La guerra de Rusia en Ucrania también ha causado un terremoto entre las élites rusas. Las peores derrotas de las fuerzas rusas en Ucrania desencadenaron una oleada de mensajes inéditos contra la jefatura de las Fuerzas Armadas y los funcionarios responsables de la logística en la batalla. La riada de críticas en los medios de la órbita del Kremlin contra el liderazgo militar antecedieron a los puñetazos verbales de analistas y propagandistas de la guerra contra el ministro de Defensa, Serguéi Shoigú. Un escenario absolutamente impensable hace solo un año y que simboliza las guerras internas, las fisuras en los escalones superiores de la estructura piramidal del poder, y la inquietud sobre el futuro en la Rusia de Vladímir Putin, un país gobernado por el aparato de seguridad, que se mantiene impasible mientras su líder continúa una carrera hacia adelante, variando los objetivos de la sangrienta invasión de Ucrania, que le ha dejado tocado en casa y muy aislado internacionalmente.
En otro momento, nadie se hubiera atrevido a alzar la voz contra el máximo responsable del Ejército, ministro estrella y líder en las encuestas públicas de popularidad. Shoigu, el hombre que ha acompañado durante años a Putin en sus coreografiadas sesiones fotográficas de vacaciones en Siberia, en las que el líder ruso pasó de posar como el hombre fuerte, a caballo con torso desnudo, a abuelo que toma té en una mesa de picnic con salero y pimentero de cristal.
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Las peleas, pisotones, puñaladas y rivalidades en los escalones inferiores de la pirámide de poder han existido durante décadas, pero ahora se despachan en abierto, a bombo y platillo, en los canales de Telegram e incluso en los medios de propaganda tradicional. El antagonismo, por ejemplo, entre sus agencias de espionaje —la militar, GRU, y la general, FSB— ha sido legendario. De hecho, Putin se valía de esas rencillas para su propio beneficio. El líder ruso había mantenido calmadas las aguas en los escalafones superiores del poder, así como entre las élites económicas y políticas que forman el tejido del putinismo, que han cumplido su parte del trato a cuenta de no criticar al Kremlin y seguir los patrones del sistema para conservar así una porción del pastel suficiente para enriquecerse en un país con desigualdades mayúsculas.
Pero igual que el presidente ruso, al lanzar la movilización militar, ha roto el contrato social con la ciudadanía, a la que prometía estabilidad o al menos una vida medianamente predecible; la guerra de Ucrania ha hecho saltar por los aires el statu quo entre las élites político-militares, sobre todo en algunas de las más visibles ―aunque no por ello más poderosas―, donde han aflorado críticas públicas a decisiones estratégicas que se han tomado en la invasión.
En la parte superior de la pirámide rusa, no obstante, no se cuestiona la continuidad del líder. “No hay un desafío a Putin”, apunta un funcionario vinculado a la inteligencia occidental, que ha estudiado de cerca durante años al entorno del líder ruso. “El circulo más estrecho de Putin está compuesto de hombres como él, personas que también llegan del KGB y cuyo poder absoluto se basa en este sistema, el cual se derrumbaría sin el líder. Inmediatamente por debajo de ellos temen al qué podría llegar después. Y, sobre todo, cuánto podrían perder y qué consecuencias enfrentarían”, apunta. “Hay una inquietud muy grande y han empezado a brotar síntomas de que si las derrotas se mantienen en el frente, sin ningún tipo de cambio de juego, podrían estallar luchas internas”, señala.
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Las críticas y los roces internos conocidos en los últimos meses no parecen ser parte de una campaña contra el Kremlin, sino que son, más bien, síntomas visibles de una élite que se siente en crisis y de que Putin no está haciendo el trabajo que se espera de él: “Ser el hombre que controle las disputas desde dentro”, opina Mark Galeotti. El analista, escritor de varios ensayos sobre Rusia, como Breve historia de Rusia o Tenemos que hablar de Putin, ambos editados en castellano por Capitan Swing, remarca por teléfono que los círculos del poder rusos están “preocupados” por el descontrol y las fisuras abiertas en un sistema que gira en torno a una sola figura desde hace dos décadas. “Esto significa que Putin tendrá menos capacidad de respuesta cuando se produzca algún tipo de crisis externa; como puede ser una enfermedad, una protesta popular, el colapso de las Fuerzas Armadas en el frente o un ataque de Ucrania en Crimea”, afirma Galeotti. “No existe una amenaza directa contra Putin, pero cuando exista será mucho más vulnerable [que antes]”, añade.
