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¿Quién inventó el paraguas y cómo ha evolucionado?

Según la Real Academia Española, un paraguas es «un utensilio portátil para resguardarse de la lluvia, compuesto de un eje y de un varillaje cubierto de tela u otro material, que puede extenderse y plegarse». Es uno de los elementos que no faltan en nuestro día a día, sobre todo ahora que las lluvias se dejan ver con más frecuencia. Pero hoy nos hemos propuesto ir más allá e indagar en su historia.

Un ‘cuento chino’

El paraguas se inventó en China, aunque hay un falso mito basado en una leyenda que habla de que Lu Mei fue la responsable de su creación. Esta joven había retado a su hermano a idear algo que les ayudara a protegerse de la lluvia, lo que la llevo a construir un bastón de cuya parte superior salían 32 varillas de bambú. Estas sujetaban una tela, otorgando al paraguas una forma de seta.

El de Lu Mei sería el primer paraguas de la historia de no ser porque la leyenda no es cierta. No se conoce quién fue el inventor de este objeto, pero sí que ya existía en China allá por el siglo XI a. C. También los chinos fueron los responsables de crear el primer paraguas plegable hace unos 1.700 años y también los que decidieron hacer impermeable su tela, dándole la forma definitiva que conocemos hoy en día.

El paraguas es el protagonista de uno de los últimos cortometrajes de Pixar: The Blue Umbrella

De China al resto del mundo

Los primeros paraguas servían para proteger del sol y de la lluvia. Eran utilizados por personas de clase social alta, además de por nobles y políticos, aunque eran los esclavos y sirvientes los que lo portaban. Gracias a la ruta de la seda este invento traspasó la frontera china con destino a Corea, Japón y Persia. De ahí llegó a Egipto, a la Antigua Grecia y al Imperio Romano.

Durante la Edad Media no se tienen noticias de su uso, pero a finales del siglo XV vuelve a adquirir importancia en Francia, en cuya capital, París, era considerado un verdadero objeto de lujo usado por las clases más elevadas.

A España el paraguas llegó en el siglo XVIII, primero como signo de distinción de clase y luego como elemento utilizado por los enamorados para besarse con intimidad.


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