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¿Quién salpica de arte la ciudad de Melilla?

Melilla está salpicada de arte. Está el arte reglado y conocido por todos, como el modernismo de su centro histórico, la carga renacentista de algunos edificios o una de las fortificaciones fenicias que mejor se conservan. Convive con otro arte misterioso y más oculto por desconocido: grafitis con mensajes filosóficos en callejones de barrios de mayoría musulmana, escenas pictóricas en cierres de fruterías y peluquerías, murales con motivos fantásticos que recubren edificios. Despiertan la curiosidad y una pregunta: ¿quién está detrás?

Los autores son una miscelánea de melillenses anónimos: estudiantes de secundaria, niños y niñas, presos, inmigrantes, vecinos de las zonas más inhóspitas de la urbe. Todos han participado en algún momento en las actividades de Oxígeno Laboratorio Cultural (OLC), una asociación imaginativa e intervencionista que usa el espacio público y el arte para integrar social y culturalmente a los jóvenes de la periferia de la ciudad.

Su fundador es el italiano Francesco Bondanini, doctor en Antropología Social de 39 años que lleva viviendo casi una década en Melilla. Aparece en pantalón corto, camiseta y gorra. Explica que en esta zona en concreto, El Rastro, perteneciente a esa periferia descuidada, hay muy pocos recursos públicos: ni biblioteca ni teatro ni cine. Solo el antiguo mercado, ahora reformado en un chillón edificio multiusos.

Francesco Bondanini vino desde Granada a Melilla y empezó trabajando con los chavales que esperan regular su situación en el CETI, el Centro de Estancia Temporal de Inmigrantes, donde impartía talleres de fotografía y pintura. “Adoro el clima de la ciudad. Y que puedo ir en pantalón corto y camiseta a todas partes. Es la vida que quiero para mí, el trabajo continuo en la calle”, relata.Adriana Thomasa

“Necesitamos más presencia cultural del Estado en estas zonas de la ciudad”, comenta. “No solo es cuestión de ampliar la oferta. Mediante el acceso a actividades artísticas, los jóvenes se sienten más integrados en la sociedad, menos distintos de otros segmentos de la población”.

Transformar el barrio

Las zonas en las que trabaja la asociación están entre las más empobrecidas de la ciudad y desconectadas, como advierte Bondanini, de la esfera cultural. En ellas hay mucha vida en la calle, sentimiento de unidad y vigilancia comunitaria: si a alguien le pasa algo no se tarda en dar la voz de alarma, las familias se conocen. Estos son los barrios que tratan de transformar los programas de OLC. Uno de ellos es Cloé, basado en Las ciudades invisibles del escritor Italo Calvino, que recrea el concepto de los problemas que surgen alrededor de las urbes modernas. “Habitualmente la gente se cruza y no se saluda. Imaginan cosas de la otra persona, pero no se hablan. Quisimos que eliminasen esas distancias y no tuvieran esos reparos”, detalla Bondanini. Desde 2015, Cloé hace de paraguas para decenas de intervenciones en el espacio público: cines de verano en los que se instalan pantallas a cualquier rincón y las madres preparan palomitas; búsquedas del tesoro urbanas; Kahinarte, un espectáculo de arte ambulante; o Bajar a la Calle, sesiones de parkour y rap donde se explica de manera más académica de dónde viene ese movimiento.

Un sinfín de actos para acercar lo cultural y lo lúdico, el cine, el arte, la música y la literatura, pero también para disipar prejuicios sobre la periferia, como ese “ojo con la cámara” que advierte un hombre cuando ve pasar a una fotógrafa con su equipo. “Los chavales se implican mucho. Son muy agradecidos. Muchos no se pueden permitir apuntarse a actividades en la ciudad. Esto les llena y da vida al barrio”, entiende Sheyma Mohamed, miembro de la asociación y educadora social de 29 años.

Sheyma Mohamed vivía en Tenerife, pero sus padres son de Melilla. Imparte talleres en la ludoteca del monte, en el centro de menores y en colegios de la ciudad. “He visto de cerca las necesidades de los niños. Siempre me ha gustado hacer cosas en barrios periféricos, donde las condiciones son más complicadas”, asegura.Adriana Thomasa

Bondanini y Mohamed llegan a la plaza de El Rastro, donde decenas de hombres se apiñan en mesas y juegan a las damas. Ni una mujer. Subiendo una escalinata, uno de los muchos pasajes laberínticos que conectan estas calles, aparece un deslumbrante mural. Es una obra comunal de artistas de Róterdam, Roma y Melilla, una de las acciones que más enorgullece a OLC. Muchos de los participantes, además de esta pintura central, decoraron en su tiempo los cierres de comercios aledaños. Por ejemplo, un holandés pintó la puerta de la peluquería y, a cambio, le cortaron el pelo.

