“Su fragilidad quedaba muy bonita en cámara”. Así resumía la directora de casting de Muerte en Venecia (1971), Margareta Krantz, el atractivo de Björn Andrésen. El actor sueco interpretó a los 15 años a Tadzio en la adaptación que Luchino Visconti rodó de la novela de Thomas Mann y ahora, a los 65, protagoniza el documental El chico más guapo del mundo, estrenado hace un mes en España a través de Filmin. El título hace referencia al apelativo con el que Visconti coronó al chaval durante la presentación de la película en el festival de Cannes y que, meses después, acompañó su cara en una portada de la revista de Andy Warhol, Interview.
Tadzio era un efebo o, como se llama en la comunidad gay, un twink. Un “hombre guapo de aspecto juvenil, delgado y pálido”, según el diccionario de Cambridge. Los primeros registros del sustantivo datan de los primeros años sesenta, aunque su origen no está claro: hay quien lo vincula con twank (como llaman en Reino Unido a los clientes de los prostitutos), con twinkling (flamante, nuevo) o, según el diccionario de jerga homosexual Gay-2–Zee, con el Twinkie: un bollo tierno, rubio, dulce, sin valor nutritivo y relleno de crema. En español podríamos llamarlos lolitos si pasamos al masculino aquello que la RAE define como lolita: “una adolescente seductora y provocativa”.
En origen, el twink o lolito solo lo era en cuanto a que era observado (y deseado) por un hombre mayor que él: nadie se autoproclamaría como tal. Y la connotación del término, además, era explícitamente sexual.
En 2018, casi cinco décadas después de proclamar a Björn Andrésen el chico más guapo del mundo, la misma revista, Interview, se preguntaba si Hollywood estaba sufriendo “una invasión de twinks” liderada por Timothée Chalamet. Según el periodista Trey Taylor, Leonardo DiCaprio había heredado de River Phoenix el título de “twink oficial” del cine y ahora Chalamet era “el nuevo actor joven y sexy que ha capturado nuestra imaginación”. La casualidad ha querido que Andrésen y Chalamet, que la semana que viene estrena Dune, atraviesen el tiempo y el espacio para coincidir en la cartelera española. ¿Qué ha cambiado en la figura del lolito durante estos 50 años?
También en 2018 The New York Times publicó un reportaje titulado “Bienvenidos a la era del twink” con motivo del estreno de Call Me By Your Name y de la obsesión de internet con Chalamet. El artículo compartía premisa con otro de Kyle Buchanan en Vulture que unos meses antes había repasado la coincidencia en la cartelera veraniega de varios jóvenes lolitos como héroes de acción: Tom Holland en Spider-Man, Ansel Elgort en Baby Driver, Dane Dehaan en Valerian y Harry Styles en Dunkerque.
La reacción mediática abordó el asunto por todos los frentes posibles. Philip Ellis vaticinaba en Men’s Health que el término, jerga gay marginal durante décadas, iba a saltar a la cultura de masas tras la repercusión de ese reportaje mientras que, en otra pieza para Repeller, el mismo Ellis denunciaba que la igualdad no debía conseguirse cosificando a los hombres como se llevaba décadas haciendo con las mujeres. Spencer Kornhaber preguntaba en The Atlantic si, dada esa fijación con la palidez de los lolitos, los negros no podían entrar en esa categoría (los asiáticos, por lo visto, sí pueden recibir el apelativo). Dominic Cadogan criticaba en Dazed que el texto de The New York Times estaba proponiendo lo de siempre: “Sé gay, pero en plan hetero”. Bryan O’Flynn remató el debate en Vice sentenciando que “siempre ha sido la era del lolito”: los hombres blancos, jóvenes y delgados llevan siglos de moda.
El primer lolito de la cultura popular es Ganímedes, un pastor al que, según la mitología griega, Zeus raptó porque era el más hermoso de todos los mortales y por tanto merecía el honor de vivir en el Olimpo. Si bien Ganímedes no es el primer muchacho en aparecer en un mito, sí es el primero cuya identidad y relato solo existen porque un hombre maduro y más poderoso se ha quedado prendado de él: los planes de Zeus para Ganímedes eran que pasase la eternidad sirviéndole vino.
“Platón decía que el mito de Ganímedes se lo habían inventado en Creta porque a los cretenses les gustaban los jovencitos”, explica el historiador de arte Carlos Delgado. En cualquier caso Ganímedes representaba las obsesiones estéticas de la cultura griega, la primera en considerar la plenitud atlética un don divino. Pero el canon del efebo, tal y como lo concebimos hoy, se debe al erudito alemán Johann Winckelmann. “Winckelman es considerado el creador de la historia del arte como disciplina”, señala Delgado. “En el siglo XVIII viajó a Roma y se enamoró de la estatua de Apolo de Belvedere. Las ideas sobre la belleza de Winckelmann consolidarían un canon de belleza masculina joven, atlética y proporcionada. Y se mantiene hasta hoy”.
