LIMA – Lejos de lo que se pensaba hasta ahora, los sacrificios masivos de niños fueron un ritual habitual en el Antiguo Perú, donde hasta el momento se han encontrado los esqueletos de 364 niños ejecutados en al menos tres episodios distintos acontecidos en un lapso de entre 100 y 150 años.
Así lo aseguró a la Efe el arqueólogo Gabriel Prieto, director de las excavaciones realizadas en la costa norte de Perú, cuya última temporada de trabajos concluyó este miércoles con la seguridad de estar ante uno de los descubrimientos arqueológicos más importantes de los últimas décadas en América.
Los investigadores estaban convencidos de haber dado con un evento sumamente extraordinario cuando el año pasado anunciaron el hallazgo del mayor sacrificio de niños de la América prehispánica, donde había restos de 137 menores, pero las nuevas excavaciones revelan que esta práctica era algo más común de lo que pensaban.
A una milla del primer lugar encontraron otros 227 restos de niños con las mismas señales: un gran corte en el pecho que fracturó el esternón y las costillas y que habla de la práctica de sacrificios humanos.
El modus operandi coincidente de las ejecuciones revela que los autores de los sacrificios fueron los chimú, la gran civilización que dominó la costa norte de Perú entre 1200 y 1450 y una de las pocas que ofreció resistencia armada a la expansión de los incas.
Los últimos descubrimientos realizados este año han llenado de interrogantes a los especialistas, no solo por sus causas sino también para entender por qué esta sociedad comenzó a practicar estas hecatombes que no tienen precedentes conocidos ni en civilizaciones previas del Antiguo Perú ni en el resto de América.
Los investigadores tienen bastante claro que el primer grupo de niños que encontraron fue sacrificado para calmar a los dioses ante inundaciones causadas probablemente por el fenómeno climatológico de El Niño. Las huellas de los verdugos estaban aún marcadas en un barro totalmente inédito en el arenoso desierto de esa zona de Perú.
En los dos multitudinarios entierros descubiertos en los últimos meses no hay evidencias de inundaciones, por lo que los arqueólogos apuntan a que su finalidad fue conmemorar victorias militares en la expansión de los chimú por el territorio peruano.
“Por el norte llegaron casi hasta Ecuador y por el sur casi hasta Lima. Ellos pelearon con muchas otras sociedades contemporáneas, y eso quedó registrado en las crónicas españolas”, recordó Prieto.
“El evento más antiguo, entre los años 1200 y 1250, coincide con esas campañas expansivas del Estado chimú hacia la zona norte y en el último ya hay presencia inca (1450). Lo interesantes es que aquí vemos lo importante que fueron para esta población los sacrificios humanos que incluso los incas los continuaron realizando”, destacó.
De hecho, el director del Programa Arqueológico Huanchaco recordó que los incas también practicaban sacrificios niños, aunque en número mucho menor, dentro de ceremonias llamadas “capacocha”.
“Pensamos de manera preliminar que, de repente, estas ceremonias incas, que fueron muy bien documentadas por los españoles, fueron una idea tomada de los chimú”, sostuvo Prieto.
Otra diferencia entre los distintos sacrificios es que los niños tenían en su mayoría entre 6 y 8 años en el primero descubierto el año pasado y marcado por las inundaciones en Huanchaquito-Las Llamas, un paraje muy próximo a Chan Chan, la mayor ciudad de barro de América, que fue la gran capital de los chimú.
En cambio, las edades oscilan entre 10 y 14 años en los restos encontrados en Pampa La Cruz, muy cerca del balneario de Huanchaco, la playa más famosa de Trujillo, la capital de la región La Libertad, que se encuentra unas 355 millas al norte de Lima.
Allí también constataron que algunos de los niños procedían de la elite chimú, pues fueron enterrados con suntuosos telares y conchas spondylus, el molusco de color rojizo procedente de aguas tropicales al que daban un valor incluso superior al oro.
Otro elemento hallado fue el cuchillo ceremonial con el que supuestamente fueron ejecutados los niños, una pieza con forma de hongo y revestida de cobre que al moverlo sonaba como un sonajero.
Las excavaciones comenzaron en 2011 con apoyo de la Municipalidad de Huanchaco y la Universidad de Yale, pero no se reanudaron hasta 2014 con financiación de National Geographic.
Este año se trabajó gracias al Fondo del Embajador de los Estados Unidos para la Preservación del Patrimonio Cultural del Perú y a la Universidad Nacional de Trujillo (UNT), en cuyo laboratorio han sido almacenados todos los restos desenterrados.
Ahora “la gran prioridad” de los arqueólogos es conseguir que se haga un museo para exhibir todos los hallazgos, una instalación que podría incluso impulsar la oferta turística y cultural de la región.