A principios del siglo XX, los hermanos Wright hicieron historia tras desafiar todas las leyes de la aerodinámica conocidas hasta la fecha. Desde entonces, la obsesión del ser humano por controlar y superar los límites de la velocidad ha adquirido un matiz casi obsesivo. Gracias a este estímulo pronto fue descubierto un nuevo término que definía ese continúo pulso entre la rapidez y el hombre: la barrera del sonido. Esta fue descrita como una frontera física que impedía a objetos de gran tamaño desplazarse a un velocidad supersónica.
Esta barrera omnipresente, como es también conocida, surgió de manera definitiva durante la Segunda Guerra Mundial. Después de que un gran número de aviones de combate sufrieran problemas de compresibilidad a altas velocidades. Su potencia varía en función del medio ambiente, la temperatura o el tipo de gas en el que se propaga. En términos generales, a unos 20ºC aproximadamente, el sonido puede viajar alrededor de unos 1234,8 kilómetros por hora.
¿Qué provoca la barrera del sonido?
Cuando un objeto de gran envergadura consigue superar el límite impuesto, se produce un curioso fenómeno: la explosión sónica. Este es el resultado de la agrupación de todas las ondas que viajan en grupo alrededor del avión. Lo más curioso de todo es que los integrantes de la nave no son capaces de percibir este ruido tan estridente, ya que ellos viajan a mayor velocidad que las ondas sonoras.
Junto a esta explosión, en muchas ocasiones surge en el cielo un enorme disco de color blanco que envuelve el objeto. Hablamos del famoso cono de Mach. Una figura provocada por un cambio brusco de presión, densidad y temperatura. La humedad del aire se condensa y adquiere esta estructura. A medida que aumenta la velocidad, la silueta se vuelve más definida y afilada. Sin embargo, no se trata de un estado permanente. Cuando el avión desaparece, el cono de aire condensado también se desvanece en el cielo.
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