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“Quentin Sommerville, BBC News, en Járkov, este de Ucrania”


Una de las primeras reacciones tuiteras que recibió Quentin Sommerville tras compartir uno de sus reportajes desde Járkov la firmó el cómico británico Damien Slash: “No creo que esté bien colocarse entre cuerpos recién asesinados y hablar así de ellos. Me da igual de qué bando sean, es deshonroso”. Parafraseando a otro cómico, Rafael Azcona: “Los muertos no se tocan, nene”. Es una respuesta de niño malcriado, pedirle a un corresponsal que nos cuente la guerra con el tiro de cámara hacia el lado contrario al que caen los muertos, tal y como afrontamos casi todas las tragedias: con una mano en la cara, pero separando los dedos para bichear un pelín el panorama.

No sé si es por eso, pero las crónicas de Quentin Sommerville en la web de la BBC llevan un aviso de cuidadito para espectadores sensibles. Deberían añadir otra alerta: está usted a punto de presenciar una de las mejores crónicas de guerra jamás narradas. Las piezas de este reportero escocés desde la primera línea de fuego de Jártov enseñan la guerra con una crudeza, un arrojo, una sobriedad y una claridad expositiva insólitas. No se trata solo de su coraje casi suicida cuando pasea entre soldados rusos muertos o se refugia en el lateral de un blindado para contarnos que detrás de él solo hay campo y artillería rusa, sino la sensibilidad con la que presenta a los personajes y nos asoma a sus vidas.

Hasta ahora, el hito de su carrera era una conexión en directo en 2014 en la que enseñaba cómo se quemaba un alijo de opio. El humo le colocó tanto que sufrió un ataque de risa. No escarmentó de aquello y sigue arrimándose mucho al fuego, obligándonos a mirar de un modo al que nos hemos desacostumbrado: con los ojos abiertos y sin manos en la cara.

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