Para Aleksandr Lukashenko, Svetlana Tijanóvskaya es una “pobrecilla”, una “marioneta manejada por Occidente”. Pero la exprofesora de inglés de 37 años, que dejó de trabajar para cuidar a sus dos hijos, se ha convertido en el rostro de la oposición bielorrusa, en la persona que ha desafiado al líder autoritario, que piensa que una mujer no puede ser presidenta. Es la voz que ha alimentado un movimiento ciudadano que reclama democracia en Bielorrusia. “Me votaron para salvar el país, me ven como el símbolo de los cambios”, dice muy seria Tijanóvskaya en una entrevista por Skype desde Lituania. La líder opositora ha completado una de las tradiciones más tristes de Bielorrusia y, como la mayoría de los críticos, se ha exiliado al sentir que su familia estaba amenazada. “Aquí estoy segura”, remarca. Añade que volverá a Bielorrusia tan pronto sienta que ni ella ni sus hijos corren peligro. El país de Europa del Este vive hoy las mayores movilizaciones de su historia. Y esta antigua maestra de inglés ha sido la espita.
Reconoce que sigue teniendo miedo. “Toda la ciudadanía en Bielorrusia siente temor, es una realidad, yo también temo por ellos y mi corazón está allí”, dice con voz suave la opositora, vestida con un traje de chaqueta azul. “La ciudadanía bielorrusa nunca volverá a ser la misma. La llama no se apagará, la gente ya se ha despertado y ya no podrá vivir con un Gobierno que no acepta, no se pueden perdonar los crímenes que han cometido”, se lamenta. En los primeros cuatro días de protestas por el fraude electoral en las elecciones presidenciales del 9 de agosto hubo unos 7.000 detenidos, cientos de heridos y cuatro muertos.
Tijanóvskaya nunca quiso dedicarse a la política. Ni siquiera se hablaba de esos temas en casa, pese a que su esposo, el bloguero Serguéi Tijankovski, pasó a ser uno de los opositores más conocidos. En mayo le arrestaron y no pudo postularse a los comicios presidenciales. Sigue preso, cuenta la líder opositora, como otros muchos “prisioneros políticos, rehenes” del régimen de Lukashenko. Fue entonces cuando, “por amor”, decidió apoyarle y presentarse ella, sin imaginar el enorme movimiento que iba a acompañarla en el camino.
Se convirtió entonces en la única de los opositores destacados que pudo postularse, así que los otros dos aspirantes con posibilidades —el banquero Víktor Babariko, también arrestado, y el diplomático Valery Tsepkalo, que salió del país— decidieron apoyarla. Se le unieron entonces las jefas de campaña de los otros dos principales opositores y se formó así el trío de mujeres que ha sacudido los cimientos del régimen bielorruso y ha puesto contra las cuerdas al líder autoritario, conocido por sus comentarios machistas.
“Me he vuelto mucho más fuerte, pero no estaba preparada para lo que iba a pasar; sin embargo, siento que tengo esta responsabilidad”, reconoce encogiéndose de hombros. Se siente la “presidenta nacional electa”. “Sabemos que falsificaron los resultados electorales. La gente no se cree los resultados. Saben que me eligieron a mí como presidenta. Soy la líder nacional de Bielorrusia”, insiste Tijanóvskaya. Rehuye el término oposición: “Somos la voz de la mayoría”.
La senda deseada para el país, matiza sin embargo, no es que otros países la reconozcan como presidenta, en un modelo al estilo del de Venezuela, donde un buen número de países reconocen como presidente interino a Juan Guaidó, en vez de a Nicolás Maduro. “No hay necesidad. Eso no resolvería nada. Además no reconocen a Lukashenko. Necesitamos que haya elecciones y para eso primero Lukashenko tiene que irse”, remarca.
Nacida en Mikasevichi, no lejos de la frontera con Ucrania, Tijanóvskaya estudió Pedagogía en la ciudad de Brest. Entre medias fue una de las chiquillas que pasó los veranos de su infancia fuera de Bielorrusia, apoyada por los programas de ayuda para los niños afectados por el desastre de la central nuclear ucrania de Chernóbil, en 1986.
