La dama oferente (La femme au vase) señala con su brazo estirado el camino del Guernica en el Museo Reina Sofía, en Madrid. Pero ahora, allí donde habitualmente se posan sus pies encuentras un vacío. Ha sido trasladada al Centro Botín (CB), en Santander, donde da la bienvenida a quien se acerca para ver la exposición Picasso íbero junto a una pariente lejana del siglo V antes de Cristo hallada en el Cerro de los Santos (Albacete). La mujer de bronce oscuro, con su cabeza amorfa, sus pechos orondos y desnivelados, la extremidad desplazada hacia el infinito y su copa al frente, cumple con su papel de guía como una anfitriona rechoncha y acogedora.
El pasado 20 de abril, cuatro operarios la removieron de su espacio habitual en Madrid, metieron en una caja naranja con todas las garantías de seguridad sus 220 × 122 centímetros de largo y ancho, y la trasladaron a Santander como préstamo. Es una de las más de 215 piezas —96 de ellas del artista malagueño— pertenecientes a 22 prestadores que componen la muestra abierta desde el 1 de mayo hasta el 12 de septiembre junto a la bahía.
Juan Antonio Sánchez Pérez es el correo del Reina Sofía. La persona del museo encargada de verificar que sale en perfectas condiciones, llega al destino, se coloca sin sufrir daño en su nuevo espacio y retorna sin desperfectos a su lugar. Sánchez Pérez, en Madrid, toma fotografías desde el pedestal hasta la cabeza, indica cómo debe ser transportada la escultura de unos 200 kilos, acompaña al camión escoltado por una patrulla de la Policía Nacional y al día siguiente, ya en el espacio de la muestra, espera indicaciones de Cécile Godefroy, la comisaria de Picasso íbero y experta en el artista, para colocarla como a ella le plazca.
Godefroy ha esperado en el recinto junto a Roberto Ontañón Peredo, comisario asociado y director del Museo de Prehistoria y Arqueología de Cantabria, la llegada del resto de piezas y a quienes las acompañan desde, entre otros, los museos del Louvre o el Picasso y el Centro Pompidou en París; el Thyssen, el Reina Sofía, la Fundación Juan March o el Museo Arqueológico de Madrid, o los dedicados al artista español en Barcelona y Málaga, así como de diferentes espacios de la Península donde se guardan joyas íberas de los siglos V y I antes de Cristo y varias colecciones privadas de todo el mundo. Algunos han acompañado a las piezas, otros se han conectado por videoconferencia, un remedio que ha resultado eficaz en tiempos de covid.
Todas estas obras componen el recorrido de Picasso íbero, un viaje que desde 1906 el artista inició en el Louvre y del que no se apeó hasta su muerte en 1973. ¿Por qué tan temprano? A principios del siglo XX, el museo parisiense dedicó una muestra a la creación de la península Ibérica con piezas que databan de 2.600 años atrás. Se mostraban nuevos descubrimientos de yacimientos como el Cerro de los Santos, en la provincia de Albacete. Aquello produjo tal impacto en el artista que lo llevó a proyectar su definitivo impulso hacia la extrema modernidad desde una raíz remota que le conectaba con lo más profundo de su identidad. “Fue una de sus influencias más determinantes, le transportaba a sus orígenes españoles y más concretamente a los andaluces”, afirma Cécile Godefroy.
Un paseo por Picasso íbero da idea de la fructífera y explosiva simbiosis, del mimetismo incluso entre dos corrientes creativas conectadas a través de los siglos. Así lo cree también Bernard Ruiz-Picasso, nieto del artista, que se ha involucrado a conciencia en la exposición. “Mi abuelo trazó el puente a su tiempo a base de herencia mediterránea”, dice. La estirpe homérica, a la que se refería Eugenio d’Ors cuando hablaba del artista: “A la familia de Ulises perteneces; de Ulises fértil en astucias”, como lo definía en vida el pensador catalán. “Él bebe de muchas fuentes”, cree su nieto, “se apropia de estilos por intuición, por gusto, por instinto, desde una perspectiva nada académica. En esta exposición se ve y quizás nos conduzca a nuevas conclusiones”, afirma el descendiente. Picasso siempre reconoció el trazo íbero como algo fundamental en su obra. Ese influjo le lleva directamente a iniciar una senda radical con Las señoritas de Aviñón. Es una aventura que empieza y termina en 1907. Un año en el que se lo jugará todo, según sostenía el crítico Jan Laude. Cuando muestra el cuadro a sus amigos, el impacto es directo hasta en quienes le siguen dentro del cubismo: “Esto es como si quisieras hacernos tragar petróleo”, le dijo Georges Braque.
