Uno de los hombres más destacados del nazismo fue Hermann Goering
(Rosenheim, Baviera, 1893 – Núremberg, 1946) Dirigente de la Alemania nazi. Destacó como aviador en la Primera Guerra Mundial (1914/1918). En 1922 se unía al Partido Nacionalsocialista de Hitler, que le puso al frente de su brazo armado, en concreto de las «Seccones de Asalto» (SA). Participó además en el fracado del golpe de Estado nazi de Múnich en 1923, donde resultaría herido. Lo que hizo fue huir de Alemaia, regresando en 1927 para ser elegido como diputado en 1928 y presidente de la cámara baja del Parlamento en 1932.
Un apoyo para Hitler
Su ayuda fue eficaz para Adolf Hitler en su ascenso al poder, siendo después nombrado ministro sin cartera del gobierno alemán y ministro del Interior de Prusia en 1933.
Además de esto, se encargó de la creación de la policía secreta del Estado nazi y los primeros campos de concentración, se pusieron en marcha para crear una violenta represión contra judíos y la disidencia, algo que no quedó bajo su control.
Se le nombró ese mismo año ministro del Aire, encargándose de construir y dirigir el arma aérea del ejército alemán (la Luftwaffe) que fue de lo más eficaz en los primeros años de la Segunda Guerra Mundial (1939/1945).
Además de sus cometidos, Goering lo que hizo fue dirigir el rearme de su país desde 1936, sometiendo a toda la industria a una especie de dictadura basada en la economía de guerra. Mientras duró la contienda, se encargó de dirigir la explotación económica de los territorios ocupados y que estaban al servicio de Alemania, sin descuidar tampoco su propio enriquecimiento en lo personal.
El fue partícipe en la decisión de la aplicación de la llamada «solución final sobre el exterminio de los judíos en Europa. El prestigio personal de él declinó con los fracasos aéreos de las batallas de Inglaterra y Stalingrado, lo que hizo que perdiera gradualmente la influencia en el Estado y en su partido.
Fue Mariscal desde 1949 y sucesor in pectore de Adolf Hitler, pero el Führer le terminó expulsando del partido en los últimos años de la guerra, siendo esto respuesta a un intento de sustituirlo en el mando. Una vez fue hecho prisionero por el ejército americano y juzgado por el Tribunal de Núremberg, el cual le condenó a muerte, terminó suicidándose la noche antes de que se ejecutara la sentencia. Un final para uno de los hombres más destacado del régimen, aunque fuera perdiendo fuerza en los últimos años del nazismo.
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