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Qué comer para perjudicar lo menos posible al medio ambiente

Hace unos pocos días Bernard Url, director de la Autoridad Europea de Seguridad Alimentaria (EFSA) abrió la caja de los truenos y dijo textualmente que -en relación a la seguridad de los consumidores-, no hay mayores diferencias entre el consumo de alimentos de origen ecológico (u orgánico) y los de producción convencional, y que probablemente tampoco hay tales diferencias en términos nutricionales. En realidad esa metafórica caja de los truenos ya lleva tiempo meneando la tapa, porque los enfrentamientos entre quienes atribuyen a los alimentos de producción ecológica una serie de beneficios y los que aseguran que no hay tales ventajas o que no se han demostrado hasta el momento) son constantes.

Lo más desconcertante del asunto para los consumidores más críticos es que ambos bandos esgrimen por igual artículos científicos que defienden su postura. Una clara muestra de que en alguno de los dos bandos -quién sabe si en los dos, aunque un servidor lo tiene bastante claro- se está retorciendo dicha ciencia para, una vez perdida su esencia, usar dicha “ciencia”, ahora entre comillas, más como un arma arrojadiza que como un argumento sólido.

¿Qué es un alimento ecológico?

Antes de meternos en las cuestiones legales -que son las que al final cortan el bacalao- conviene coincidir en que ciertas palabras y expresiones nos trasladan, queramos o no, una carga subliminal, o incluso emocional, importante. Es algo inevitable; y lo “ecológico” suena a priori demasiado bien como para eludir ese sentimiento de buen rollo generalizado. Sería bonito que el CIS llevara a cabo una encuesta en la que se distinguiera a los ciudadanos que prefieren un entorno caracterizado por la polución y la contaminación, frente a los que prefieren una sana preservación de nuestro medio ambiente. Es decir: algo ecológico es, a mí modo de ver, algo bueno per se.

Más allá de lo que cada uno piense -y aunque lo piensen muchos-, en estas cuestiones hay que ceñirse a la legislación: un alimento ecológico es aquel que se ajusta al RE 848/2018 sobre producción ecológica y etiquetado de los productos ecológicos, para el que su productor ha solicitado someterse a dicha certificación, ha abonado las correspondientes tasas y -si supera los correspondientes controles-, se ha ganado el derecho de usar el sello que así lo distingue. En el terreno legal del asunto, en esta respuesta no cabe mayor debate.

El RE sobre producción ecológica chirría en su esencia

Pero uno no puede evitar sorprenderse cuando se contrastan tanto algunos de los objetivos (artículo 4) de la certificación ecológica, como algunos de sus principios (artículo 5) con la práctica habitual de este tipo de producción. A mí modo de ver es un perfecto ejercicio de pretender nadar y guardar la ropa: un imposible. A continuación, desgranamos paso a paso varias de nuestras dudas:

  • Nada más empezar, en el primero de los objetivos mencionados, -artículo 4 apartado a)- se menciona que se pretende “contribuir a la protección del medio ambiente y del clima”. Algo muy curioso cuando en los lineales de muchas grandes superficies podemos encontrar productos con certificación ecológica procedentes de otros países e incluso continentes. Cabría preguntarse si los aviones o camiones que se han empleado en el transporte de productos ecológicos funcionan con besos y abrazos, o bien si son aviones y camiones convencionales que funcionan con combustibles fósiles. Dicho claramente: el impacto ambiental del transporte no se tiene en cuenta, para nada, en la certificación ecológica. El altísimo porcentaje de estos alimentos que vienen envueltos en plástico -plástico que tampoco proviene del bosque de las hadas, precisamente, sino de fábricas- también hace que este punto se tambalee. Mal empezamos.

  • En el apartado b) se dice que otro de los objetivos de la norma es “contribuir sustancialmente a un medio ambiente no tóxico”, sin embargo aunque en la producción ecológica se prohíbe el uso de los pesticidas de síntesis química -autorizados dentro de la normativa- se permite, entre otros, el uso del cobre que es terriblemente contaminante. Seguimos.