Lo que Picasso buscaba era una nueva vía radical para hacer sobrevivir la pintura en un siglo donde la iconografía ya no se basaría en imágenes calcadas de la previsible realidad. Con la vista puesta en un futuro incierto, el artista miró hacia el pasado. Y aquella exposición del Louvre resultó fundamental. No solo por el recuerdo, sino porque su obsesión le mueve hasta convertirse, digamos, en cómplice de un delito mediante el cual cambió la historia del arte. Aquel chanchullo conduce en buena parte a algunos hilos de la exposición santanderina, cuyo catálogo ha editado La Fábrica.
Ocurrió así. En 1906, el artista sufrió su shock dentro del Louvre. Las piezas íberas que le provocaron la sacudida pertenecían a nuevos hallazgos en diversas excavaciones. Picasso debió comentarlo en varios círculos y un buen día le llegó una oferta tentadora. Algo tuvo que ver en ella su amigo el poeta Guillaume Apollinaire. El secretario de este, Joseph Géry Pieret, un belga con dotes para la estafa, golfo de salón y marchante barriobajero, había robado algunas piezas de arte íbero del museo. ¿A quién vendérselas? A cualquier artista que las necesitara.
Picasso las compró. “Por 50 francos”, fanfarroneaba Géry Pieret. ¿Una ganga? A juzgar por el efecto que produjeron en la posteridad, desde luego. Durante al menos cuatro años permanecieron en su estudio, a su vista, disponibles para su uso exclusivo. A lo largo de ese periodo, el artista transitó de su época rosa al cubismo. Poco después viró violentamente el rumbo del arte occidental. Impuso la búsqueda de nuevas formas. Y, sin duda, las figuras guardadas celosamente entre sus armarios y cajones influyeron. Años después las devolvió al museo y guardó silencio. Solo en la década de los cuarenta comenzó a hablar de ello. Se lo revela a Christian Zervos, fundador de la revista Cahiers d’Art y encargado de completar el catálogo más riguroso que existe sobre el artista: 33 volúmenes con 16.000 reproducciones de su obra.
Hoy algunas de estas piezas entonces robadas por Géry Pieret y adquiridas por Picasso se exhiben en la exposición del CB. De aquel atraco al patrimonio surgió una de las revoluciones estéticas mundiales de mayor calado en la historia. En Santander disponen de las pruebas. Jorge Vásquez Urzua, del departamento de antigüedades orientales del Louvre, las ha trasladado cumpliendo su labor de correo del museo parisiense y como parte de las 14 piezas provenientes de sus fondos.
El responsable del museo ha bajado en coche tras el camión que las transportaba sin perder ojo. “Hoy, en tiempos de coronavirus, se incrementan los costes del desplazamiento”, asegura. Dos años atrás, el conservador del Louvre se hubiera montado directamente en el camión; hoy tiene que seguirlo en otro vehículo y hacerse las pruebas correspondientes para cumplir con su trabajo: “Mi labor consiste en disminuir los riesgos. Cada vez que mueves una pieza, el peligro de que sufra algún percance aumenta. Para esta exposición hemos transportado objetos de piedra muy frágiles que datan de 300 años antes de Cristo”.
Forman parte de las piezas antiguas en diálogo con la modernidad de la exposición y se muestran al principio del recorrido en Santander. “Esas resonancias van y vienen continuamente en la vida del artista”, asegura Roberto Ontañón como comisario asociado. A Picasso le fascinan, ante todo, las cabezas del Cerro de los Santos, parte fundamental del botín que le compró a Géry Pieret junto a otras obras. “Trabaja directamente sobre esos volúmenes, los saca del armario, analiza su peso, sus dimensiones”, dice Ontañón. “Su impacto es continuo. No tiene que ver con el del estudioso en la materia, que no lo era. Es sencillamente algo físico y emocional”.
Lo mismo opina Pierre Rouillard, historiador y arqueólogo, auténtico docto francés en arte íbero, que forma parte de la comisión científica encargada de diseñar la exposición. Aparte de la llamada identitaria e instintiva que todo este acervo produce en Picasso, Rouillard destaca las múltiples corrientes que dan lugar a esa tendencia en España: “El arte íbero es una manifestación plenamente mediterránea. Bebe de fuentes orientales, fenicias y griegas que se desarrollan en la zona del Bajo Segura y Andalucía, sobre todo”.
