Nota a los lectores: EL PAÍS ofrece en abierto la sección Planeta Futuro por su aportación informativa diaria y global sobre la Agenda 2030. Si quieres apoyar nuestro periodismo, suscríbete aquí.
Una muesca más sobre un cuerpo que agoniza. Esa imagen trágica parece ser la fotografía del pueblo haitiano en las últimas décadas. El penúltimo mazazo que ha recibido este país caribeño sobre su ya difícil y caótica situación ha sido el terremoto que lo asoló el pasado sábado, de magnitud 7,2, y que ha dejado hasta este jueves más de 1.941 muertos y 9.900 heridos y 30.000 familias afectadas. Penúltimo, porque apenas tres días después, la depresión tropical Grace ha provocado fuertes lluvias en la misma zona arrasada por el seísmo. “Viven con los pies en el agua debido a las inundaciones”, expresa Bruno Maes, representante de Unicef en Haití, quién está visitando Los Cayos, el epicentro de la tragedia.
Más información
A la inestabilidad política, con el asesinato de su presidente Jovenel Moïse el pasado julio, Haití suma a sus desgracias la miseria en la que vive la mayoría de la población —un 60% lo hace con menos de un dólar al día y un 24% en la extrema pobreza—; una segunda ola creciente de covid-19, además de los destrozos que provocó el seísmo de 2010, que dejó más de 300.000 muertos, y del que el país aún hoy se recupera.
Y todas estas adversidades que no dan respiro a los haitianos también se ceban con la infancia, que vive en constante amenaza y con sus derechos fundamentales restringidos. “En este momento, alrededor de medio millón de niños y niñas tiene un acceso limitado o nulo a refugio, agua potable, atención médica y nutrición”, ha lamentado Maes. Esta es la situación que los equipos de emergencia se han encontrado en un país de 11 millones de habitantes en los que casi todos sus indicadores de pobreza, nutrición, salud y educación ya marcaban en rojo antes de que la tierra temblase.
El 66% de los menores de cinco años sufre anemia
El gobierno caribeño tiene uno de los niveles más altos de inseguridad alimentaria del mundo: 4,4 millones de personas, casi la mitad de la población, necesitan asistencia alimentaria inmediata y, entre ellos, 1,2 millones padecen hambruna, según datos del Programa Mundial de Alimentos (WFP, en sus siglas en inglés).
Si hablamos de infancia, las cifras siguen mareando: el 22% de los niños padece malnutrición crónica, el 10% tiene bajo peso y el 66% de los menores de cinco años sufre de anemia, según WFP. “El dato ya era espeluznante antes del terremoto. Veremos en qué situación compleja deja esto a la gente”, lamenta al teléfono, desde Jacmel, Florentine David, una de las coordinadoras de proyectos de Alianza por la Solidaridad (AxS) en el país.
La organización de David y el Programa Mundial de Alimentos colaboran en varios proyectos de reparto de comida en Los Cayos. Este lunes pasado comenzaba la distribución de 50 kilos de arroz, 12,5 kilos de frijoles y 4,6 litros de aceite para 5.150 familias en cuatro comunidades distintas del sur, pero el terremoto lo paralizó todo. “Estamos estudiando cómo reorganizar las entregas y así repartir víveres a las personas que ya teníamos previstas y que ahora han resultado afectadas”, explica Julia Vélez, otras de las coordinadoras de AxS.
Depresión, ansiedad y malaria
Todos los expertos coinciden en que sobrevivir a un desastre de esta magnitud puede acarrear secuelas psicológicas, especialmente para los más pequeños. “Muchos niños quedarán traumatizados, incluso aunque no pierdan a sus padres por el terremoto. Será difícil para ellos comprender la situación en la que ha quedado todo a su alrededor”, lamenta Ndiaga Seck, jefe de comunicación de Unicef en Haití.
Los niveles de depresión entre la infancia son verdaderamente “alarmantes”, advierten desde World Vision. La organización ha centrado su apoyo humanitario en reforzar la salud mental de los más pequeños, especialmente de aquellos sin familia. “Aquí hay una emergencia tras otra, y los huérfanos no tienen un adulto que los proteja”, explica por teléfono Marcelo Viscarra, director de World Vision en el país. “El problema de no tratar a tiempo estas patologías es incalculable y la repercusión que puede tener una enfermedad mental en la vida de un niño es mucho mayor que en un adulto”, añade.
Muchos niños quedarán traumatizados, incluso aunque no pierdan a sus padres por el terremoto
Ndiaga Seck, jefe de comunicación de Unicef en Haití
“Ver un hospital es un antes y un después; sin médicos, lleno de moscas, calor, sin material… Y así te los encontrabas antes de este terremoto”, reflexiona Inés Lozano, presidenta de Flying High 4 Haiti, una organización que gestiona una escuela en Ile-a-Vache, en el suroeste, de las zonas más afectadas por el temblor. Más allá de las clases regladas, el colegio, con 135 alumnos, ofrece lecciones de arte como terapia para la salud mental de los más pequeños.
Además de la emergencia sanitaria, la violencia y la inseguridad están complicando la respuesta humanitaria, y la carretera principal de Puerto Príncipe hacia el sur está controlada por pandillas. La ONU ha pedido que se abra un corredor humanitario para que la ayuda llegue correctamente. A pesar de las dificultades, Unicef consiguió trasladar suministros médicos a las zonas afectadas pocas horas después del seísmo. Un camión entregó seis botiquines a tres hospitales en Los Cayos, con material suficiente –guantes, analgésicos, antibióticos y jeringuillas–, para tratar a 30.000 víctimas durante tres meses.
