Esta brutalidad sobresalta. Masiva, milimétrica e inclemente, la guerra de Vladímir Putin contra Ucrania angustia a la humanidad. Y voltea un principio de la doctrina militar: “La guerra es la continuación de la política por otros medios”, enunciaba el rival prusiano de Napoleón, Carl von Clausewitz, autor de De la guerra (Ministerio de Defensa, 1999).
Parece ahora que la economía sea el seguimiento —la réplica— a la guerra, por otra vía. Es lo que ha elegido el Occidente democrático frente al neodespotismo del exjefe del KGB. La amenaza de una cadena secuenciada de sanciones económicas es el arma enarbolada para contrariar el expansionismo panrruso. Por ahora, con éxito cero.
Aunque el juicio final se sustanciará a largo plazo. También el padre fundador de la Europa comunitaria, Jean Monnet, fio a la base económica y a la intensidad de los suministros el éxito futuro de los aliados en la Primera Guerra Mundial, como miembro de la Comisión Marítima Interaliada (Memorias, APE, 1985). Y luego, como enviado del general De Gaulle junto a Franklin Roosevelt, para asegurar la producción de armas contra Adolf Hitler.
El caso es que el preanuncio de sanciones, junto al insólito activismo pregonero sobre el despliegue previo ruso y su propósito, no han impedido la guerra. El arsenal de medidas desborda de largo la mera presión diplomática apaciguadora de Chamberlain y Daladier cuando el Pacto de Múnich (1938). Se erige en el más completo de la historia.
Pero a diferencia del resistencialismo armado de Churchill (y Roosevelt), su efecto disuasor ha sido inane al primer compás del pulso. No en vano iba huérfano de la credibilidad que proporciona un contra-despliegue militar: un tanque es más letal, al instante, que bloquear cuentas corrientes.
Aunque al menos se ha salvado el mínimo común denominador, la unidad de acción, ausente entonces. Seguro que la experiencia del Brexit ha coadyuvado. Y la dimensión del envite, pues “Rusia es una gasolinera y un cuartel”, sintetiza el alto representante Josep Borrell, “pero dentro del cual hay una bomba atómica”: ese desequilibrio del terror, que diferencia al terrorista del depredado.
Así que el primer balance de la respuesta se limita a exhibir sin paliativos dónde están las víctimas, quién es el agresor, dónde recae la razón humanitaria. Algo sustantivo a largo plazo, pero no enseguida. También la Hungría de 1956 y la Checoslovaquia de 1968 atesoraban la razón liberal frente al invasor. Y para imponerse, debieron esperar a 1989: a la caída de ese Muro que ahora pugna por volver a ser pespunteado.
La rapidez de la escalada moscovita ha privado a las sanciones del carácter exponencial previsto: salvo el bloqueo al sistema financiero de pagos Swift —la estrella del paquete, que la UE no alcanzó a aprobar en su cumbre del viernes— y la prohibición de exportar tecnologías avanzadas, todo está en marcha. Los castigos ad personam —sobre todo bloqueo de cuentas y activos— contra los dirigentes encabezados por Putin, su canciller Serguéi Lavrov y sus 37 adláteres oligárquicos. Y también la exclusión de empresas rusas en las Bolsas (incluida la City), las barreras al acceso de sus bancos a los mercados occidentales y las prohibiciones de comerciar a europeos y norteamericanos.
El bloqueo financiero y las prohibiciones comerciales, junto a la paralización por Berlín del permiso al gasoducto Nord Stream 2 que debía suministrarle gas ruso a espuertas dañarán más a Moscú, sí: su PIB se encogerá un 5%, se pronostica. Aunque haya acumulado reservas año tras año, al menos desde 2014, cuando invadió —y se incautó de— Crimea.
