Rachel Carson en un bosque en 1962.Alfred Eisenstaedt/LIFE/Getty Images (EL PAÍS)
Hay libros que cambiaron la visión científica del mundo. Uno de ellos es el que lleva por título Principios matemáticos de la filosofía natural, publicado el 5 de julio de 1687, por el cual Isaac Newton sentó las bases de la física moderna, explicando el movimiento de los cuerpos terrestres y celestes a partir de las aportaciones de Kepler y Galileo.
Otro libro que cambió el paradigma de la biología evolutiva fue publicado el 24 de noviembre de 1859, y llevó por título El origen de las especies. Con tan legendario título, Darwin sentó las bases de la selección natural como fundamento de nuestra evolución. Si seguimos con la lista, y llegamos hasta nuestros días, nos encontramos con un libro curioso, bello y combativo a la vez; un libro que, desde la denuncia, consiguió inaugurar el ecologismo contemporáneo.
Estamos hablando de Primavera silenciosa (Crítica), escrito por la bióloga Rachel Carson a principios de los años sesenta; una mujer que, según sus propias palabras era “pesimista respecto al género humano por ser demasiado ingenioso para su propio bien”. Con tal confesión, Rachel Carson realiza un trabajo de documentación donde señala a las industrias químicas del envenenamiento que sufre la Tierra.
El uso del dicloro difenil tricloroetano, más conocido por sus siglas (DDT), sería denunciado en Primavera silenciosa con rigor científico y abundantes ejemplos. Escrito con una prosa no exenta de lirismo, Rachel Carson encendió la llama de lo social para preservar el medio ambiente. Algo que, visto desde la distancia, casi sesenta años después de su publicación, resulta obvio, pero en los tiempos en los que se publicó el libro, resultó muy aparatoso para Rachel Carson, pues fue víctima de una campaña de difamación donde se le acusó de mujer trastornada, llegando incluso a calificarla de vieja, histérica, solterona y lindezas por el estilo. Cuando la razón se pierde, ocurren estas cosas.
Hay que situarse en los tiempos en los que fue publicado este libro, cuando nada ni nadie se atrevía a poner en entredicho el modelo de progreso científico que ejercía su hegemonía cultural en los años de posguerra. Enojados, los gerifaltes de la industria de los pesticidas se comportaron con querencia mafiosa, utilizando todos los canales posibles para hacer propaganda en contra de Rachel Carson, acusándola de inquisidora, alarmista y de dar sitio, con su libro, a los insectos y a las plagas para que estos volvieran a dominar la Tierra. Rachel Carson olía a azufre.
Pero Rachel no se amilanó. Tampoco la opinión pública percibió el olor a azufre. Su libro fue un éxito de ventas, estando más de medio año en la lista de los más vendidos; un best seller de contenido ecológico que consiguió generar debate con una cuestión que atravesó las conciencias: “¿Qué es lo que ha silenciado las voces de la primavera en incontables ciudades de Norteamérica?”
Escrito con una gran sensibilidad, el libro empieza igual que si fuera un cuento: “Había una vez una ciudad en el corazón de Norteamérica donde toda existencia parecía vivir en armonía con lo que la rodeaba”. Tras su lectura, la gente empezó a tomar conciencia ecológica y, con ello, comenzó a preocuparse por los productos químicos que rocían nuestro entorno y “se alojan durante largo tiempo en las cosechas y penetran en los organismos vivos, pasando de uno a otro en una cadena de envenenamiento y de muerte”.
Debido a la resonancia de la palabra escrita por Carson, arrancó una investigación federal en el Congreso, y el presidente John F. Kennedy puso en marcha un estudio sobre el uso de pesticidas. El informe terminaría prohibiendo la mayoría de los productos que en el libro de Carson se señalaban como nocivos.
Gracias al trabajo de Rachel Carson se crearía la Agencia de Protección Ambiental de Estados Unidos (EPA) y, con ello, Rachel Carson se convirtió en la primera activista contemporánea que defendió el modelo ecológico. Por estas cosas, su libro fue tan importante. Tanto como lo fue, en su día, el libro de Newton o el de Darwin.
Porque Primavera silenciosa es un claro ejemplo de cómo la lectura puede cambiar la actitud de las personas, y cómo dicha actitud puede presionar a las instituciones para hacer más habitable la vida en la Tierra. Sin dicho libro, el ecologismo actual sería de otra manera o, tal vez, no sería.
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