Las multitudes definían la ciudad moderna hasta que llegó la pandemia. La mayor concurrencia en las calles de Valencia se detectó este lunes, probablemente, en la larguísima cola que se formó a las puertas del hospital de campaña de La Fe para que los conductores se hicieran las pruebas de PCR del coronavirus. Por el centro, pocos transeúntes. O caminan solos o en pareja, la inmensa mayoría. Es el primer día en que entra en vigor la limitación de la reunión de un máximo de dos personas de núcleos diferentes de convivientes en el espacio público, decretada por la Generalitat hasta el 15 de febrero. “Lo he oído, pero tampoco cambia mucho: normalmente voy por la calle solo o con mi novia o con un amigo”, dice un joven cogido de la mano de una chica. Desde la clausura de los bares y restaurantes la pasada semana y el adelanto del cierre de los comercios no esenciales, el panorama desolador de las calles se asemeja cada vez más al de las semanas de confinamiento de marzo y abril.
En una tienda de alquiler de bicicletas de la calle Bolsería no ha entrado apenas nadie en toda la mañana. “Ni parejas ni personas solas. Todo está mal, todo es una pesadilla sin fin, pero no hay más remedio que aguantar y aguantamos”, comenta Giuseppe, uno de los encargados. Aguantan tras reinventarse como taller de reparación, además de vender las bicis y no solo alquilarlas. “Nuestros principales clientes eran los turistas y no hay. Ahora el virus en España está peor que Italia”, apunta Piero. Considera una incoherencia que no se permitan reuniones de más de dos personas en la calle (con excepciones por motivos laborales, entre otros) cuando “la gente va pegada en el autobús o en el metro”. Los hermanos proceden de Nápoles, “una ciudad parecida a Valencia, igual que su gente”, apostillan sin perder el humor a pesar del drama.
En el Mercat Central lo están padeciendo también pero mucho menos que otros profesionales. La alimentación es uno de los sectores que aguanta, incluso crece en ventas en algunos casos, como reconoce la encargada de un puesto, que prefiere guardar el anonimato. Este lunes no es un día fuerte pero sí han desfilado clientes por el mercado. Otra cosa son los sábados, como el pasado, que se llenó prácticamente a pesar de la situación, coinciden dos vendedores. “Hay mucha gente que sigue viniendo como si nada. No son empáticos. No se hacen cargo de la gravedad de la situación. Se agolpan en la parada [el puesto] y eso que se lo decimos y les avisamos de su turno. Muchos se saltan las restricciones. En Navidad, hemos vendido para comidas y cenas de grupos de 10 o 15 personas. En fin…”, comenta una. La Comunidad Valenciana registró este lunes 96 muertos y 4.777 hospitalizados, de los que 604 están en la UCI, con una incidencia de las más elevadas en España con 1.339 casos por cada 100.000 habitantes.
“Desde dentro de la parada te das cuenta de la insensatez de mucha gente. El sábado pasado estaba petado. Algunos aún se lo toman como un día lúdico, para socializar. La situación es terrible. Hace nada se han muerto dos amigos de mi edad, de covid. No tenían ninguna enfermedad previa. ¡Joder! Estoy acojonado. Me entran ganas de llorar y cerrar”, se lamenta otro, de mediana edad. El vendedor hace una pausa antes de relatar su asombro ante el comentario de un cliente: “Cuando me estaba pagando, me dijo y no en broma: ‘¡Ojo! No te das cuenta de que los políticos están vacunándose; saben algo que nos están ocultando”.
Solo unos pocos políticos han recibido la primera dosis de la vacuna al saltarse el protocolo, pero muchas decisiones de los responsables públicos durante la pandemia más mortífera del último siglo generan incomprensión y confusión en algunos. Como en Nacho, que no entiende que no pueda comer en casa de su madre [al no ser conviviente], o no pueda juntarse con más de dos personas si no son convivientes al aire libre y sí ir en el metro con docenas. O como José, que dice haber llegado a los 91 años porque “nunca” ha bebido ni fumado, mientras pasea con su hija por la plaza de la Virgen. Rechaza que esto del virus sea para tanto y critica que en misa hayan limitado el uso de los bancos para guardar las distancias.
En los bancos de la calle y los jardines no se ve, como en los días anteriores a las nuevas limitaciones, a grupos de trabajadores y estudiantes almorzando (que en Valencia es a mitad de la mañana, después del desayuno) o comiendo. Solo algunas parejas y transeúntes solitarios. El día gris y ventoso agudiza la sensación sombría de la ciudad, aletargada sin el estrépito de la multitud.
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