La exitosa contraofensiva ucrania y las vergonzosas pérdidas de las fuerzas del Kremlin suscitaron una oleada de gritos y presiones para que el Kremlin llevara la invasión a una escala superior. Putin dio al sector ultranacionalista parte de lo que buscaba al decretar la movilización —que ha avivado el descontento ciudadano, ha sacudido a los hogares y ha provocado la huída de decenas de miles de hombres del país— y ordenar una campaña de bombardeos indiscriminada contra infraestructura civil ucrania en una supuesta reacción al sabotaje de su puente hacia Crimea.
La analista Tatyana Stanovaya, de la consultora RealPolitik, describe el sistema del putinismo con un símil: “Cada jugador tiene su propia zona de pruebas y dentro de ella, posee casi carta blanca. Es casi imposible ir más allá. Esas zonas son diferentes en tamaño y escala de tareas”, dice. Con la guerra, algunos jugadores hasta ahora marginales, congelados o incluso considerados como parias por las élites generales se han metido en el espacio de otros y han ido ganando terreno en la foto fija del sistema.
Es el caso del polémico y oscuro Yevgeni Prigozhin. Tras años negando cualquier vinculación con la empresa de mercenarios Wagner —e incuso llevando ante los tribunales a quienes lo vinculaban con ella—, el conocido como el chef de Putin (pues tiene una empresa de catering) ha dado la cara como el reclutador jefe de contratistas privados para la guerra en Ucrania —incluso en las cárceles rusas— y ha agarrado una porción de pastel más grande de la que tenía. Todo mientras esgrimía duras críticas hacia el liderazgo militar ruso a través de sus propagandistas y los medios de comunicación que maneja. También es el caso del líder checheno Ramzán Kadírov, ascendido recientemente a general del Ejército de Putin, tras dedicar furibundas soflamas a altos mandos de las Fuerzas Armadas por la pérdida de la batalla de Liman.
Esos ataques a la cúpula militar revelan una lucha por el poder ahora que el Ejército está desgastado y más débil, apunta el analista militar ruso Pavel Luzin, que incide en que aquellos que están involucrados en la guerra, pero que no forman parte del Ejército regular, como Prigozhin y Kadírov, están tratando de culpar a las Fuerzas Armadas de las derrotas y sacar beneficios a la vez.
El chef de Putin, por ejemplo, que se lleva a matar con el ministro Shoigú, al que responsabiliza por la pérdida de algunas licitaciones para el Ejército, está ahora en una mejor posición con Wagner. Mientras, Kadírov busca más financiación ahora que los presupuestos tiemblan y Chechenia, que recibe más del 80% de sus fondos directamente desde Moscú, puede resultar tocada. “Está diciendo: ‘Puedo ser un verdadero dolor en la retaguardia y por eso debéis pagarme’. Moscú está aterrorizada con que Kadírov y Chechenia exploten de nuevo”, añade Galeotti.
Para el analista Nikolaus von Twickel, director del Zentrum Liberale Moderne y antiguo asesor de la OSCE en la guerra de Donbás de 2014, los últimos nombramientos del alto mando —Serguéi Surovikin, conocido por sus bombardeos sobre infraestructuras civiles en Siria— no reflejan una lucha por el poder, sino unos intentos “desesperados” de la cúpula político-militar (Putin y Shoigú) para mejorar lo que tienen. “No veo que las élites vayan a intentar nada contra Putin en estos momentos. El sistema de Putin ha sido construido sobre las tensiones entre facciones, lo que asegura que estas no se unan contra el presidente mismo”, afirma Von Twickel. El experto pone como ejemplo a Kadírov y Prigozhin, quienes “deben todo a Putin” y “pueden criticar abiertamente mientras sean controlados por otros bandos”.