Reservas y alianzas: con China como pantocrator. No en vano, Ucrania es, geoestratégicamente, la región rediviva de los Sudetes checoslovacos (de habla alemana) anexionados por las armas al Reich en 1938; y Taiwán, el candidato a encarnar, un día no lejano, la Polonia de 1939.
Pero guerra y sanciones mellarán también el comercio de los EE UU y la UE. A sus finanzas, entrelazadas con las rusas. A industrias como las exportadoras españolas Inditex, Roca o Iberia/IAG. A los importadores de cereales. Si bien, al cabo, la economía rusa es liviana —equivale en tamaño a la española— y la población ucrania —47 millones— se empareja también con la española.
Así que la incertidumbre económica reside en cuánto frenará el golpe de Putin a la recuperación en curso, prometedora tras la oleada ómicron de la pandemia. Aunque la acción de Moscú “destruya su credibilidad como socio confiable y el daño que reciba sea inmenso”, la guerra y su respuesta “causarán un shock recesivo mundial”, augura Cliff Kupchan. El presidente de Eurasia Group calcula que la reducción del crecimiento mundial será de “al menos, un 1%” en 2022. Insidioso. Pero no letal. La previsión de enero del FMI situaba el alza del PIB este año en un 4,4%.
El segundo nubarrón es el suministro energético. La paralización del Nord Stream 2 percute sobre Alemania, en una relevante inversión de la lista de los perjudicados habituales. Y es que Moscú provee a Alemania el 66% de su consumo gasista, por el 40% a la media europea (y el 11% español).
Ahora, el problema surge en el Norte y una de sus soluciones (amén de Noruega o el Golfo) debe llegar del Sur: el tubo argelino, el conducto argelo-marroquí y las ocho plantas regasificadoras españolas (de un total de 21 en la UE, aptas para tratar el gas líquido importable en buques metaneros) son una esperanza.
Pues si el gasoducto báltico interrumpido vehicularía 55 bcm (mil millones de metros cúbicos, en sus siglas en inglés) al año, las regasificadoras españolas podrían entregar hasta 70 bcm, si se completa la conexión catalana con la red europea (siempre esquivada por Francia) o se amplía la vasco-navarra.
Otros cuellos de botella en las cadenas de suministro vendrán de materias primas para la industria, como los componentes ucranios para fabricar chips (gas neón). Nunca llueve sobre seco. La UE debería, pues, revisar y ampliar su política de estímulo fiscal. La Comisión ya ha abierto fuego. Propugna ampliar a 2023 la suspensión del austeritario Pacto de Estabilidad.
El otro gran envite es la inflación. La disrupción amenaza con agravar el alza de precios energéticos. Oficialmente se acercaban a su techo. Y ahora tenderán a anclarse, cronificarse al menos este año (encima del 3,9% previsto para los países ricos por el FMI) y replicarse en las expectativas inflacionarias de los agentes económicos (industria y comercio) y sociales (salarios).
Este carburante para los motores prosubida de tipos de interés que nutren el sesgo recesivo de los halcones monetarios, quizá lo sea menos. Porque los palomas se aprestan a enfatizar que mantener en vida la actividad económica va antes que los precios: una vez muertos, no cotizamos.
Y porque tienen escudo en la historia. La Reserva Federal “ha preferido a veces aplazar decisiones graves” sobre tipos de interés “hasta que disminuyesen los riesgos geopolíticos, como en la guerra de Kosovo, la invasión de Irak o la Primavera Árabe”, recuerdan los expertos de Goldman Sachs. Y la reacción de Christine Lagarde, desde el BCE, no ha olvidado comprometerse a que, además de ocuparse del alza de precios, lo hará “de la estabilidad financiera”.
Último. Y lo peor. La guerra a Ucrania amanece de muerte. De tragedia social y humanitaria. Se espera el éxodo de cinco millones de sus ciudadanos. Cinco veces más que los refugiados en la oleada de 2015. Un flujo muy inferior, pero que crujió las cuadernas políticas de Europa.
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