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Qué cosa es el amor (en un periódico)


El pasado domingo Elvira Lindo dejó su columna de opinión en esta misma sección y su texto de despedida me pareció una carta de desamor, la que solo puede escribir alguien que de verdad haya amado. Confieso que estoy compungida desde entonces, no tanto por su adiós que es a la vez el inicio de otro camino entre estas páginas como por el desamor y la herida que mostraba una mujer capaz de escribir amando en cada texto a largo del tiempo. Y no me refiero al amor romántico, canónico y convencional que nunca ha necesitado quien lo escriba pues su norma aprieta con la fuerza del prejuicio (que es siempre mudo), sino a esa clase de amor que es una forma de atención apasionada sobre la realidad y sobre la vida. Estoy hablando de la clase de amor por la que yo empecé a leer periódicos (concretamente este) con 16 o 17 años y he seguido haciéndolo hasta hoy.

Descubrí que el buen periodismo destila amor y ternura hace un montón de tiempo, en primero de carrera o así. Juanjo Millás había escrito un texto (juraría que salió en EL PAÍS SEMANAL) que consistía en perseguir zapatos por la cornisa cantábrica, si mal no recuerdo. No me pregunten por qué los perseguía porque eso no lo sé. Recuerdo, eso sí, que subía en muchos autobuses, quizás porque tenía que llegar a alguna parte, aunque eso a los zapatos les daba igual. Entonces yo vivía en el País Vasco y resultó que un tal Millás, un extranjero, me ayudó a pensar el mundo que me rodeaba sin necesidad de levantar la cabeza del suelo, en un momento en que me parecía que solo era posible entender algo mirando a la pizarra o el televisor. Un hombre persiguiendo zapatos era capaz de iluminar el pedazo de tierra donde vivía y dotarla no solo de sentidos nuevos sino también de cierta trascendencia.

Aquel texto cambió el mundo para mí. Porque lo convirtió en un lugar donde la mirada sobre las cosas podía llenarlas de significados y deseos. No una mirada cualquiera, claro está, sino una realmente apasionada, erótica incluso que diría Theodor Kallifatides, capaz de fijarse en los márgenes, en dirección opuesta a lo previsto, una que no obedeciera a normas ni tradiciones, que no se legitimara en el pasado ni siquiera en el prestigio (al menos no obligatoriamente), una mirada quirúrgica y amorosa al mismo tiempo. Han pasado muchos años desde que aquel hombre persiguiera zapatos y me enseñara cómo la pura atención sobre las cosas (sobre cualquier cosa, hasta unos mocasines) es una forma de amor capaz de iluminar. Y entonces llega la columna de Elvira y, como tantas otra veces, se atreve a señalar donde nadie está mirando. Y dice, de mil maneras distintas, que echa de menos el amor.

“Creo que ser libre no es ser poderoso o rico o bien considerado o sin compromiso, sino poder amar. Amar a alguien lo suficiente como para olvidarse de uno mismo, incluso por un momento, es ser libre”. Esto lo escribió Jeanette Winterston no en este periódico sino en un libro, Por qué ser feliz cuando puedes ser normal, y resulta que la semana pasada este título y esta autora fueron censurados en Castellón por ser considerados literatura LGTBI. Otra mujer hablando del amor y la libertad en un contexto social donde cada día leemos más sobre la censura y el odio y escuchamos poco (a veces nada) los amores (y las miradas) decididas a ser libres. Que no son los románticos, no son los de la felicidad conyugal, son los que dice Winterston, los que reclamaba Elvira Lindo en su adiós, son los amores que persiguen la libertad. En realidad, creo que los otros no existen.

La pregunta que me hago es: ¿dónde está el amor? ¿Alguien lo ha visto últimamente? ¿Es Elvira la única que lo echa de menos? Debo decir que yo también creo que el amor está en horas bajas. A veces me parece que lo han secuestrado, que está escondido en una celda de Twitter de la que no le deja salir o en algún algoritmo de Mark Zuckerberg donde apenas le dan de comer. Estoy convencida de que muchas veces la celda del amor es la pantalla de un móvil, aunque aún no puedo demostrarlo, solo nombrarlo. Y no hablo ahora del periodismo, donde creo que aún palpita una fuerte resistencia amorosa, gracias a ese trabajo indómito de decenas de miles de lectores que leen la prensa a diario en un acto de amor y rebeldía, pues no son solo noticias lo que aquí venimos a buscar. Me refiero al mundo entero, a esa sensación de que nos está atrapando un déficit de atención generalizada sobre la realidad y sobre la vida, lo que es sinónimo de haber entrado en una profunda crisis amorosa. Y por tanto en un terreno baldío y peligroso, en el del conservadurismo retrógrado. En el de la falta de libertad en el sentido que señalaba Winterston. Es así, un día dejas de prestar atención erótica a la vida y un año después eres una persona mucho más dócil y gregaria. Gracias Elvira por estos años y también por este adiós, por hacerme recordar que el amor debe seguir siendo la pelea. La mirada debe seguir suspendida en los detalles y el mundo merece ser pensando con transcendencia, es decir, con pasión y con ternura. Reconozco que a veces se me olvida, pero Elvira me ha hecho recordar que no son las ideas lo que está en juego cuando recibo insultos o amenazas físicas por la mensajería privada de Instagram (no soy la única, es parte del trabajo de muchas y muchos últimamente) por escribir aquí o en otra parte, es la idea misma del amor. Y por tanto la idea misma de esa palabra tan manoseada últimamente llamada libertad. Pero vamos a seguir amando y sangrando, hasta en el adiós, todo el tiempo. Aullaremos y buscaremos zapatos, incluso cuando solo podamos mirar al suelo.

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