre los militantes de Esquerra. Aragonès procede de una familia bien del Maresme, con una riqueza forjada primero por la industria textil que creció a la sombra del régimen franquista (uno de sus abuelos, del Movimiento, fue alcalde) y después del negocio hotelero. También tiene entre sus antepasados inmigrantes de Almería y exiliados por la dictadura, mezcla que recordó en su investidura. En Pineda de Mar, donde su padre fue regidor independiente de Convergència, a la casa de los Aragonès se le llama irónicamente Falcon Crest. “Uno tiene que responder por uno mismo; las familias siempre son una historia de contradicciones”, apunta el president. En confianza, recuerda un amigo cercano, el mensaje va con más sorna: “Si l’avi levantara la cabeza…”. Su situación personal nunca le ha impedido defender la subida del impuesto de sucesiones.

Su pareja, Janina Juli, militaba en las juventudes de Convergència. Se casaron hace cuatro años y tienen una hija de dos. “Se aman con locura”, dice una amiga de la pareja. Tanto como para que él, en el banquete de bodas, venciera la timidez y le concediera un reguetón, según revela su única biografía autorizada, de 134 páginas (Pere Aragonès, l’independentisme pragmàtic, Pòrtic). Su padre aceptó la decisión del joven Aragonès de entrar en política con una advertencia: “Haz lo que quieras, pero que nunca te tenga que ir a buscar a la comisaría”.

Su carácter reflexivo y la capacidad de trabajo y gestión llevaron a Junqueras a designarle sucesor en enero de 2018. Fue en el locutorio de la cárcel, en presencia de la secretaria general del partido, Marta Rovira —que después huiría a Suiza—: “Si le pasa alguna cosa a ella, te toca a ti”. Aragonès contestó: “Asumiré lo que sea, pero me tenéis que ayudar entre todos”.

Plan de austeridad a los 16

Aragonès llevaba entonces 20 años militando en ERC y niega que se hubiera planteado el reto de convertirse en el quinto president del partido, a la estela de emblemas como Francesc Macià, Lluís Companys, Josep Irla o Josep Tarradellas, si bien su trayectoria vital parece premonitoria. A los 12 años, creó un partido con los amigos del pueblo. Inició su carrera como miembro de la rama juvenil del partido, que llegó a presidir. Su primera medida, recuerda Joan Puigcercós, exlíder de la formación, fue un plan de viabilidad para reorganizar las maltrechas finanzas, ejercicio que ha debido repetir en el Govern. Saltó al Parlament como diputado en 2006. “Rehuía ser el que se encarga solo de los temas de juventud”, recuerda la exdiputada republicana Anna Simó.

Si entró en el Parlament cuando ERC era parte de la zozobra del tripartito catalán, su salto al Ejecutivo llegó con la no menos convulsa coalición Junts pel Sí. El jefe, como se alude a Junqueras en los grupos de mensajería de Vicepresidencia, se lo llevó al Departamento de Economía, donde concentró lo que consideraba el músculo en el que veía la continuidad de Esquerra.

Pere Aragonès, en 2005, en una entrevista como portavoz de las juventudes de ERC en la revista ‘Esquerra Nacional’.

La de Aragonès ha sido una carrera política meteórica que no le ha dejado espacio para poner el pie en el sector privado —uno de sus principales hándicaps— y cuya velocidad le impidió incluso abandonar la carrera parlamentaria, como se planteó en 2015, para no centrarse únicamente en la política. Tardó ocho años en acabar Derecho (comenzó en la Pompeu Fabra y terminó en la UOC) y, de momento, tiene guardada en el cajón la tesis sobre la deuda de la Mancomunidad de Prat de la Riba. Su economista de cabecera es Mariana Mazzucato. El exconsejerode Economía durante el Govern de Artur Mas, Andreu Mas Colell, pactó con él un acuerdo CiU-ERC. “Combina juventud, inteligencia y madurez, mezcla que no es común”, dice.

Whasaps para intervenir en Estremera

Junqueras confió en Aragonès cuando él mismo y sus principales hombres de confianza, Josep Maria Jové y Lluís Salvadó, se dedicaban a organizar el referéndum del 1-O. Incluso con ellos aún en el barco asumió responsabilidades de gestión. Un colaborador de la época recuerda a Aragonès, de madrugada y con corbata, pidiéndole a Junqueras que llamara al entonces ministro de Economía, Luis de Guindos, para evitar que Standard & Poor’s emitiera una nota con un selective default por la incapacidad financiera de la Generalitat para pagar su deuda. “Si Cataluña cae, España cae”, le advirtió. A las 4.00 horas salvó la crisis.

En diciembre de 2017, con la Generalitat intervenida tras la aplicación del 155, estaba en juego el fin de la Agencia Tributaria de Cataluña. “Cuando planteamos desmantelarla porque la considerábamos una estructura de Estado, él se opuso con firmeza, pero no con argumentos independentistas, sino porque defendía que era imprescindible para que la Generalitat recaudara sus impuestos”, explica Roberto Bermúdez de Castro, entonces secretario de Estado de Administraciones Territoriales.

Aquella es una de las épocas más duras para el nuevo president catalán, alrededor de quien antes del referéndum se había creado un cordón sanitario, junto a otros cargos medios, para evitar trabajos delicados en la organización del 1-O y evitar así que pudiera ser encausado. Cuando se produjeron los primeros encarcelamientos, Aragonès tiró de wasap con miembros del Gobierno para intentar ordenar los emparejamientos una vez que Junqueras, Raül Romeva, Carles Mundó y el resto de políticos y dirigentes de Òmnium y de la Assemblea Nacional Catalana relacionados con el 1-O ingresaron en la prisión de Estremera y Alcalá Meco.

Sin familias que le sustenten en el partido (ni enemigos), Junqueras bloqueó la amenaza a su elegido: el intento del expresidente del Parlament Roger Torrent (41 años) de rivalizar con él como presidenciable al 14-F. “Tiene pendiente hacer algo que le otorgue verdadera legitimad”, dice un exalto cargo de ERC. Aragonès valora al líder preso como uno de sus mentores, pero ahora se enfrenta a descubrir su voz propia. ¿Matará al padre? “Posiblemente busque rodearse de gente que él mismo escoja y no los de la antigua corte de Junqueras”, añade un antiguo asesor. ”Ponerse la gorra de general cambia a la gente”, acepta otro. El primer paso para dejar de ser el elegido del jefe.


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