Una semana antes de la caída de Saigón, que marcó el fin de la Guerra de Vietnam en abril de 1975, el coronel Harry G. Summers se encontró en Hanoi con su contraparte vietnamita, el coronel Tu, para las negociaciones de paz. “Sabe que ustedes nunca nos han derrotado en el campo de batalla”, dijo Summers. Tu se quedó pensativo un momento y respondió: “Quizá sea así, pero resulta irrelevante”.
El diálogo exhibe la paradoja de Estados Unidos en la mayor parte de conflictos que vendrían durante las siguientes décadas. Se convirtió en una superpotencia después de 1945, líder único tras la caída de la Unión Soviética, y básicamente dejó de ganar guerras. No ha ganado ninguna importante de forma clara e indiscutible más allá de la del Golfo de 1991. La naturaleza de las contiendas ha cambiado, la mayoría son civiles, con grupos terroristas enfrente, diferentes grupúsculos involucrados y ramificaciones, puras ciénagas.
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Summers, que se convirtió en escritor y estudioso hasta la obsesión de aquella guerra maldita, concluyó que su contraparte tuvo razón aquel día, que derrotados o no en el cuerpo a cuerpo, los estadounidenses habían perdido aquella contienda de un modo tan terrible, tras 20 años y más de 200.000 muertos a la espalda, que la convirtieron en un símbolo y un lema: “No queremos otro Vietnam”.
No lo querían en Afganistán, no lo querían en Irak, no lo querían en esas guerras con las que la primera potencia comenzó el nuevo siglo y que se convirtieron en telas de araña, que no se pierden, pero tampoco se ganan, y cuesta mucho abandonar. En el caso afgano, dos décadas. Las últimas tropas estadounidenses se marcharán el 31 agosto con el país a merced de las guerrillas talibanes, cada vez más fuertes. Con Irak, el conflicto más impopular de la historia reciente americana, el presidente Joe Biden acordó el lunes el cese de la misión de combate para finales de 2021, después de 18 años.
“¿Cuándo será buen momento para irse? ¿En un año más? ¿En dos más? ¿En otros 10 años? ¿Después de 10.000, 20.000, 30.000 millones de dólares más?”
Joe Biden, presidente de EE UU
Son conflictos que terminan sin capitulaciones o ceremonias de victoria, donde al enemigo apenas se le ve y ni siquiera lleva uniforme. Biden admitió con Afganistán que, después de 20 años, no podían esperar ya resultados diferentes a los que se habían obtenido. “Algunos insisten en que no es el momento para marcharse”, dijo en un discurso en abril, pero “¿cuándo será buen momento para irse?”, planteó. “¿En un año más? ¿En dos más? ¿En otros 10 años? ¿Después de 10.000, 20.000, 30.000 millones de dólares más?”.
El profesor de Ciencias Políticas Dominic Tierney, afincado en Estados Unidos, ha estudiado este asunto a fondo en The Right Way to Lose a War: America in an Age of Unwinnable Conflicts (El modo adecuado de perder una guerra: Estados Unidos en la era de los conflictos que no se pueden ganar). “Estados Unidos es muy efectivo ganando las guerras entre Estados, por eso venció en la del Golfo de 1991, pero el 90% de los conflictos ahora son civiles, con guerrillas, terroristas e insurgentes peleando dentro de un mismo país, y tiene dificultades porque no entiende la política local, ni las dinámicas internas. Afganistán es un caso muy claro, porque es una guerra en la que se metió de repente, con los atentados de 2001, y apenas sabían nada de ese país”, explica por teléfono.
La guerra sigue para los afganos
El presidente George W. Bush lanzó la ofensiva junto a los países aliados apenas un mes después de la matanza del 11-S porque los talibanes daban cobijo a Osama bin Laden y otros líderes de Al Qaeda vinculados al atentado. Su objetivo era destruir este grupo terrorista y expulsar a los talibanes de Afganistán. Para Dominic Tierney, hay que hablar de fracaso. “Estados Unidos no se ha rendido a los talibanes, pero ha sido una campaña de 20 años terriblemente costosa, en vidas y en dólares, y el resultado es que los talibanes están resurgiendo. Si pudiésemos volver a 2001 y les dijéramos que dos décadas después iban a seguir, quedarían horrorizados”, señala.
Los primeros compases de la invasión crearon una sensación de victoria, añade, porque un número reducido de soldados logró expulsar a los talibanes -un espejismo que envalentonó a Bush de cara a la guerra de Irak, dos años después-, pero con el tiempo salieron a la luz dos problemas subyacentes: que los talibanes gozaban de un considerable apoyo de la población pastún y que tenían en Pakistán un santuario, donde refugiarse y recuperarse para volver a la guerra. “La guerra ha terminado para Estados Unidos, no para los afganos”, recalca.
Discrepa, en parte, Mark Perry, analista de Defensa del Instituto Quincy y autor de una decena de libros sobre política exterior y guerras. A su juicio, la muerte de Osama bin Laden y la ruptura de Al Qaeda, que eran los objetivos primordiales, impiden apuntar Afganistán en la lista de derrotas, si bien “desde luego, tampoco es una victoria”. El problema, señala, consiste en que Estados Unidos “pretendió hacer demasiado”. “Nunca hemos sido buenos en la construcción de naciones y hemos derrochado vidas y riqueza intentándolo, lo mismo ha pasado con Irak y con Siria. Aunque Siria es un caso especial porque allí no lo hemos intentado”.
Estados Unidos tiene alrededor de 200.000 soldados desplegados por el mundo, un número que oscila permanentemente por los repliegues y refuerzos decididos casi a diario y que no incluye las operaciones especiales y otras secretas. Biden -y, pese a lo antitético en fondo y formas, también Donald Trump- ha apostado desde su llegada a la Casa Blanca por reducir recursos y esfuerzos en Oriente Próximo y primar la atención sobre los desafíos que hoy representa China a nivel económico y militar.
Irak, no obstante, representa un caso diferente al de Afganistán. En este caso, más que una reducción drástica de los 2.500 soldados que quedan en el país, Washington ha pactado con Bagdad una redefinición de su papel en el territorio, donde seguirá ofreciendo entrenamiento y ayuda logística. La Administración de Barack Obama ya había anunciado el fin de la guerra en 2011, cuando apenas dejó tropas, pero en 2014 regresaron los soldados a petición del Gobierno iraquí para hacer frente al terrorismo del Estado Islámico.
El mayor error, Irak
Para Perry, la guerra de Irak fue el mayor error de política exterior en 40 años. Los halcones de la Administración de Bush la promovieron con el argumento principal de unas armas de destrucción masiva que nunca se encontraron. “No debimos ir, y si fuimos, debimos haber logrado el objetivo de derrocar a Sadam Husein y marcharnos. Ahora nos vamos, pero 20 años más tarde”. A su juicio, “la guerra contra el terror se ha luchado y ha terminado. La lección de los últimos años es que Estados Unidos jamás debió involucrarse en conflictos civiles en el extranjero y creo que hemos visto las últimas intervenciones de Estados Unidos de este tipo por algún tiempo”.
Las últimas semanas le dan la razón. Hecho un manojo de nervios, el Gobierno interino de Haití pidió la llegada de tropas estadounidenses para frenar la inestabilidad en el país tras el asesinato del presidente, Jovenel Moïse. Biden respondió a los pocos días que eso no figuraba en la agenda.
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