El trazo mestizo, ese vendaval bastardo pero preciso de influencias, excita sin duda a Picasso. “El trabajo del artista es seguir el camino de la historia”, comenta su nieto. “Y él manifiesta claramente la potencia de un arte bastante desconocido entonces donde encuentra una base muy radical”. Tanto que cabe dar la vuelta a la afirmación y preguntarse: si bien es cierto que Picasso debe gran parte de su inspiración al arte íbero, ¿cuánto debe el arte íbero hoy a Picasso? Rouillard y el descendiente del artista creen que mucho. Como también, a lo largo de su vida, pone en valor para la modernidad y eleva a otra dimensión el arte africano y el chipriota, griego o etrusco, estos tres últimos también adoptados entre sus influencias por su relación cómplice y más que competitiva con Henri Matisse.
Por eso quizás Picasso singulariza de manera preeminente su lazo íbero. Para distinguirse de las demás influencias que adoptaban sus contemporáneos, pero en consonancia con la misma línea: la de viajar sistemáticamente atrás para tirar hacia delante. “Las señoritas de Aviñón y el cubismo no caen del cielo”, afirma Bernard Ruiz-Picasso. Entre otras cosas, se deben a lo que Cécile Godefroy califica como una auténtica epifanía. “El arte íbero le lleva a emprender una nueva forma de representación”, asegura la comisaria. Una metamorfosis anatómica en sus criaturas. “Transforma las figuras, los cuerpos, los rostros”. Empezando por el suyo, con sus propios autorretratos. “Era un buen caricaturista. Las figuras del Cerro le empujan a buscar otro estilo, penetra en nuevas formas geométricas tanto en el hombre como en la mujer. Busca una manera objetiva de representación de la naturaleza, menos sentimental; casi borra la expresión e incluso aporta frialdad”, dice Godefroy.
Todo aquel descubrimiento le sirve para la pintura y la escultura. Y prima en todo ello el volumen sobre el color. Quizás para diferenciarse de Matisse, en este caso. “O por dejarse llevar hacia un estilo propio en una clave mucho más espontánea, sobre todo en la escultura”, dice la comisaria. De hecho, otro aspecto que le caracteriza en ese campo es, según Cécile Godefroy, “su sentido del humor”. Lo cuenta mientras muestra su famosa cabeza de toro compuesta por un sillín y un manillar de bicicleta. La simbiosis de dos elementos perfecta: entre la broma y la trascendencia. “Él concibe la escultura como un juego permanente”, afirma.
Justo lo que no ha supuesto el montaje de esta exposición. Más bien lo contrario. Picasso íbero representa el reto riguroso de poner en pie, tras meses de paréntesis, una ambiciosa muestra en tiempos de coronavirus. “Hemos aplicado la misma exigencia y parecidos plazos. Los procesos han cambiado poco, salvados ya los momentos de incertidumbre que afectaron a todos los primeros meses de confinamiento”, afirma Begoña Guerrica, directora del departamento de artes plásticas del CB.
El presupuesto de la muestra da idea de la dimensión: 1,5 millones de euros. “Para nosotros, esta exposición y lo que significa en este momento son palabras mayores”, asegura Íñigo Sáenz de Miera, director de la Fundación Botín. Han sido muy cuidadosos en las medidas. “Solo hemos tenido un positivo dentro del equipo”, afirma. “Y ha seguido el proceso de montaje en todo momento por teleconferencia”.
Con Picasso íbero, el Centro Botín retoma los planes previos a la pandemia. También su estrategia expositiva: “Supone por nuestra parte el regreso a los grandes proyectos que nos vimos obligados a detener. Trabajamos la aportación que queremos ofrecer sobre los grandes artistas con miradas diferentes. Acompaña además la filosofía fundamental del centro: convertirnos en factor dinamizador de la región. Nuestra apuesta desde que Emilio Botín lo proyectó es ayudar a quienes viven aquí a mirar su propia realidad de manera creativa. Y lo vamos midiendo con indicadores”, afirma Sáenz de Miera. ¿Cómo? “Desde nuestra creación, estamos atentos a la creatividad en Cantabria. Queremos saber desde lo más básico, si ha aumentado la venta de pinturas o libros, hasta la asistencia a eventos. Proyectamos lo mejor desde la base local. El hecho de que las circunstancias limiten espacios o desplazamientos no significa que debamos bajar el nivel de nuestras propuestas. Al contrario”.
Y en ese empeño andan estas obras fundamentales pertenecientes a tiempos remotos como germen de las expresiones más originales en la península Ibérica, trasladadas por la inconmensurable medida del genio de Picasso a la modernidad. La dama oferente, amable, hospitalaria y bien plantada, les espera en la entrada. Acepten su vaso y disfruten de este encuentro que puso patas arriba la historia del arte.
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