Hace 10 años justos, en marzo de 2012, llegó al puerto de Sevilla una tuneladora gigante. Medía 150 metros de longitud y su cabeza giratoria tenía 14 de diámetro. Había sido construida en Francia a la medida de un proyecto que ya entonces parecía de ciencia ficción: horadar un túnel a 40 metros de profundidad bajo el río Guadalquivir para la autovía de circunvalación SE-40. Durante cuatro días con sus noches, siete camiones de los grandes —incluido uno de 18 ejes— transportaron las 2.200 toneladas del ingenio despiezado a una parcela en Coria del Río, donde se construyó además una gran carpa climatizada para que la tuneladora —que fue bautizada como Guadalquivir, pero que enseguida recibió como mote El Bicho— aguardara en la orilla, calentita en invierno y fresquita en verano, a que llegara el día de entrar en acción. Allí sigue, tan a gusto, vigilada 24 horas por guardas de seguridad, mientras en Twitter se hacen eco de la noticia que publicó hace un par de días la edición sevillana de Abc: “La tuneladora de la SE-40, vendida al peso a un chatarrero”.
Estaba pensando en eso, en cuántas obras faraónicas pagadas con dinero público terminan fracasando y convertidas en chatarra, cuando empezaron a llegar tuits relacionados con las ruinas de otro proyecto imposible. En el primero aparece un vídeo de la sala de prensa del Congreso de los Diputados. Un periodista le pregunta a Gabriel Rufián sobre las supuestas reuniones de Puigdemont con emisarios del Kremlin para tratar de conseguir el apoyo de Putin al proyecto independentista. La respuesta del portavoz de ERC es sorprendente:
—Ustedes saben que yo intento no hablar nunca de Junts o de ese espacio de la antigua Convergència, pero con la que está cayendo lo voy a hacer. Creo que son señoritos que se paseaban por Europa reuniéndose con la gente equivocada, porque así durante un rato se creían que eran James Bond.
Rufián, como siempre que habla de algo que considera importante, repite la declaración palabra por palabra, y a continuación añade: “No nos representan. Y me estoy conteniendo. Porque es de una frivolidad terrible. Les puedo asegurar que era simplemente para hacerse un selfi en según qué despachos. Y las explicaciones las tienen que dar ellos y ellas. Es de una frivolidad terrible”.
En el segundo tuit aparece otro vídeo. Es de Gemma Nierga en su programa de La 2 de TVE. Entrevista a Clara Ponsatí, que era consejera de Enseñanza en el Gobierno de Puigdemont durante la declaración de independencia. La periodista le pregunta si la secesión es tan importante como para perder la vida. La eurodiputada de Junts per Catalunya no solo dice que sí, sino que advierte: “La secesión no se hará nunca si no se asume que puede provocar muertos”.
El tercer y último tuit se refiere a otra política de Junts, Laura Borràs. La hoy presidenta del Parlament desoyó los avisos que en varias ocasiones le hizo la jefa de administración de la Institució de les Lletres Catalanes en los que le advertía de que los contratos que estaba haciendo a un amigo suyo eran ilegales. Ahora Borràs está procesada por cuatro delitos de corrupción, pero dice que ella no hizo nada, que todo es un montaje de las cloacas del Estado.
Mientras todo esto sucede, la tuneladora sigue allí, bajo su carpa de Coria del Río, sin poder huir a Bélgica como hizo Puigdemont ni a Escocia como Ponsatí; sin ni siquiera disfrutar de la inmunidad que protegerá a Borràs. Hay proyectos faraónicos pagados con dinero público que terminan en el chatarrero y otros, en un palacete de Waterloo. Siempre ha habido clases.