Entre lo que un estudiante aprende en la universidad y lo que se le pide cuando se incorpora al mundo laboral hay, en algunos casos, un abismo. Suele ser la crítica habitual que se hace a la educación superior y que se traduce en empresas que no consiguen cubrir vacantes con profesionales adecuados para desempeñar esos puestos.
El estudio de IESE Business School de 2019 El futuro del empleo y las competencias: la perspectiva de las empresas concluye, después de haber entrevistado a 53 empresas que emplean a medio millón de profesionales en España y tres millones en el mundo, que el 68% detecta una importante carencia de conocimientos en tecnología y digitalización entre los graduados universitarios, mientras que aproximadamente la mitad de ellas no encuentra otras capacidades como la comunicación o el trabajo en equipo. Además, el 72% tiene dificultades para ocupar sus vacantes.
Los centros de educación superior nacieron como espacios para la conservación y la ampliación del saber. “No podemos olvidar que, como institución universal, debe atender a todos los ámbitos de la sociedad y todas las áreas del conocimiento”, argumenta Rubén González, vicerrector de la Universidad Internacional de La Rioja (UNIR). Aunque también admite que entre sus cometidos está el de formar a profesionales aptos para integrarse en el mercado laboral.
“No debemos ponernos de perfil ante lo que piden las empresas, que a su vez demandan lo que reclama la sociedad, y no escucharlas, porque entonces estaríamos fracasando con tantos estudiantes que sí que apuestan por emplearse en lo que está muy demandando”, agrega González.
Miguel Arrufat, director de Proeduca, el grupo al que pertenece UNIR, lo secunda. “Para cumplir su función social, la universidad debe observar lo que ocurre en el mundo del trabajo y reaccionar a sus demandas de la manera más inmediata y competente posible”.
En el documento Criterios y directrices para la garantía de calidad en el espacio europeo de educación superior, aprobado en la conferencia de ministros de los países miembros de la Unión Europea en 2015, se señala que entre las múltiples finalidades de la educación superior están la de preparar a los estudiantes para una ciudadanía activa, para sus futuras profesiones (por ejemplo, contribuyendo a su empleabilidad), ayudar en su desarrollo personal, crear una amplia base de conocimientos avanzados y fomentar la investigación y la innovación.
La escasez de perfiles tecnológicos
La falta de profesionales con las capacidades necesarias afecta principalmente a los perfiles tecnológicos, cuya demanda no deja de crecer como consecuencia de la transformación digital de las empresas y la irrupción de nuevas tecnologías. En 2018, la patronal de empresas tecnológicas DigitalES cifraba en 10.000 los puestos que no conseguían cubrir por falta de trabajadores cualificados.
Hoy, con la aceleración de este proceso resultado de las restricciones para contener la pandemia que han provocado el auge del comercio electrónico, la ciberseguridad y el teletrabajo, esas cifras se quedan cortas. “Ahora mismo es evidente que todo lo que rodea al ámbito tecnológico está hiperdemandado y aún no tenemos capacidad de formar suficientes egresados para emplearse en esas áreas”, reconoce Rubén González.
Estas necesidades chocan, sin embargo, con el alto paro entre los menores de 25 años, que, según la Encuesta de Población Activa (EPA), cerró 2020 con el 40,1%, superior en casi diez puntos a la cifra del ejercicio anterior (30,5%). También colisiona con el bajo número de graduados que cada año salen de los títulos STEM (ciencias, tecnologías, ingenierías y matemáticas, por sus siglas en inglés). Uno de cada cinco egresados pertenecía a este campo, frente al casi 28% del conjunto de Alemania, Francia, Italia y Reino Unido, como observa el Informe CyD de 2019 de la Fundación Conocimiento y Desarrollo, del Banco Santander.
Un reto para las universidades
Este panorama pone a las universidades ante el desafío de incorporar a sus planes las nuevas demandas de la sociedad. Las instituciones que velan por la calidad educativa, como la Agencia Nacional de Evaluación de la Calidad y Acreditación (Aneca) y sus homólogas autonómicas, ya contemplan entre sus criterios la empleabilidad como elemento que aporta valor a un título. Las universidades empiezan a observar de cerca cómo potenciar el éxito laboral de sus egresados.
“Los centros de educación deben desarrollar sus propios mecanismos para conocer qué demandan las empresas y la sociedad”, afirma el vicerrector de UNIR. Además del contacto continuo con las empresas, hoy existen métodos para tomar el pulso al mercado y adaptar los estudios. “La solución a este problema solo puede ir de la mano de la innovación y de tecnologías avanzadas, como el big data”, reconoce Arrufat.
UNIR, una universidad 100% en línea con más de 50.000 estudiantes entre España y América Latina, ha creado el Observatorio del Conocimiento para estudiar el mercado laboral. Las conclusiones que obtiene de sus investigaciones, a través del análisis mediante herramientas de big data de ofertas de empleo (más de 50 millones desde octubre de 2019 en España y Latinoamérica), les permiten identificar qué formación es la más solicitada por las empresas. Así, los centros pueden elaborar nuevos títulos, ya sean reglados o propios, y revaluar el funcionamiento de los que están en marcha. “Si vemos que un título no atrae suficientes alumnos lo revisamos para saber si necesita una modificación o directamente su extinción”, argumenta González.