Las luchas intestinas rusas han llevado a la detención de varios jefes de los canales de propaganda de Prigozhin en las redes sociales. El chef de Putin, responsable también de los ejércitos de bots que han interferido en elecciones de Europa y América, ha sido testigo estos meses de varias olas de detenciones entre sus empleados por supuesto fraude; aunque el motivo real podría ser su crítica a las autoridades.
El golpe de timón de Putin también ha alcanzado al sector ultranacionalista. Igor Girkin, conocido como comandante Strelkov, así como otras voces muy críticas con la dirección de la guerra, actualmente están siendo objeto de investigaciones por sus soflamas contra el alto mando, ha informado el medio Mash, con vínculos con el Kremlin. El militar llegó a acusar a Shoigú de haber cometido “una negligencia criminal” al planificar la ofensiva. “No tengo una base para acusarle de traición, pero lo sospecho”, dijo Strelkov en mayo, cuando Rusia controlaba miles de kilómetros cuadrados más de territorio. Las crecientes detenciones son señales de que cada vez hay menos control, coinciden los expertos.
Muertes misteriosas y silencio cómplice
En ese ambiente de desestabilización e inquietud se enmarcan varias muertes misteriosas de personas del mundo de los negocios y algunos altos funcionarios de las administraciones regionales. Desde el fallecimiento en extrañas circunstancias de Ravil Magánov, directivo de Lukoil, a Alexánder Tiuliakov, director de seguridad corporativa de la gasista Gazprom. “No diría que hayan sido [asesinatos] organizados por el Kremlin, podrían ser rivalidades; pero empieza a flotar la sensación de estar en los noventa”, dice el analista Galeotti, en referencia a los turbulentos años postsoviéticos.
Mientras afloran las puñaladas y codazos en algunos sectores militares y políticos, las élites urbanas y el rosario de tecnócratas educados en Occidente se mantienen en su mayoría en silencio. Nombres como Alexei Kudrin, exministro de Finanzas; el director ejecutivo de Sberbank, German Gref; o la directora del Banco Central, Elvira Nabiullina, y todos los demás tecnócratas apolíticos “se abstienen de las críticas públicas, de rechazar la guerra, y se aferran a sus puestos”, analiza la experta el centro Carnegie Alexandra Prokorenko.
El 21 de febrero, cuando Putin citó a su Consejo de Seguridad para preparar su ofensiva, el viejo putinismo desapareció. El modelo colegiado-consultivo, en el que la opinión del entorno presidencial se consideraba importante, en ocasiones incluso definitiva, ha dado paso a una situación en la que todas las decisiones las toma una sola persona: el presidente, explica Prokorenko en un reciente análisis en el que que vaticina que el sistema entrará en crisis: “El problema, para los tecnócratas, es que será imposible ser eficiente entre las ruinas morales e institucionales que deje la guerra”.
Todas esas luchas internas visibles han hecho aflorar también un enorme temor a lo que pudiera suceder en una Rusia sin Putin. En un país en el que el jefe del Kremlin y el aparato de seguridad, que gobierna en realidad el país, han segado por completo a la oposición y a la sociedad civil, y donde la mayoría de los disidentes destacados están en prisión o en el exilio es complicado reconstruir un tejido social contestatario desde dentro.
Algunos han hecho sus posibles quinielas. Y en la Rusia de Putin, hoy brotaría, probablemente, otro Putin, apunta un oficial vinculado a una agencia de inteligencia occidental. Probablemente, sería uno de los hombres del KGB que forma parte de su círculo más cercano. Según el analista Von Twickel, el actual jefe del Consejo de Seguridad y su sucesor al frente del Servicio Federal de Seguridad (FSB), Nikolái Pátrushev, solo estaría en las posibles quinielas “en caso de incapacitación”. “No creo que sea probable. Sería como la transición [en los últimos momentos de la URSS] de Andrópov a Chernenko: una señal de que la élite no quiere cambios”, opina el analista. “La cuestión es que es extremadamente difícil hacer una predicción porque no hay instituciones que puedan servir de guía”, advierte el experto: “Con Putin todo son relaciones personales y todos dependen al final de Putin”.
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