  • En el mismo artículo, apartado f) se menciona entre otro de los objetivos “fomentar los circuitos cortos de distribución y las producciones locales en los territorios de la Unión”. Pero a pesar de este “fomento” los consumidores estamos muy acostumbrados a ver productos con el sello de ecológico que provienen de partes muy alejadas de nuestra geografía, por no hablar de aquellos importados de otros países más o menos lejanos.

  • En el artículo 5 apartado a) se dice textualmente que entre los principios generales figura el de “respetar los ciclos naturales”, algo cuando menos curioso si se observa que la producción de productos hortícolas con sello ecológico no decae en todo el año, de forma que podemos tener productos típicos de verano, como el calabacín o el tomate, durante todo el año. Y esto es posible porque la práctica totalidad de los productos hortícolas con sello ecológico se realiza bajo plástico en invernaderos, por no hablar de las cámaras de maduración. Con esos invernaderos, además de la contaminación intrínseca asociada a la producción de plástico -y volvemos al primer punto- no se respeta ni de lejos la temporalidad de cada producto.

Se podría seguir poniendo en solfa muchos de sus principios y objetivos, sobre todo cuando se comparan con la forma en la que se llevan a la práctica. Pero, para no aburrir y a la vez quedarnos con el absurdo meollo de esta reglamentación, podemos citar la forma en la que tiene el mencionado RE de promocionar algunas terapias y tratamientos absurdos. Así, en lo que se refiere al tratamiento veterinario -y sin prohibir los medicamentos alopáticos (llamémosles “convencionales”)-, este RE prioriza y recomienda el uso de productos homeopáticos en el tratamiento de las enfermedades animales. Lo que resulta más que sorprendente cuando en prácticamente todas las administraciones se está relegando por fin muchas de las terapias alternativas -y en especial a la homeopatía- al sitio que les corresponde, que es cualquiera que esté al margen de la ciencia. En este punto exacto llega este RE y lo pone en alza (véase la parte II referida a la producción animal, apartados 1.5.2 y 3.1.4).

No se ha probado que los alimentos ecológicos sean más seguros

Si algo tenemos que tener claro los consumidores es que nunca hemos tenido un nivel de seguridad alimentaria tan alto como el que disfrutamos en la actualidad y que -sin bajar la guardia-, las alertas alimentarias son escasas en proporción al enorme movimiento mundial de materias primas y alimentos. En este sentido los riesgos para los consumidores son bajos. Así lo revela el último informe de la EFSA en relación a la presencia de residuos de pesticidas en los alimentos: entre las cerca de 85.000 muestras analizadas, el 96,2% estaban dentro de los límites permitidos en la legislación de la UE y el 50,7% de las muestras analizadas no tenían residuos cuantificables.

No obstante, en el terreno de la seguridad de los productos ecológicos el punto débil radica en las posibles contaminaciones microbianas y la presencia de aflatoxinas. Conviene revisar de vez en cuando el Sistema de Alertas Rápidas de Alimentos y Piensos (RASFF por sus siglas en inglés) y -aunque los informes RASFF no ofrecen datos segregados por tipo de producción-, sería muy interesante conocer el resultado de dividir la cantidad de alimento producida por el sistema convencional y el ecológico por el número de alertas que ocasionan uno y otro respectivamente. No deja de ser una opinión, pero creo que con esos datos en la mano los alimentos ecológicos no saldrían muy bien parados en la foto. Tampoco es tontería la gravedad de esas alertas sobre los alimentos ecológicos; solo hay que recordar la famosa y mal llamada crisis de los pepinos españoles de 2011 (más de 30 fallecidos y 3.000 afectados) debida realmente a una producción de soja ecológica en Alemania.

Tampoco se ha probado que los alimentos ecológicos sean más nutritivos

Generalizar nunca es buena idea, pero si es para afirmar que todos los alimentos ecológicos son más nutritivos que los de producción convencional caemos directamente en una exageración superlativa y absurda. Se puede comparar el valor nutricional de las manzanas de un productor ecológico con otras manzanas convencionales cualquiera. Sea cual sea el resultado ¿se podría decir que todas las manzanas ecológicas del mundo son más nutritivas que las convencionales de todo el mundo, o al contrario? Suponiendo un hallazgo en cualquier sentido sobre las manzanas, ¿se puede extrapolar la bondad de lo ecológico, o de lo convencional, al resto de productos (berenjenas, lechugas, leche, cacahuetes, aceite, vino, etcétera) de todos los posibles productores de todo el mundo? Todo ello obviando, además, la ausencia de definición concreta sobre esos nutrientes que se supone confieren ese mayor valor nutritivo.