Ingeniero informático, el perfil más demandado por las empresas
Desde el Observatorio han constatado que el área con mayor empleabilidad en España es la de las tecnologías de la información, seguida de las ingenierías, y que el puesto más demandado en 2020 fue el de analista/programador de software, con más de 10.000 ofertas de empleo. “Este sector no es una promesa de futuro, ahora no hay paro entre los informáticos, es una oportunidad laboral “, opina Oscar Sanjuán, vicepresidente de Ingeniería y Aplicaciones en Lumen Technologies, la segunda operadora de cable de Estados Unidos y profesor de UNIR.
Zanjan explica que España es un país que apuesta por los servicios, por lo que la automatización de procesos para agilizar las tareas y el manejo de datos en el turismo, la hostelería, las finanzas o las operaciones bancarias va a crecer y necesitará expertos.
Entre las profesiones emergentes, el Observatorio ha constatado un crecimiento exponencial en perfiles especializados en los sistemas en nube (cloud computing) y el desarrollo de software ágil (devops), con 8.000 ofertas de empleo específicas. Pero, además, han encontrado más de 40.000 ofertas en los últimos 12 meses que demandan conocimientos sobre estas dos áreas, aunque la oferta de empleo tenga un perfil no directamente relacionado con la tecnología.
La logística y la salud también tienen tirón
Otros sectores, además del tecnológico, en crecimiento son “el de la energía, el logístico y el de la sanidad, que están tomando mucho protagonismo”, destaca Javier Blasco, director de The Adecco Group Institute, el observatorio sobre empleo de la multinacional de los recursos humanos.
El aumento del comercio electrónico, que colocó a España como el tercer mercado del mundo donde más subió en 2020, el 36%, solo por detrás de Argentina y Singapur, según un informe de la agencia eMarketer, y el protagonismo del sector de la sanidad para frenar la pandemia están haciendo que aumente la demanda de profesionales en estos sectores. “La salud ha cobrado mucha importancia y el sector seguirá precisando especialistas en múltiples disciplinas cuando haya pasado la pandemia”, agrega Blasco.
Más allá de los conocimientos en la materia
Los empleadores tienen en cuenta competencias que no están relacionadas con la materia en la que el profesional es especialista, sino con su manera de gestionar el trabajo y relacionarse con los demás. Se conocen como habilidades suaves (soft skills). “Están muy demandadas laboralmente y ya forman parte de nuestros contenidos”, especifica González.
El estudio del IESE Business School detalla que el 56% de las empresas entrevistadas no encuentra las capacidades de trabajo en equipo requeridas en titulados universitarios. Al 52% le ocurre lo mismo con las habilidades de comunicación.
Javier Blasco reconoce que encuentra candidatos con los conocimientos técnicos adecuados, pero con pocas habilidades suaves necesarias para el desempeño de la actividad diaria. “Antes el currículum se basaba al 100% en las competencias técnicas de la profesión y, como mucho, especificaban que tenían carnet de conducir y que hablaban inglés”, resume el experto en recursos humanos.
Hoy un buen currículum requiere de otras cualidades transversales, es decir, que no son específicas de un solo puesto, continúa Blasco, como la capacidad de comunicación, la creatividad o la adaptación a un entorno nuevo. “La típica frase ‘es que yo no he estudiado para esto’ ya no es excusa, aunque entiendo que después de seis años de estudios, sobre todo en los perfiles técnicos, cueste más asimilarlo”, añade.
Este cambio se percibe en todas las áreas, asegura Sanjuán, también en los informáticos. “La idea del ingeniero informático solitario en un sótano es ya una leyenda urbana, porque trabajan con equipos multidisciplinares que requieren de ellos habilidades sociales y de organización”, concluye.
Títulos propios, un vehículo de adaptación rápido
Las universidades tienen la libertad de ofrecer másteres, diplomas o títulos de experto o especialista que no deben ser aprobados por las instituciones reguladoras como Aneca y sus homólogas autonómicas, se conocen como títulos propios. Solo pasan los criterios de calidad internos de cada centro.
“Se gana mucha rapidez, porque los cambios en los oficiales tardan en aprobarse entre tres meses y un año, mientras que en los propios puedes realizar modificaciones en cuestión de un mes. Esto flexibiliza y agiliza la adaptación del plan de estudios a las demandas del cambiante mercado laboral”, argumenta Rubén González, vicerrector de UNIR.
No obstante, para optar al doctorado es necesario cursar un título oficial. “Es recomendable también si se tiene pensado realizar oposiciones o se necesita optar a un puesto laboral con una regulación oficial y específica”, concreta González y añade que los títulos propios permiten ofrecer formación más concreta y específica que un máster oficial o un grado.
UNIR cuenta con casi un centenar de títulos propios en diferentes áreas del conocimientos y ámbitos punteros como la informática forense, la creación de aplicaciones blockchain o el desarrollo de pensamiento creativo. Además, ha constituido cursos diseñados junto a 26 empresas de España e internacionales.
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