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¿Quién lee a Cabaliere?

Eva Vázquez

A principios de septiembre, se reunió el jurado del Premio EspasaEsPoesía para deliberar quién sería el vencedor de la tercera edición del galardón creado por la editora Belén Bermejo, fallecida en junio. Antes de que el poeta Luis Alberto de Cuenca, el cantautor y poeta Marwan, el escritor Alejandro Palomas (telemáticamente) y la subdirectora de Comunicación y Relaciones Públicas de Atresmedia, Ana Porto, se sentaran a la mesa de la sala del edificio de Planeta, en Madrid, el premio ya tenía ganador. La editorial les había entregado cinco manuscritos, “flojitos”, aseguró De Cuenca a este periódico, preparados para que saliera elegido uno.

Tal y como ha podido reconstruir EL PAÍS, antes de las deliberaciones, la directora general de Espasa, Ana Rosa Semprún, tomó la palabra para aclarar a los cuatro miembros el objetivo: vender muchos libros. Y solo su candidato lo podía lograr porque, según apuntó, tenía cientos de miles de seguidores en las redes sociales y, además, señaló, Bermejo había dedicado mucho tiempo y esfuerzo a conseguir un manuscrito de quien nunca había publicado nada. Semprún subrayó el deseo de la editorial para que se decidieran por Rafael Cabaliere.

Las dotes de persuasión de la responsable de Espasa no evitaron que aquello acabara en polvorín. Los tres literatos advirtieron sobre la pésima calidad de los manuscritos. Un miembro del jurado se negó a votar, otro lo hizo en contra y los dos restantes a favor. Sin unanimidad, la mayoría estaba asegurada con el voto de la editora. “Meses antes de presentarme soñé que lo ganaba. Los sueños se cumplen”, dijo el recompensado con 20.0000 euros, en un vídeo difundido hace unos días por él mismo y encargado por Espasa, para desmentir que fuera un “robot”, tras la polvareda que se levantó en los mundos literarios de España y Venezuela por el galardón. La editorial no ha querido atender a este periódico para confirmar los hechos.

La única novedad en el modus operandi del EspasaEsPoesía es la llegada de otras celebridades al marketing del producto literario. La televisión ya no es la única que abastece nombres que garantizan el éxito. Las redes sociales son el siguiente caladero. “El sentido de los premios es la visibilidad, en la mayoría ni siquiera la calidad. Todos tenemos la necesidad de que se nos vea para que se nos compre, sobre todo en un momento como este. Todo ayuda y todo es válido, porque es el mercado”, explica Diego Moreno, director de la editorial Nórdica. Moreno no ha creado ningún premio, pero reconoce que sin ellos el sector no podría sobrevivir. “Cuando hay un buen Planeta todos nos alegramos, porque a todos nos beneficia: cuantos más libros venda el librero, más va a comprar”, resume. Las librerías facturan el 35% de las ventas del sector.

Este modelo de negocio del libro está anclado desde los años cincuenta, cuando la curiosidad y el consumo cultural fueron arrasados por la dictadura. Setenta años después, el mercado editorial no sabe andar sin estas muletas. “Para la librería es un alimento esencial. Necesitamos superventas, para sanear la tesorería y seguir comprando. Libros que se vendan rápido y mucho. Tanto premios como los best-sellers”, admite Lola Larumbe, librera en Rafael Alberti. También matiza que cada librería tiene su superventas; ella vende más Rosa Montero que Ken Follett. Y luego está Irene Vallejo y su inesperado El infinito en un junco (Siruela), ensayo que roza la vigésima edición. “Ojalá hubiera más libros así”, añade.

La industria editorial es presa de los premios turbios en un país que no tiene lectores suficientes para mantenerla y —después de la crisis de 2008— muchos menos compradores. Además, las novelas son la gasolina de librerías y premios (el género supone el 18% de las ventas, más que los libros de texto de Educación Primaria), pero son un recurso que se agota.

Según la Federación de Gremios de Editores de España (FGGEE), hace 10 años se facturaron 631,2 millones de euros por ventas de novelas, y una década después la cifra quedó en 451,4 millones. Una caída del 30% (sin contar con el año de la pandemia).

Ventas confidenciales

En 2009, Planeta entregó los 601.000 euros de su premio estrella a Ángeles Caso por Contra el viento. Los datos de ventas del galardón son, como los del resto de la industria, confidenciales, aunque la multinacional asegura que se editan 425.000 ejemplares del título ganador. 2009 fue el último año de superávit y tranquilidad del sector maltrecho: se publicaban casi 3.000 nuevas novelas más que una década después y se vendieron 560.000 ejemplares de estas. En 2019, los números bajan a 340.000 ejemplares (un 38% menos que en los buenos tiempos).

Se lee poco y la publicidad es muy cara. Eso es lo que el editor Constantino Bértolo cuenta que dijo José Manuel Lara Hernández, fundador del grupo Planeta, sobre los premios a una novela o un poemario inéditos (frente al modelo del Booker, el Goncourt o el Pulitzer, de galardonar un título ya publicado). “Se mantienen gracias a la complicidad de los medios de comunicación”, sostiene Bértolo. “Y la sociedad responde positivamente al amaño. Jamás he visto que se llame corruptos a los ganadores, ni al jurado ni a la editorial”, explica el exeditor de Debate y Caballo de Troya.

El “amaño” es la única opción que ha encontrado el sector para lograr la eficiencia de sus productos y cumplir con las previsiones presupuestarias. “Los premios se crean para evitar el riesgo comercial, para ser eficaces en las ventas”, dice Valeria Bergalli, editora de Minúscula. El presidente de la FGGEE, Miguel Barrero, cree que forman parte de la tradición de la edición en España “que ha funcionado y sigue funcionando”, porque entre otras cosas “amplía la base de lectores”, en un país donde casi el 40% reconoce no abrir ni un libro en un año. Pero, en un mercado tan estancado, ¿los premios favorecen a la venta o a la lectura? “Los premios amañados también los consumen los lectores, porque ha desaparecido la diferencia entre literatura comercial y de autor”, responde Bértolo.


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