¿Qué pasaría si una nuez ecológica tiene más omega-3 que una nuez convencional, pero esta última tuviera a su vez más vitamina E y fibra que la ecológica? ¿Quién establece qué es más saludable y en base a qué criterios? Y, aún más allá y suponiendo que haya diferencias en cualquier sentido, como los alimentos vegetales son los que más frecuentemente se relacionan con la producción ecológica ¿quién dice que la temporada que viene o el año siguiente encontraríamos las mismas diferencias? ¿Acaso no dependen estas de la climatología, de las posibles plagas, del estado del sustrato, el suelo, etcétera? Como se puede apreciar por la magnitud de estas dudas razonables, las generalizaciones en este sentido son una absoluta ridiculez.

A pesar de eso, tenemos decenas de estudios de todos los colores: desde aquellos que auspiciados por la ecofiebre defienden el mayor valor nutricional de sus productos, a aquellos otros que no han encontrado mayores diferencias. Y los dos enlaces anteriores son solo una muestra de la vasta literatura científica publicada sobre este tema. Así que, por lo que a mí respecta y con la perspectiva que dan los años y las muchísimas lecturas al respecto, me quedo con la conclusión de este estudio que asegura que no hay evidencias de las diferencias entre la calidad nutricional de los alimentos ecológicos y los convencionales. Las pequeñas diferencias en el contenido de nutrientes detectadas son biológicamente plausibles, y pueden deberse a los métodos de producción particulares de cada caso.

Algunos apuntes para la reflexión

  • Curiosamente un rodaballo de piscifactoría con certificación ecológica y alimentado con pienso -ecológico, eso sí- puede llevar su correspondiente sello de calidad ecológica, pero no así un rodaballo salvaje pescado en aguas abiertas. Esto es así porque el RE que regula los productos ecológicos concreta de forma explícita que los productos de caza y pesca quedan al margen de cualquier certificación ecológica (artículo 3.2)
  • En la producción ecológica se prohíbe el uso de transgénicos, sin embargo no se limita en ningún sentido el uso de variedades híbridas y, más aún, de variedades patentadas. Que no deja ser otra forma de manipulación genética pero sin la participación de las pérfidas pipetas de un laboratorio.
  • Puede que te sorprenda, pero los antibióticos no están prohibidos en la producción ecológica. Estos podrán utilizarse, y cito textualmente, “en caso necesario”, en condiciones estrictas y bajo la responsabilidad de un veterinario, cuando no resulte apropiado el uso de productos fitoterapéuticos, homeopáticos y de otros tipos. Es decir, igual que en el caso de la ganadería de producción convencional; salvo que en esta última no se plantea el uso de memeces homeopáticas ni otras zarandajas.
  • La producción ecológica es menos productiva que la convencional. Es un hecho, no una opinión (al menos en USA, y no hay motivos para pensar que en el resto del mundo sea diferente). En estas circunstancias, se terminan invirtiendo más recursos para obtener cosechas más menguadas. No es casualidad que New Scientist publicara no hace demasiado un artículo titulado: “Si le preocupa la salud del planeta deje de comprar alimentos ecológicos” aportando toda clase de argumentos para llegar a esta recomendación, y poniendo de relieve que la agricultura ecológica redunda en la emisión de una mayor cantidad de gases de efecto invernadero para ofrecer el mismo rendimiento que con la agricultura convencional.

Si estás interesado en una perspectiva crítica -que no destructiva-, de la reglamentación que termina plasmando el sello de “ecológico” en un determinado producto, te sugiero que te informes a partir del inmenso trabajo de JM Mulet, empezando por su muy recomendable blog “Tomates con genes”.

Juan Revenga es dietista-nutricionista, biólogo, consultor, profesor en la Universidad San Jorge y miembro de la Fundación Española de Dietistas-Nutricionistas (FEDN). Ha escrito los libros Con las manos en la mesa y Adelgázame, miénteme.




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