Si alguien nos llega a decir que nuestra sexualidad iba a estar condicionada por un virus procedente de China seguramente no habríamos dado crédito. Y aquí estamos, sexteando con todos nuestros amantes, ya sean de nuevo o antiguo alcance, aprendiendo cómo se hace todo esto y echando de menos cuando era tan fácil lo de echar un polvo. Porque las cosas se han complicado notablemente. Pero nuestra nueva sexualidad tiene todos estos componentes y con estas surfeamos.
El coronavirus es un virus casquivano. Entiéndanme, se propaga mucho mejor cuanto más guarreamos. Pero, también, se comporta como un pendón desorejado. No cumple unas reglas determinadas que todos vayamos a esperar. Nos sorprende. Los síntomas de la enfermedad no se manifiestan hasta pasados unos cuantos días desde que nos infectamos. Se baja la guardia con la mascarilla y la distancia social y ¡zasca! En cuanto te despistas, te pilla. Y, en algunos casos, ni siquiera se identifican los síntomas porque los asintomáticos o los que los manifiestan levemente, no dan la voz de alarma. No nos sentimos enfermos hasta que no han pasado unos días desde que nos contagiamos, lo que hace que propaguemos el virus, simplemente, hablando con alguien. Imaginen si tenemos sexo como lo entendíamos antes. Esto hace que con determinados comportamientos, el sexual entre ellos, se corra más riesgo de contagio. Aunque, ahora que sabemos que hasta hablar en un espacio cerrado sin ventilación es un foco de infección, lo de que el virus pueda propagarse en la saliva es casi anecdótico.
“Había tenido cuidado. O al menos eso creía. Llevaba cuatro meses sin tener sexo, encerrada en casa, teletrabajando, sin relacionarme con nadie. No podía más. No podía más. No podía más. (En la entrevista, Elisa, consultora de comunicación, repite tres veces la frase). “Fui directa a los brazos de uno de mis amantes que pasó como una exhalación por Madrid. Me dijo que él tampoco había salido de su piso de Londres. Pero cogió aviones para llegar a mi cama. O para que yo llegara a su hotel. No sé dónde, pero ambos nos contagiamos”. Elisa da por hecho que entre ellos se contagiaron como corresponde. Porque tuvieron sexo con todo lo que suele traer implícito ese sexo.
El virus actúa igual de casquivano que cuando te enteras de los cuernos. Cuando te vienes a dar cuenta de que, quizás, estés enfermo ya has paseado el virus por todo tu alrededor. Cuando te quieres dar cuenta de que te los has puesto ya lo sabe hasta el apuntador. Pero nuestra actitud es determinante para la propagación del virus. Si te has restregado en mayor o menor medida, eso ha favorecido la expansión del bichejo. Abrazos, besos. Eso era lo que nos dijeron al principio. Casi un año después de que nos confinaran ya sabemos que, simplemente, estar en sitios cerrados con personas infectadas provoca contagios. Lo de que guardemos las distancias no nos lo piden porque sean muy castos. Es porque nos va la vida en ello. Las cifras oficiales en España sobrepasan los 55.000 muertos, lo que da muestra de lo mucho que nos las hemos saltado, fueran las que fueran.
A pesar de esto, fíjense, cómo estamos muertos de miedo porque somos conscientes de que el coronavirus nos ha paralizado, sexualmente hablando. Tanto como para que las Enfermedades de Transmisión Sexual (ETS) hayan descendido un 80%, si comparamos los meses de marzo y junio de 2020, respecto a los del año anterior. “Se ha dejado de acudir a las consultas ginecológicas con la pandemia, explica Cristina Redondo, médica ginecóloga de la Fundación Jiménez Díaz. “Quien fuera promiscuo ha sido un poco menos promiscuo. Pero los estudios que se han hecho, se han hecho en función de enfermedades sintomáticas que terminan en urgencias. El problema es toda la gente que no acude porque hay una pandemia, tiene miedo o presupone que no lo van a atender. Habrá mucha gente que se habrá quedado en casa. Un descenso del diagnóstico, también, es por eso”.
Una de las reflexiones que más juego han dado ha sido intentar definir qué es el amor. Hemos usado los enamoramientos como excusa de la mayoría de nuestros actos sexuales, así que deberíamos tener claro qué significa estar enamorado. Más allá de todas las reflexiones que pudiera darnos cualquier mago de la palabra que nos haya intentado encandilar, tengan en cuenta que hasta Jorge Bucay puede tener razón cuando habla de sufrimiento y amor. Y miren que soporto poco al argentino. Pero admito que si las mujeres hubiéramos aprendido que el amor no puede implicar sufrimiento, probablemente, habríamos padecido mucho menos. Pero nos vendieron una moto que traía implícito pagar con nuestro dolor todo lo que pudiéramos conseguir de afecto. Y así, pues no. Insisto, no me tengan en cuenta que hoy les deje por aquí a Bucay. Volveré a ser la que si se muerde, se envenena… El coronavirus es demoledor para todos. A las pruebas me remito.
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