La líder opositora fue a Irlanda, a Roscrea. Y se enamoró del país. Allí aprendió y perfeccionó su inglés, se ganó un pequeño sueldo trabajando en una fábrica de carne en su juventud y terminó convirtiéndose en maestra de esa lengua en una escuela bielorrusa. Dio clases hasta que la familia se trasladó a una localidad cerca de Minsk para que su hijo, con discapacidad auditiva, se sometiera a una operación de implante coclear y siguiera un tratamiento. Su esposo y ella decidieron entonces que Tijanóvskaya se quedase en casa para ocuparse de los cuidados. Y así se ha presentado ante la sociedad bielorrusa, con la modestia de quien no quiere permanecer en el poder sino desalojar a Lukashenko, que ha gobernado durante 26 años con puño de hierro el país, e impulsar la transformación de Bielorrusia.
“No soy política. No necesito el poder. Quiero a mis hijos, a mi esposo y volver a ocuparme de freír chuletas”, dijo en uno de sus actos de campaña, que movilizaron verdaderas mareas humanas en un país en el que se reprime cualquier indicio de actividad contra el régimen. “¡Sveta!, ¡Sveta!”, la apoyaban decenas de miles de personas que, incluso con la opositora fuera del país, siguen coreando su apodo en muchas movilizaciones. En su programa electoral había solo unas pocas líneas maestras y estas eran básicamente nuevas elecciones en seis meses y la liberación de los presos políticos.
“La ciudadanía quiere poder elegir un líder por sí misma. Ahora sienten que son una nación unida y no personas separadas. Estoy orgullosa de que, pese a todo lo que ha pasado, la gente en Bielorrusia y en la diáspora está mostrando al mundo un gran respeto y apoyo”, señala la opositora.
Tijanóvskaya ha asumido muchos riesgos. No quiere comentar qué le llevó a salir de Bielorrusia. Hablará de ello cuando sea el momento. “Cada vez más gente tiene la sensación de que podemos cambiarlo todo. Cada uno de nosotros, el pueblo, somos la fuente de poder si nos unimos”, dice. Espera, remarca, que esta situación se resuelva “pronto”
Desde su partida a Lituania, donde antes de las elecciones ya había enviado a sus hijos con su madre para evitar posibles represalias, la líder opositora se ha reunido con destacados miembros de Gobiernos de la Unión Europea, que rechazan los comicios y ha apoyado un nuevo paquete de sanciones contra funcionarios del Gobierno. También ha podido conversar en Vilna con el subsecretario de Estado de Estados Unidos, que recalcó que se había sentido “impresionado” por su carisma. “En todo el mundo están atentos a la ciudadanía bielorrusa, están impresionados por cómo está luchando por sus derechos, pero también impactados negativamente por el otro lado, por cómo se ha tratado a la gente pacífica”, señala.
Nadie de Rusia, a la que Lukashenko ha pedido ayuda, la ha llamado, explica. Desde el exilio, ha reclamado a Occidente que apoye a la ciudadanía bielorrusa, que anime a un diálogo con Lukashenko para lograr su principal objetivo: celebrar unas nuevas elecciones y que estas sean, por fin, limpias. También ha impulsado un comité de coordinación con perfiles de todo tipo para impulsar las conversaciones de transición.
“La gente sale a la calle y sigue haciéndolo porque no están dispuestos a aceptar a este presidente, y mucho menos después de la violencia con la que ha reprimido a los manifestantes que solo reclamaban democracia”, comenta Tijanóvskaya, que comenta que está “en shock” por los testimonios de brutalidad policial.
“Hemos tenido suficiente de Lukashenko. Tiene que irse”
Sus objetivos para el futuro pueden sonar muy simples, comenta, pero para Bielorrusia son el paso que lo puede cambiar todo. “Quiero que mis hijos crezcan en un país libre, democrático, donde se respete los derechos humanos, donde puedan salir a la calle sin miedo y no teman acabar en la cárcel si dicen algo contra las autoridades; estamos luchando por el futuro de nuestros hijos”, señala la antigua profesora de inglés, que recalca que la ciudadanía bielorrusa está “más que preparada para cambiar el régimen autoritario”.
Svetlana Tijanóvskaya cuenta que nunca ha hablado con Alexandr Lukashenko. ¿Qué le diría si se reúnen? “Como ciudadana simple de Bielorrusia le diría que hemos tenido suficiente de él, que es hora de irse”.
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