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Podemos y el instinto caníbal


La socialdemocracia vive tan buen momento en Europa que debe ser la ocasión ideal para sacar la navaja, está claro. Mientras el votante de izquierda aún disfruta del sueño de recuperación tras las victorias en Alemania o Italia, qué mejor oportunidad para asestarse unas cuantas puñaladas y autolesionarse como Dios manda. Ilusos, aún creen que el enemigo está en casa.

La fuerza que impulsó a Podemos hasta posiciones que ya quisiera ahora (71 escaños en 2016), que hizo posible el primer Gobierno de coalición, que ha facilitado avances que el PSOE en soledad siempre encuentra razones para no acometer, se ha ido perdiendo a cuenta de ese peculiar instinto caníbal. Ocurrió con Errejón y otros activos que fueron dejándose en la cuneta. Y ahora vuelve de la mano de unos líderes que anuncian una querella contra Batet nada menos que por prevaricación. Ya que hemos criticado tanto la judicialización de la política, judicialicémosla un poco más llevando a los tribunales a la tercera autoridad del Estado.

La querella-tuit se ha desinflado porque, tras su pomposo anuncio en Twitter al modo de Trump, no encontró padre ni madre que la defendieran. Yolanda Díaz y Alberto Garzón la desconocían y el interesado, Alberto Rodríguez, abandona Podemos. Pero la herida ocupa titulares que podrían estar poblados de la estrambótica situación de este diputado, del pacto sobre la vivienda, de los Presupuestos o los fondos de recuperación. El lamentable episodio ocurre además con el telón de fondo de la reforma laboral, otro terreno abonado al cainismo donde quién se pone la medalla empieza a contar más que el contenido.

El mismo Pablo Iglesias cita ese glorioso momento del cine en que los cuatro gatos de La vida de Brian se enfrentan entre sí. El Frente Popular de Judea acoge a un quinto miembro tras comprobar que odia ferozmente a los romanos y el líder le advierte: “A los únicos a los que odiamos más que al pueblo romano es a los cabrones del Frente del Pueblo Judaico”. “¡Y a los del Frente Popular del Pueblo Judaico!”, dice otro. “¡Y al Frente Popular de Judea!”, dice otro. “¡Esos somos nosotros!”, amonesta el líder. “¡Ah! Creía que éramos de la Unión Popular”, se justifica. “¿Y qué fue de la Unión Popular?”, se pregunta. “Ahí está”, y el líder señala a un pobre viejo sentado en soledad en las gradas del circo. “¡Disidente!”, le gritan.

Si al Frente Popular de Judea en que se va convirtiendo la coalición le puede más el odio al Frente del Pueblo Judaico que a los romanos, todos sabemos el resultado. Si Portugal mantuvo la llama de la izquierda mientras la derecha triunfaba en Europa, hoy también nos indica a dónde puede conducir su división: a unas elecciones anticipadas que nadie desea. Y ahora sigan poniendo querellas. Y muchos tuits.

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