Pilar Quintana (Cali, Colombia, 49 años) ganó el premio Alfaguara con Los abismos y el título ya dice lo que puede sentir el lector nada más entrar en esta novela que transmite el miedo, ese sentimiento previo a caer en el abismo. Hablamos con ella en la biblioteca de su editorial, en Madrid. Quintana ya publicó, entre otros, La perra, ganadora de varios premios.
Pregunta. Piensa uno que a usted misma le pasaron estas cosas. El miedo de la niña, la riña de los padres. Todo conspira para que el lector también tenga miedo.
Respuesta. No es autobiográfico. Estoy en las emociones de la niña. Fui una niña en los años ochenta que creció un poco huérfana y desamparada, con miedo a que mis papás se muriesen. Ese es mi miedo, y es donde estoy en el libro. Una ficción es levantar un mundo y unos personajes para que narren esas cosas profundas de la infancia que no podían narrarse de otra manera. Y ni siquiera de la infancia, sino de tu vida, porque no solo he escrito de la infancia. Cuando era chiquita, en primaria, vivíamos en la Carretera al Mar, en Cali. Antes de subir al punto más alto de la cordillera para bajar al mar, hay una serie de veredas con caseríos donde viven familias. Allí crecí. La carretera es terrible. En ella todos los niños de Cali vomitábamos. Son abismos de terror, abajo está el precipicio más horrible de todos. Muchos dicen: “La gente no va a entender el libro porque solo nosotros conocemos esos abismos”. Tan horrible que es el último tránsito de los que aprendemos a manejar. Lo subes y te dicen: “Ya sabes conducir”. Tiene cruces en el trayecto porque por ahí se despeñan los carros… Ese es el camino que tenía que subir y bajar cada día de colegio.
He aprendido a reconocer y a moverme en un mundo para no ponerme en el lugar donde voy a ser maltratada
P. La sociedad está llena de esos abismos que usted sitúa en esa carretera.
R. Me dijo un amigo, cuando leyó lo escrito: “Los verdaderos abismos son los que hay dentro de la familia”. Ahí di un paso atrás y vi la novela completa. Estaban el abismo del desamparo, la orfandad, el silencio… el abismo entre los dos padres, entre esa niña sentada en la mesa del comedor y unos padres que no se hablaban, así que la niña decide poner a su muñeca en esa mesa para que le haga compañía. Ahí se abrió y se completó la novela.
P. Y luego suicida a la muñeca, como dice en el libro. Esas historias no se pueden escribir sin tener biografía.
R. Entendí eso como a los 27 años. El destino que me esperaba era trabajar en algo relacionado con la escritura. Había sido libretista de televisión. Me llevaba todo el tiempo. ¡Escribía 45 páginas semanales! No eran escrituras, eran libretos para el espectador, escritura complaciente con el público. Estaba en Bogotá y decidí volver a Cali para ser oficinista por la mañana y escritora por la tarde. Aquel trabajo me chupaba el alma. Me fui a escribir. Pudo salirme terriblemente mal, pero me salió bien. De ahí nace lo que escribo.
P. Las historias de Colombia son terribles, pero las íntimas son como las de cualquier parte. Y aquí hay una. ¿Cómo influye lo que ha pasado en su modo de ver la vida?
R. Me he hecho esa pregunta muchas veces porque como escritora latinoamericana tendría que narrar mi realidad. En Colombia tenemos esta violencia tan atroz y tan sangrienta que no he sabido cómo narrar en literatura; hay escritores colombianos que lo están haciendo muy bien. Estoy narrando la violencia de Colombia, pero no estoy contando esa tan atroz de allá afuera. Esa violencia tiene su origen en la desigualdad. Yo estoy narrando la desigualdad, de la que parte toda esa violencia. La otra violencia es la que ocurre dentro de las casas. La que ocurre con esa niña a la que no le pegan, pero que sufre una violencia que determinará la persona que será cuando sea grande. Pasa también en La perra. Ahí es donde estoy narrando Colombia. Muchas veces me he preguntado cómo narrar esa violencia de afuera. Hice un descubrimiento maravilloso con La dimensión desconocida de [la escritora chilena] Nona Fernández. Desde el punto de vista íntimo está contando el afuera de una niña chilena, de una adolescente chilena, de una madre joven chilena, que es el punto de vista que yo usaría para contar Colombia.