Según el consenso de los que han analizado el arquetipo, un lolito pierde las alas cuando cumple 25 años o se vuelve consciente de su propia naturaleza (lo que ocurra primero), pero esa concepción del efebo como un joven ignorante de su atractivo provoca una relación de poder desigual. Ganímedes no sería uno de ellos sin Zeus, Bjorn Andrésen tampoco sin Visconti, del mismo modo que en los ochenta José Luis Manzano adquirió su condición de joven icono erótico ibérico cuando Eloy de la Iglesia lo sacó de la calle a los 17 años y le dio los papeles protagonistas de Navajeros, El pico o La estanquera de Vallecas. Cuando el reportaje de The New York Times pretendía trasladar la figura del lolito a la cultura de masas, lo hacía ignorando sus connotaciones sociales, sexuales, económicas y de clase.
En 1995 una campaña de Calvin Klein fue tachada de “indignante” por Bill Clinton y finalmente prohibida. Los anuncios mostraban a modelos con aspecto juvenil siendo entrevistados por una voz masculina y madura en lo que, a todas luces, parecía el casting de una película porno antigua. “Hoy twink es un término que tiene que ver con el marketing: si te gusta un tipo determinado de persona, haces clic en esa palabra y llegas a ese producto”, afirma Luis Venegas, editor de revistas como Candy o Electric Youth!, esta última especializada en el culto a la belleza masculina y joven. Con el cambio de siglo internet ofreció un consumo masivo de pornografía y, una vez los cuerpos se neoliberalizan, es necesario crear categorías para que el consumidor encuentre el producto que busca de manera sencilla. Ahora twink es también una etiqueta para el filtro de búsqueda en las aplicaciones de ligue gais.
Más que objetos sexuales
Los artistas de la moda rechazan este reduccionismo del lolito como mero objeto sexual. En los últimos años, diseñadores como Raf Simons o Hedi Slimane han utilizado la figura del joven deseable como protagonista en varias campañas. Tras protagonizar Ready Player One, Tye Sheridan fue imagen de Prada. En 2018 Loewe lanzó una colección cápsula con fotos impresas que Wilhelm von Gloeden tomó a principios del siglo XX de los adolescentes desnudos de Taormina. “Está super aceptado en la moda, pero al revés sería impensable”, señala el fotógrafo Pablo Zamora. “No se permitiría hacer challenges así con chicas”. ¿Significa esto que el lolito, un objeto de deseo sexual en origen, existe hoy como una estética a la que es posible despojar de erotismo?
“El concepto podrá tener un origen sexual, pero lo ha ido perdiendo y ahora es eminentemente estético”, indica Zamora. “Como hombre homosexual, puedo identificar el momento de la adolescencia en el que una chica empieza a formarse físicamente en la mujer adulta que va a ser. Lo veo como un instante precioso y efímero que para mí no está vinculado a la sexualidad”. Venegas coincide y cita a varios artistas (el diseñador Palomo Spain, el fotógrafo Kito Muñoz) que plasman a lolitos en sus proyectos. “Era gente joven haciendo cosas con gente joven para la gente joven. Lo del desfase de la edad lo tenemos muy grabado pero me parece un estereotipo, ya no es como cuando Calvin Klein lo hizo a los 50 años. Igual se daba mucho en los setenta y los ochenta, pero ahora no. Ahora se trata de crear imágenes emocionantes para la vista”, concluye.
Pero en cuanto Call Me By Your Name comenzó a crecer en popularidad, muchos cuestionaron la romantización que hacía de una relación entre un adulto y un adolescente. Aunque Armie Hammer tuviera 26 años y Timothée Chalamet 20, sus diferencias físicas y sociales (Oliver estaba viajando por Europa por su cuenta, Elio vivía aún con sus padres) llamaron la atención a una parte del público que no estaba familiarizada con la subcultura twink. ¿Es el mito del efebo, como decía Platón, una coartada espiritual, poética o intelectual para el deseo hacia los jovencitos?
Según Enrique Aparicio, periodista y presentador de dos podcasts sobre cultura queer (¡Puedo hablar? y Maricapáginas), el deseo está atravesado por estructuras sociales y eso incluye las patriarcales. “Los gustos no vienen de la nada, son una respuesta a esas estructuras. La relación entre un hombre mayor sabio/poderoso y un joven efébico/inocente es una constante en las relaciones homosexuales. Para mí, es una consecuencia de la necesidad de asemejar las relaciones gais a las heterosexuales: para el patriarcado, es más válida una pareja done hay un chico más mayor y masculino y uno que toma el rol femenino”, señala Aparicio.
El periodista Danny Polaris escribió que los estereotipos del lolito indican que no solo son afeminados sino también tímidos, inseguros y sin noción alguna respecto al sexo. Si Michel Focault decía que la opresión sexual nunca desaparece sino que se disfraza, la cultura gay se ha empeñado en tratar a este paradigma como a su propia doncella virginal. Y lo han utilizado para aplicar viejos vicios machistas contra miembros de su propia comunidad.
Las nuevas conversaciones en torno al género están contribuyendo a que el término twink se vaya quedando desfasado. Dos cantantes mencionados en el reportaje de The New York Times, Troye Sivan y Olly Alexander, han reivindicado la femineidad. En Bloom, Sivan cantaba las bondades de la pasividad sexual. En Sanctify, Alexander indicaba “No tienes por qué hacerte el hetero conmigo, sé lo que hay debajo de tu máscara [en inglés, mask suena como masc, masculino en jerga gay]”. Este tipo de subversiones van dejando el término cada vez más desfasado y señalan su connotación discriminatoria.
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