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'Persoas S.A', el documental gallego que reivindica el activismo LGTBI desde el mundo rural

Cuando nació nuestra hija Sara, apenas sabíamos cosas de la transexualidad. Solo acumulábamos ideas vagas procedentes de la televisión: la asociábamos con el travestismo, la noche, la farándula… Pero no sabíamos mucho más.

Por eso, cuando nuestra pequeña Sara –que entonces se llamaba Hugo- empezó a probarse mi ropa, pensamos que sería algo temporal, que probablemente solo trataba de imitarme. Entonces tenía un año y medio.

Entre nuestras amistades, la gente tampoco sabía mucho. Cuando explicábamos que al regresar de la guardería Sara se colocaba una toalla como si fuera una melena, nos decían que probablemente fuera gay. Entonces desconocíamos la diferencia entre la identidad sexual y la orientación sexual, pero ahora sabemos que no es lo mismo.

Comenzamos a tener una idea más clara de lo que ocurría hacia los tres años, cuando Sara empezó a nombrarse. Por ejemplo, después de leerle un cuento –siempre nos pedía que la protagonista fuese femenina- nos decía cosas como: “Cuando de mayor sea una chica…”.

A partir de entonces, viendo que aquello iba a más, empezamos a recopilar información. Tras consultar en asociaciones y en internet, decidimos que Sara debía expresarse libremente. A todos los efectos, asumimos que era una chica y en ningún momento le hicimos ver lo contrario.

De esa etapa tenemos recuerdos preciosos, como cuando nos la encontrábamos imitando a Shakira y Beyoncé delante de un espejo. Al encontrarla así, feliz, nos entraba la risa. Además, se le daba realmente bien…

Pero hacia sus cinco o seis años llegaron los primeros síntomas de conflicto: ya no quería llevar muñecas al colegio, exageraba los gestos masculinos, escondía sus juguetes cuando teníamos visita…

A sus seis años, un día llegó del colegio y nos preguntó:

-¿Qué significa “maricón”?

Durante todo el año, los chicos mayores le habían estado insultando. Y ella se había convertido en una persona más triste, menos espontánea. Resumiendo, en esa época despertó al tabú.

Pese a que en casa encontraba la libertad para hacer lo que quisiera, en el colegio se veía empujada a ocultar su realidad. Lidiar con eso supone una carga muy pesada y un conflicto gigantesco para una niña de seis años.

Pero seguía teniendo las cosas claras: “Todas las mañanas me levanto pensando en cómo sería vivir como una niña”, nos decía.

En ese momento se impone la necesidad de realizar el tránsito social. Así se llama al momento en que la persona trans* empieza a mostrarse al mundo como se siente: en el caso de Sara, como una chica.

Aprovechamos unas vacaciones en Oporto para que Sara comenzara su tránsito. Dos días antes del viaje decidió su nuevo nombre: Sara. De todas las opciones que barajamos, ese fue su favorito. Y una vez en Portugal, se sintió muy cómoda paseando vestida como una chica.

A partir de entonces, esa fue su rutina. Por suerte, en ese momento, su profesora supo manejar la situación. Se lo explicó al resto de la clase con total naturalidad y sus compañeros lo aceptaron de inmediato.

Es curioso: aunque tendamos a pensar que los niñxs (la x incluye a lxs menores transexuales) son crueles, si se les explican las cosas con franqueza pueden llegar a ser muy comprensivos. No vamos a negarlo: nosotros, como padres, tuvimos que hacer un esfuerzo para asimilar que Sara fuese una chica con pene. Sin embargo, nuestro hijo pequeño, Gabriel, lo entendió enseguida.

De hecho, con seis años, Gabriel tiene detalles hermosos con su hermana: cuando la ve triste, le dice que ese día está muy guapa. Y un día le sorprendimos explicando a otro niño en el parque: “¿Es que no sabes que hay niños con vulva y niñas con pipi?”. Sí, lxs niñxs ni son tontxs ni crueles. Basta con explicarles las cosas a una edad en la que todavía son permeables, en la que carecen de grandes prejuicios.

Como decía, Sara encontró comprensión en el profesorado. Ella utiliza el baño de chicas y nadie lo cuestiona. Pero no todo el mundo tiene la misma suerte. Por ejemplo, me consta que algunos centros han propuesto horarios especiales para que sus alumnxs trans* usen el baño, o que usen el de minusválidos, o el de los profesores… Con estas actitudes, los adultos también provocamos que los niñxs trans* se sientan diferentes, raros.

Es curioso que en la educación infantil los baños sean unitarios, ¿qué necesidad hay de diferenciar los baños a partir de los cinco años?

Pero hay dilemas más importantes que el uso de los baños. Por ejemplo, Sara fue la primera niña trans que se cambió el nombre legalmente en Galicia. Este paso tiene mucha importancia. Por suerte, en los diez meses que han transcurrido desde entonces, otros cuatro niños han seguido sus pasos en Galicia.

Y digo que es importante porque usamos nuestros nombre para identificarnos todo el tiempo: en cualquier instancia oficial, en la consulta del médico, en los aeropuertos… Imaginemos un caso extremo: ¿Os imagináis que a una chica le pidiesen su documentación para entrar en una discoteca y en ella apareciese un nombre masculino? ¿Te imaginas tener que explicar toda tu historia personal al encargado de seguridad? Por suerte, eso ya no pasará en el caso de Sara.

Tras conocer de primera mano las dificultades de los menores trans, me pasé al activismo: empecé a dar charlas y presido una asociación de familias de menores trans* llamada Arelas, que en gallego significa “anhelos”. Esa palabra representa bien nuestro cometido: anhelamos que nuestros niñxs puedan desarrollarse con naturalidad.

Dentro de nuestra actividad, por ejemplo, hemos contactado con algunos colegios para que sepan actuar si tienen algún alumnx trans*. Pero muchos colegios ni siquiera han contestado a nuestros mensajes.

El año que viene Sara irá al instituto y cambiará de compañerxs y profesores. Es inevitable sentir cierta preocupación, a sabiendas del acoso que sufren muchos niñxs trans*. Alan se suicidó el pasado mes de diciembre a los 17 años en Rubí (Barcelona) pese a contar con el apoyo familiar y haberse cambiado legalmente el nombre.

Teniendo una hija trans, es duro saber que el 83% de las personas adultas trans han pensado alguna vez en el suicido. Ellxs no piensan en suicidarse por el hecho de ser trans, sino por el acoso que lleva aparejado. La madre de Alan explicó esta sensación: “Lo suyo no fue un suicidio, sino un asesinato social”.

Entre todxs tenemos la obligación de cambiar las cosas. Para ello la diversidad sexual debería recogerse en el currículo educativo y en los libros de texto. No debería ser tan complicado entender que la identidad sexual no solo depende de los órganos genitales. No hay razón para ocultarlo.

Sara ahora tiene 8 años y va a los campamentos, hace deporte, tiene su grupo de amigxs… Se divierte cantando como Shakira y como Beyoncé. Ahora es feliz, y debería serlo siempre. Permitámoslo entre todxs.


Si estás en una situación similar, puedes contactarnos en Arelas en contacto@arelas.org

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