P. Esa escritura está marcada por la elipsis. El suicidio de la muñeca tiene apenas dos líneas y marca esta novela.
R. Muere una muñeca, no pasó nada grave, pero es un evento gravísimo. He pensado que sigo siendo una guionista, porque lo que quiero crear son imágenes. O dramaturga. Así entiendo mi literatura. No quiero que el lenguaje sea protagonista, quiero que sea invisible. Eso no lo hace menos elaborado. Reescribo obsesivamente, para que el lenguaje que quiero sea cristalino, que esas hormiguitas que son las letras estén al servicio de la historia y que la lectura sea como cuando vas al cine y estás rodeada por la película y uno no tiene conciencia de que es un ser humano que tose. Que nunca el lector pueda ver mi mano ahí, que solo vea sensaciones.
Una ficción es levantar un mundo y unos personajes para que narren esas cosas profundas de la infancia que no podían narrarse de otra manera
P. ¿Hay algo dentro de usted tan potente que nunca haya podido escribir?
R. Antes de escribirla no sabía que esta era la novela que llevaba dentro de mí, pero me decía que ahí estaba, dentro. En medio de la escritura la novela pasa y descubro que ahí está, iba a ser sobre Cali, y ahí está Cali. Me gustaría hacer una novela sobre el fin del mundo, pero no sé cómo hacerla. Leo libros, ficciones, todo sobre el fin del mundo. No sé si algún día lograré hacerla.
P. ¿No será que ya ha llegado el fin del mundo?
R. Estuvimos en un fin del mundo. Fue muy decepcionante porque tenía mis botas del fin del mundo listas y resulta que el fin del mundo fue estar todos los días en pijama. Vivo desde que soy escritora en pijama, encerrada en mi casa.
P. Este libro quema de miedo. ¿Qué sentimientos se le cruzaron mientras lo escribía?
R. Taché, boté. Aumenté. “Le falta esto, y esto…”. Hice ocho borradores. La escritura no se completa hasta que no hay un lector. De joven uno tiende a creer que es magnífica, pero luego se aleja y es cuando ves lo que le falta. En este caso, iba haciendo otra historia, ya había como una escaleta preciosa, hasta que de lo que había en la libreta surgieron los abismos.
P. ¿Ha estado usted en su propio abismo?
R. He tenido muchísimos abismos. Esa etapa de Cali al volver de Bogotá lo fue, terrible. Me dije un día: “Si tengo que seguir trabajando en una oficina así, me mato”. Luego me dije: “Voy a matarme, pero antes voy a hacer lo que quiero”. Y eso hice: viajar, vivir, escribir. Entonces salté al otro abismo, que es el de convertirme en escritora, de lo que difícilmente se puede vivir. Y vivo de ello. Me asombro y lo agradezco.
P. Usted tiene su propia historia de abismo, el maltrato sufrido.
R. Esa herida la he trabajado mucho en terapia. Son heridas que nunca van a sanar por completo. He aprendido a reconocer y a moverme en un mundo para no ponerme en el lugar donde voy a ser maltratada. Pero mi gran herida es haber nacido en Cali y haber pertenecido a una sociedad donde no todos cabíamos y donde el tipo de niña y de mujer que yo era, y en la que me convertí, no está bien visto.
P. ¿Eso no ha cambiado?
R. Siento que sí, porque salgo en EL PAÍS y eso valida a la mujer que soy. Pero yo tenía que estar con el pelo liso, bien vestida, sin salir… Eso no es Bogotá, por ejemplo, donde la mujer que soy no está mal vista, pero es Cali o es Barranquilla. Me ubico en el lugar de lo no dicho, lo que no nos dejan decir es lo que cuento. En ese sentido, lo que hago es una exhibición. Las profesoras del colegio me dijeron: “Las mujeres no desean. Una mujer que desea no muestra que desea. Nunca vas a decir que tienes rabia con tu hijo, que te cansa y quieres matarlo. Eso no se dice”. A mí me dicen: “Eso no se dice”. Y hago libros para que todo el mundo vea que siento eso. Y eso es muy exhibicionista.
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