Dormir en la calle y beber agua de la lluvia
El terremoto ha dejado más de 84.000 casas dañadas o destruidas, además de edificios y obras públicas, como hospitales, escuelas y puentes. Las réplicas que se han sucedido a lo largo de todos estos días han dejado a los habitantes de Los Cayos durmiendo en la calle y sin nada con lo que protegerse. “La primera preocupación de todos ha sido la de los cuidados médicos más inmediatos, pero después la población echará en falta el agua en el área donde reside, una casa donde vivir y dinero para comprar comida. Ahí será cuando las madres vengan a pedir ayuda para sus hijos”, explica al teléfono Ndiaga Seck, jefe de comunicación de Unicef en la zona.
Ya antes del episodio de 2010, solo el 69% de los haitianos tenía acceso a una fuente de agua y el 24% a un retrete, según datos del Banco Mundial. La falta de estos dos recursos es crucial para que las infecciones contagiosas se propaguen de forma más rápida.
El agua estancada es otro foco de enfermedades como la malaria y la diarrea. Esta dolencia es una de las principales responsables de la mortalidad de menores de cinco años en el mundo, y el país no es una excepción. “La llegada de las fuertes lluvias de Grace pueden provocar que los niños beban agua contaminada y se enfermen de algo que se puede prevenir”, advierte Lozano. La presidenta de Flying High 4 Haiti promueve desde hace diez años el reparto de filtros para que las familias de los 135 estudiantes a los que asiste en su escuela puedan beber agua de lluvia sin que se enfermen.
Además, desde World Vision se está elaborando un plan para implementar purificadoras de agua que cubran a corto plazo y durante la emergencia esta necesidad básica. “Somos conscientes de que esto es un problema estructural, y va a necesitar de un nivel de inversión y de que el Gobierno también participe en su implementación”, explica Viscarra.
Más huérfanos, peligro de esclavitud y familias separadas
“Hay muchos niños deambulando por las calles, perdidos, solos”. Este es uno de los mensajes que le llegaban a Viscarra, de World Vision, tras la llegada y las primeras horas que su equipo de trabajo pasaba en la zona de Los Cayos. “La situación de la infancia es particularmente crítica. La cantidad de huérfanos ya era alta y la capacidad de los orfanatos, muy precaria. Ahora su situación es aún peor”, lamenta.
La cantidad de huérfanos ya era alta y la capacidad de los orfanatos, muy precaria. Ahora su situación es aún peor
Marcelo Viscarra, director de World Vision en Haití
Para mitigar esta situación de desamparo, el equipo de Unicef en Los Cayos está tratando de reunir a los pequeños con sus familias. “Tenemos gran temor de que las pandillas que mantienen el paso cortado entre la capital y la región del sur aprovechen la situación de caos para reclutar y esclavizar a estos menores”, contextualiza Viscarra.
Escuelas destruidas y nuevo año escolar en vilo
La pandemia, al igual que en otro países de Latinoamérica y el resto del mundo, cerró las escuelas en Haití. En concreto, 234 días. El pasado marzo, los colegios comenzaron su reapertura, pero ahora, con muchos de los edificios destruidos, la pregunta de sí se iniciará el nuevo curso en septiembre ha quedado en el aire. Las evaluaciones preliminares realizadas el pasado martes por Unicef y funcionarios haitianos en uno de los tres departamentos más afectados han revelado que 94 de las 255 centros educativos del departamento Sur están completamente destruidos o han sufrido daños parciales, y aún no se han revisado los daños en los departamentos de Nippes y Grand’Anse. “Será extremadamente difícil para los padres, los maestros y el Gobierno lograr que los niños regresen a la escuela de manera segura en solo tres semanas”, advierte Maes. “Pero es fundamental para los niños que acaban de pasar por esta experiencia traumática volver a la normalidad y a la estabilidad de estar en un salón de clases con sus amigos y maestros”.
La formación presencial es fundamental, máxime cuando el 79% de los hogares no tiene internet, según datos de la agencia. “¿Cómo se le puede pedir a un niño que aprenda, aunque se le lleve al colegio, si tiene hambre? La educación es primordial, pero tiene que ir acompañada de la cobertura de otros problemas estructurales”, explica Viscarra.
Acudir al colegio, principalmente a los privados, supone un gran coste para la mayoría de los haitianos. La alternativa para no pagar los 100 dólares (85 euros) que cuesta una matrícula escolar, es recurrir a otros métodos. “Cuando no pueden permitírselo, mandan a los hijos a Puerto Príncipe para que vivan con otras familias y ellos se encarguen de su manutención. El problema es que son usados como esclavos, a pesar de que la intención de sus padres era darles un futuro mejor. Estos chicos, de siete u ocho años, acaban trabajando de día y de noche”, lamenta Lozano, de Flying High 4 Haiti. Desde su organización, tratan de ofrecer todos los materiales y las clases gratis a los 135 estudiantes que acuden su escuela. Son niños que se levantan al alba para caminar y recoger agua para la familia, y que luego vuelven a casa y se visten con el uniforme para ir al colegio. “A pesar de todas las adversidades que sufren, es una juventud con un espíritu muy estoico”, asegura la directora.
Puedes seguir a PLANETA FUTURO en Twitter, Facebook e Instagram, y suscribirte aquí a nuestra ‘newsletter’.