Un hombre que no oculta su homosexualidad como Jakub Urbanik, profesor e historiador del derecho en la Universidad de Varsovia, se siente “excluido, ni siquiera ciudadano de segunda categoría”, en un país donde el Gobierno ultraconservador hace bandera de su homofobia. Karolina Pawlowska, directora del Centro de Leyes Internacionales del think-tank Ordo Iuris, defiende la familia tradicional y cree que la estrategia de igualdad de la UE estigmatiza a las mujeres que no quieren trabajar a tiempo completo para ocuparse del cuidado de sus hijos. Son las dos Polonias: la que quiere vivir con los valores y derechos sociales de la Europa liberal y la que considera que la UE le impone una moral contraria a sus principios tradicionales.
Desde que el partido ultraconservador Libertad y Justicia (PiS, en sus siglas en polaco) de Jaroslaw Kaczynski llegó al poder en 2015, “la polarización y la temperatura emocional se han intensificado”, asegura Aleks Szczerbiak, profesor de Política en la Universidad de Sussex (Reino Unido). El Gobierno ha agitado asuntos como el aborto, la igualdad de género, los derechos LGTBI y la relación de Polonia con Europa; y ha aumentado la división en la sociedad.
“La mayor fractura está entre quienes apoyan al Gobierno y los que no”, dos bloques que se corresponden también con una separación social, señala el experto en política polaca. Los que votan al PiS tienden a ser mayores, con menos estudios e ingresos, viven en zonas rurales o ciudades pequeñas y son religiosos y tradicionalistas. Desde el punto de vista político, son de derechas en aspectos sociales y culturales, pero más partidarios de políticas de izquierda en lo económico (intervención del Estado en la economía, ayudas sociales, etc.). Mientras, los que se oponen al Gobierno viven mayoritariamente en zonas urbanas, tienen mayor acceso a la educación y les va mejor económicamente. Son más progresistas en aspectos morales y sociales, pero liberales en lo económico, según Szczerbiak.
El subsecretario de Estado en el Ministerio de Asuntos Exteriores de Polonia, Pawel Jablonski, coincide en esa visión. Para él hay un “conflicto entre la gente con una mejor situación económica, que creen que han tenido mejor educación y están mejor preparados para decidir cómo desarrollar el país y desprecian a los demás, a los que viven en las ciudades más pequeñas, a los pobres”. En una salita con muebles dorados del vetusto Ministerio de Exteriores, afirma, en referencia a la oposición liberal, que es difícil encontrar puntos de encuentro con quien les mira por encima del hombro.
Entre los asuntos que más conflicto han creado en Polonia en los últimos tiempos, el subsecretario de Estado señala el choque con Bruselas. “Hay un debate muy fuerte sobre la relación entre el derecho europeo y varias decisiones del Tribunal de Justicia de la UE y el Constitucional”, dice con calma sobre el monumental conflicto entre Varsovia y Bruselas por la sentencia del Constitucional que la semana pasada declaró la prevalencia del derecho polaco sobre el europeo. Para el viceministro, se trata de “si la Unión Europea es solo una organización de los Estados miembros soberanos, o si es en realidad un superestado que puede imponer cualquier cosa que decidan en Bruselas”, dice en español.
Decenas de miles de polacos se manifestaron el pasado domingo convocados por Plataforma Cívica, el principal partido de la oposición, capitaneado por Donald Tusk, para defender una Polonia europea. Urbanik cree que en la protesta de Varsovia se palpaba esa polarización, convertida en “odio”, que recorre casi todos los aspectos del debate público entre los seguidores del Gobierno y sus contrarios. “Hubo gente que coreó ‘que se joda el PiS’. Así no hay espacio para el debate”, lamenta el profesor y activista legal LGTBI en su despacho en el campus. “En la última década y media, se ha embrutecido el debate en el Parlamento”, observa.
