Las mentirijillas o mentiras piadosas benefician al adulto por la comodidad y la resolución rápida de un tema quizá doloroso o complicado, pero, ¿les ayuda a los receptores? ¿Funcionan como parches para nuestros hijos? La protección a las emociones contando mentirijillas puede darnos una falsa sensación de seguridad, ya que podemos pensar que estamos protegiéndoles de algo dañino (o doloroso), pero ¿qué ocurrirá cuando tengamos que dar la versión real a los niños?
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Los niños y niñas son personas y si educamos bajo la idea de formar a seres humanos críticos, sinceros y comprometidos es mejor contarles las cosas como son y tal cual han sucedido, así lo considera la maestra Teresa Sánchez Valdés, especialista en recursos didácticos para el profesorado. Nos cuenta: “Esto no quita que no tengamos que adecuar nuestro discurso a la edad de la persona. Tenemos que adaptar las palabras, los argumentos y las explicaciones para que puedan entenderlas, asumirlas e integrarlas en su vida y, más si es una situación difícil que les afectará directamente”. Sánchez Valés asegura que contar una mentira quizás solo contribuirá a crear un mundo paralelo del que será complejo que salgan ilesos.
Para la psicóloga y psicoterapeuta Paola Roig-Gironella no es una buena idea mentir a los niños: “Es importante pensar que para ellos sus padres y madres son la fuente más fiable de información que existe. Somos seres poderosos, que todo lo sabemos y podemos. Van a creer todo lo que digamos siempre”. Pero como se suele decir, las mentiras, aunque sean piadosas, tienen las patas muy cortas, y en algún momento van a descubrir la verdad. “En ese momento se darán cuenta de que faltamos a su confianza y nos pondrán en duda como fuente fiable de información, cosa que puede ser contraproducente para el futuro”, afirma Roig-Gironella que dirige Pell a pell, plataforma y grupo de cuidados desde el que acompaña la maternidad y la crianza.
Prosigue: “Tendríamos que preguntarlos de qué queremos protegerlos con las mentirijillas. O si queremos protegerlos más que a ellos a nosotras mismas”. A veces proyectamos miedos, inseguridades y ansiedades en los niños que tienen más que ver con lo que nos sucede a nosotros que con lo que realmente les sucede a ellos. Además hemos de tener claro que no vamos a poder protegerlos para que nada les pase. “Y aunque pudiésemos, tampoco sería una buena idea. Pero sí podemos acompañarlos. Estar ahí para ellos. Sostener y contener el dolor, el desconcierto o el miedo”, afirma Paola Roig-Gironella que cree que es importante empezar a poner palabra y conversar de todos los temas.
Para la maestra Teresa Sánchez tanto un divorcio, la muerte de algún ser querido, las separaciones o enfados, “todo se debe tratar desde la naturalidad, aportando argumentos válidos que doten de sentido a la situación”. A veces, como adultos, tenemos más miedo de comunicar que ellos de comprender y aceptar, que aunque nos quede la sensación de que no han asimilado todo lo que les hemos querido transmitir, con el día a día y con su propio criterio terminan de construir el mensaje y aceptar la nueva situación.
Para Coni La Grotteria, directora del Centro de Educación Infantil Ituitu es necesario un acompañamiento familiar real, creando momentos propicios para el diálogo en familia: “Un estilo de crianza democrático, con vínculos de apego seguros, donde prime el respeto y un tiempo de calidad sin distracciones, olvidando las tecnologías y poniéndonos a la altura de nuestros hijos e hijas, algo tan simple como mirándole a los ojos, influirá en cómo se enfrentan a los cambios y a los temas más complejos”, afirma La Grotteria. Practicar el diálogo en familia desde la primera infancia, evitando interrogatorios y poniendo en común nuestras vivencias cotidianas “nos ayudará a afrontar temas difíciles, produciendo aprendizajes más significativos para la vida”.
Nos cuenta Paola desde Pell a pell: “Muchas de nosotras hemos crecido sin recibir explicación a algunos temas que nos preocupaban. Sabemos, por experiencia propia, que quizás nos hubiésemos ahorrado dolor o confusión si alguien nos hubiese sentado y nos hubiesen explicado las cosas con amor, tranquilidad y claridad. Cuidado, esto no quiere decir explicar cómo se las explicaríamos a una persona adulta. Más bien pasa por adaptar la narrativa a la edad de cada niño”. Un niño de tres años no necesita saber lo qué es el semen o lo que es un ovario, por ejemplo. De la misma manera que tampoco necesita saber cuántos tendones tiene en la pierna afirma Roig-Gironella. “La idea es adaptar la realidad a la edad de cada criatura. No explicaremos lo mismo a una criatura de 4 años que a una de 11. También puede ser que a veces los niños nos pregunten cosas que no sabemos, o para las cuales no tenemos respuesta. Y está bien poder mostrarlo y decirles que no lo sabemos”.
Para La Grotteria la pregunta de cómo se hacen los niños es totalmente natural, por ello, “no debemos alarmarnos, y entender que los niños y niñas indagan, sin ser una asociación explicita a la sexualidad”. Su propuesta es charlar desde la calma, sin reírse ni ridiculizar la situación, adaptarse a la edad, respondiendo con asertividad y siendo el propio niño que lleve las preguntas para así no cargarlo de información inadecuada. Recomienda evitar sobrenombres a las partes íntimas o historias de fantasía como los niños vienen de París.
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