El repliegue ruso es una realidad. Se ha debilitado el cerco sobre Kiev, las tropas de Putin se han retirado de Irpin, un suburbio de la capital, y del aeropuerto de Hostomel, ambos a una veintena de kilómetros. En su retirada han sembrado todo el horror que empiezan a mostrar las imágenes de la ciudad de Bucha, con cadáveres de civiles abandonados en carreteras, caminos y edificios, algunos de ellos con las manos atadas a la espalda o abatidos por un tiro en la nuca en potenciales crímenes de guerra. Así es la guerra de Putin, en la ofensiva y en la retirada. También ha quedado despejada incluso el área contaminada alrededor de Chernóbil que el Ejército ruso aprovechó para penetrar masivamente en Ucrania desde Bielorrusia. Por más que el Kremlin presente la maniobra como una mera redistribución de tropas, con el objetivo de concentrar los esfuerzos en Donbás, estamos ante una contraofensiva ucrania que se está saldando con la retirada de su enemigo.
La iniciativa en el norte está ahora en manos del Ejército ucranio, como prueba el ataque con misiles aire tierra contra los depósitos de gasolina de Belgorod, en territorio ruso, a 40 kilómetros de la frontera. Siguiendo el guion establecido por Putin, el Gobierno de Kiev se ha desentendido de las responsabilidades de un ataque que demuestra la inexistencia de una hegemonía aérea rusa y la posibilidad de que una contraofensiva ucrania penetre en tierra rusa de la misma forma que Rusia ha violado las fronteras de Ucrania. El repliegue en el norte no va acompañado de un alto el fuego ni nada que se le parezca. Al contrario, Moscú ha seguido castigando a los ucranios con bombardeos indiscriminados, que son los que más daño hacen a la población y más desmoralizan al conjunto de la sociedad e incluso a sus amigos exteriores. Ahora cabe esperar que siga aumentando la presión sobre la región de Donbás, donde se está alumbrando quizás la batalla decisiva de esta guerra, de la que Putin podría extraer la victoria táctica que le permitiera sentarse a la mesa de negociación sin perder la cara ante la atenazada pero todavía existente opinión pública rusa. La pieza que le falta a Putin para conectar las dos autoproclamadas repúblicas de Donbás con Crimea es la ciudad portuaria de Mariupol, en la que han muerto millares de civiles bajo las bombas.
El ritmo de una guerra es un auténtico misterio, como casi todo lo que concierne al desarrollo de las contiendas armadas. Esta, iniciada con el aura de una guerra relámpago, cumple mañana 40 días y las fuerzas del agresor ya flaquean. Sería un error darla por decidida, sobre todo cuando el agresor es el tercer Ejército mundial y el primero de Europa. Lo único cierto es el nuevo recodo en el que está ahora entrando. La paz, tan deseada y tan necesaria, difícilmente llegará antes de que se resuelva este nuevo encontronazo en el que Putin busca consolidar el territorio que ya poseía y conseguir en el tratado de paz los títulos de propiedad que le faltan.
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