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Los medios de comunicación intensifican la división. “Si ves los informativos de TVP [la televisión pública] y los de TVN [privada], son absolutamente opuestos; parece que están hablando de dos países distintos”, explica Szczerbiak desde Reino Unido.
Manipulación
Marcin Antosiewicz, antiguo corresponsal de la TVP en Londres y Berlín, dejó ese trabajo en 2016. Al informar en directo sobre un atentado en Múnich, sus jefes le ordenaron por el pinganillo que dijese que el autor del ataque era refugiado (cuando se sabía que era un joven alemán-iraní) y que la culpa era de la política de asilo de Angela Merkel. No pudo más con la manipulación. El periodista y profesor universitario cuenta también que en reuniones familiares o con amigos se evita hablar de asuntos como “la Iglesia, los derechos LGTBI, la igualdad de las mujeres…”. “Tienes que pensar qué dices y a quién se lo dices, no porque tengas miedo como en las dictaduras, sino por temor a perder conexiones”, cuenta sentado a los pies del Palacio de Justicia, vestigio de la época comunista.
El subsecretario de Estado Jablonski rechaza sin embargo que en Polonia la sociedad esté más fracturada que en otros países, como Estados Unidos. Tampoco lo cree Pawlowska, que es también jefa de relaciones internacionales en el Collegium Intermarium —una nueva universidad privada polaca con socios como el Mathias Corvinus Collegium impulsado por Viktor Orbán en Hungría o el Issep de Marion Maréchal-Le Pen en Francia—. Para ella, la polarización polaca “es un reflejo de los debates a nivel internacional en asuntos cruciales que tienen que ver con los valores”.
Pawlowska, que rechaza la etiqueta “ultra” para su universidad y sus socios, dice con voz dulce y asertiva que “las personas que forman parte de la subcultura LGTBI tienen los mismos derechos que cualquier ser humano”. ¿Como el matrimonio y la adopción? “Bueno…, tienen derecho a casarse con alguien, pero del otro sexo”, contesta. Para Urbanik, este comentario, que ha escuchado tantas veces, “podría ser gracioso, si no fuera en serio”. La sociedad polaca tiene dos visiones del mundo irreconciliables y el Gobierno ha elegido fomentar la que más se aleja de la Europa liberal.
Una democracia con 30 años de historia
En un país que ha pasado por la Segunda Guerra Mundial, el Holocausto, la ocupación rusa, y el nacimiento del sindicato Solidaridad, el periodista Marcin Antosiewicz pensaba que la libertad y la democracia no podían ir hacia atrás en Polonia, que estaban “inmunizadas”. Monika Platek, profesora de Derecho penal en la Universidad de Varsovia y activista feminista, considera sin embargo que buena parte de los problemas que dividen al país vienen de que “es una sociedad con una experiencia muy limitada y muy frágil con la democracia”. “Kaczynski y sus aliados construyen su política sobre la división, creando enemigos; utilizan una narrativa, con imágenes y prácticas copiadas de la Alemania fascista, y son muy eficaces”, dice.
El politólogo Artur Wroblewski, que solía participar en programas de la televisión pública, cree también que la profunda división del país es una cuestión de “inmadurez” de sistema político. “Solo hace 30 años que hay elecciones libres y tenemos políticos mayores que traen viejas hostilidades”, apunta. Cree además que el Gobierno crea debates artificiales, como el de los derechos LGTBI. Wroblewski ve una “falta de liderazgo y de políticos con talento” en el país, que desde su punto de vista seguirá atascado en la división partidista hasta que surja una fuerza alternativa a los dos campos. “La oposición es débil y eso fortalece al Gobierno”.
Otro factor que en su opinión crea una gran fractura es la cercanía entre el Gobierno y la Iglesia católica, que describe como una “relación tóxica e insana”. En Polonia, el 90% de la población se declara católica, aunque un 80% se opone a que la Iglesia intervenga en política. Pero, según Wroblewski, los votantes más leales del PiS son católicos, y se trata de movilizarlos a toda costa.
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