Si hace unos 2500 años le hubieses preguntado a un griego antiguo por el destino, te hubiese hablado de una especie de fuerza que controla todo, desde la vida de cualquier ser humano hasta el bicho más insignificante que puebla la Tierra. Pero, ¿de qué estamos hablando?
Se considera destino a una especie de fuerza sobrenatural que es capaz de actuar tanto sobre los sucesos como sobre los seres humanos. Es decir, todo aquello que nos ocurre a lo largo de nuestras vidas estaría marcado por una sucesión de acontecimientos inevitables ya previstos y de los que no se puede escapar que serían obra del ya citado destino.
Así pues, el concepto de destino se contrapone al de azar, ya que no existiría la suerte en el mundo. Es decir, todo cuanto acontece estaría ya predestinado por una especie de fuerza desconocida que nos empuja a actuar como lo hacemos.
Dicho concepto tiene toda su fuerza en una corriente filosófica llamada determinismo. Según esta forma de pensamiento, nada de las acciones humanas sucede por casualidad, sino por causalidad. Es decir, la vida es una especie de cadena de causa y consecuencia, alejado del azar y de los sucesos aleatorios.
El destino y la religión
Muchas religiones consideran que el destino es en realidad un plan de Dios. Por eso, lo que a cada uno sucede no puede ser alterado, ya que existe un ente todopoderoso que ha decidido todo cuanto acontece en la Tierra de antemano.
Curiosamente, es la religión cristiana la que más huye del destino manifiesto, considerando que su Dios ha dotado a los hombres del libre albedrío, es decir, tienen libertad para tomar sus propias decisiones y hacer sus elecciones.
Sin embargo, tanto dentro del cristianismo como en otras religiones, muchos individuos creen en el destino predeterminado, de ahí que acudan a videntes y especialistas en ocultismo, creyendo que es posible el conocimiento del futuro y la predestinación, tal como ya creyesen los antiguos griegos, que consultaban con el oráculo. Dicho acto se hace hoy en día a través de herramientas y técnicas como las cartas del tarot, las lecturas de posos de café o de líneas de la mano, etc.
Recordemos finalmente que, lejos del destino filosófico y la simbología que de él se destila, encontramos que también puede ser una meta o el fin de un viaje en sentido físico, pero también figurado. Por ejemplo, podemos decir que ‘mi destino es Madrid’ o ‘mi destino es convertirme en un hombre rico’.
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