Los vampiros pueden definirse, con permiso del famoso Frankenstein, como el monstruo más conocido de la historia. Rara es la persona que no conoce la historia de Drácula o que no ha logrado «deleitarse» con uno de los tediosos largometrajes de la saga Crepúsculo. Todo el mundo conoce o sabe datos acerca de los vampiros: no toleran el ajo, repelen las estacas de madera, no quieren ni ver las balas de plata y siempre suelen peinarse hacia atrás por la imposibilidad de poder reflejarse en un espejo. Pero… ¿conoces el auténtico origen de estos monstruos legendarios? Te lo contamos.
Cuestión de sangre
Los orígenes de los vampiros suelen estar relacionados con el demonio o cualquier tipo de rito satánico en el que la venta del alma está, casi siempre, presente. Sin embargo, en la vida real todo es mucho menos espiritista y parece ser que los inicios de esta monstruosa leyenda radican en un extraña enfermedad. Estamos hablando de la porfiria eritropoyética, una afección que engloba ocho tipos de trastornos de la sangre que vuelve a los afectados mucho más sensibles a la luz que cualquier otra persona sana. Además, esta extraña enfermedad suele estar unida a la anemia y a una constante necesidad de transfusiones de sangre.
Toda aquella persona que sufre porfiria tiene la necesidad de recibir enormes cantidades de sangre, no porque Lucifer haya condenado su alma, sino porque pierde una enorme cantidad de hemoglobina. En el pasado, esta curiosa afección solía tratarse con sangre de animales, de ahí que los vampiros estén considerados como seres sin escrúpulos.
Razones científicas
En la actualidad, un interesante estudio de dirigido por Boston Children’s Cancer and Blood Disorders Center ha descubierto una nueva mutación que ratifica el origen de los vampiros y lo relaciona directamente con la Porfiria Eritropoyética. El proceso de producción de hemoglobina basa sus esfuerzos en la síntesis de porifinas generada por el hígado. Por eso, cuando dicho proceso muestra algunos fallos se produce una enorme acumulación de protoporfirina IX. Cabe destacar que este componente puede provocar, entre otras cosas, quemaduras y heridas en la piel cuando el paciente se somete a la radiación solar.
La clave de este novedoso estudio está en el descubrimiento de un nuevo gen CLPX que basa sus esfuerzos en la formación de hemoglobina y que, por tanto, da lugar a la acumulación excesiva de la protoporfirina IX y el alzamiento de la porfiria. Una extraña mutación que puede relacionarse estrechamente con algunos de los casos más conocidos de vampirismo a lo largo de la historia.
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