Mural conjunto de artistas de Róterdam, Roma y Melilla.Adriana Thomasa

“[Con estas acciones] el aspecto del barrio cambia completamente, pero también sus dinámicas, como ese trueque que surgió entre los artistas y los habitantes de siempre”, incide Bondanini. Otro ejemplo de transformación se halla subiendo hacia la cima de la ciudad, en el muro exterior del presidio. El italiano explica que ese muro, desde la perspectiva visual de un niño, se antojaba sobrecogedor, un monstruo que infundía temor. OLC encargó a los propios internos de tercer grado que pintasen la larga pared con casas, árboles y ventanas, aparentando una calle normal. “A ojos de un niño el muro se volvió invisible, inofensivo. Pero son cosas de las que solo te enteras si estás en la calle y convives con ellos”, afirma.

Sheyma Mohamed fotografiada frente a la pintura en la pared del presidio de Melilla, una creación obra de los propios internos que imita el aspecto de una calle.Adriana Thomasa

En esa misma plaza del presidio, un círculo de asfalto algo desangelado, pero con vistas nada desdeñables, la asociación impulsó hace unos años Ruta Libertad, una jornada en la que la gente subió desde el centro y la parte vieja y atestó el espacio para recitar poesía y cantar canciones.

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ACTÚA

Cómo conocer tu propia ciudad

En Melilla, expresiones manidas como crisol de culturas o epicentro del mestizaje tienen sentido. No obstante aquí conviven, desde hace cientos de años, cristianos, musulmanes, hebreos e hindúes. Pero lo cierto es que a veces estos grupos, y sus barrios principales, se comportan de forma estanca.

Vista desde una terraza de un barrio de mayoría musulmana de Melilla.Adriana Thomasa

Para conectarlos y dar a conocer su idiosincrasia, esas peculiaridades que los consigan situar en el mapa, OLC organiza Explora, una serie de rutas de descubrimiento para los propios melillenses. El periodista José Oña es uno de los guías más experimentados. Figura conocida en la ciudad, presentador televisivo y antiguo Papa Ñ, un aclamado personaje infantil, hoy recorre la calle de la Acera del Negrete, enclavada en un valle con huertos. Va tocando puertas y concitando a varios vecinos notables. Tan pronto introduce a Hamed, el motorista eterno, reconocido por una asociación de moteros por rodar siempre con la misma máquina, con una placa en la que se lee Dangerous (peligroso) en la parte de atrás; como a Montse, una mujer que canta y recita Luis Candelas de Lorca, aunque ahora prefiere no arrancarse. De fondo, una tormenta sonora: los caballos, las cabras, el canto del almuédano, trompetas de alguna parte, ruidos lejanos de motos…

José Oña posa en la calle de la Acera del Negrete. “Los melillenses no suelen ir a barrios como este, populosos y con personas y elementos desconocidos. Al principio crees que te metes en la boca del lobo. Pero es puro desconocimiento”, afirma.Adriana Thomasa
Hamed, vecino de la Acera del Negrete, posa subido en su moto, un emblema con el que lleva rodando 40 años por las calles de Melilla.Adriana Thomasa
Al final de la Acera del Negrete, recorrida en las rutas Explora, se encuentra el establo de Montse y su marido (en la imagen), donde tienen cabras y un caballo.
Adriana Thomasa

“El día que se jubile Oña estoy preparado”. Toma el relevo Mohamed Kichouh, de 20 años y autodenominado melillita y melillense. Estudió Turismo y en la actualidad presenta y colabora en los informativos en tamazight —una lengua de los grupos bereberes del Magreb— en Televisión Melilla, la emisora pública de la ciudad que retransmite en varios idiomas. Él mismo se considera amazigh o bereber, una herencia que defiende y difunde con entusiasmo. Conoció a Francesco Bondanini en los talleres que se celebraban en su barrio. El joven fue uno de los primeros miembros de Radio Rusadir —el nombre antiguo de Melilla, que en púnico significa cabo imponente—, la emisora del instituto de secundaria del mismo nombre impulsada por OLC.

A Mohamed Kichouh un día en Melilla le parecen siete en cualquier otro sitio. “Aquí si te das un paseo y te pierdes la gente te busca, te pregunta qué necesitas. Eso no sucede en otros sitios. Vivimos con intensidad”, sostiene.Adriana Thomasa

“Pasé de entrevistar a Paco Infante [un conocido presentador de la televisión pública] a trabajar hoy junto a él”, se enorgullece. En esas primeras emisiones hacían rap de trabalenguas, entrevistas a personalidades de Melilla, retransmisiones deportivas, informativos, debates libres. Ahora trabaja en una televisión real. “El primer día que me senté a grabar una voz en off me encontré con el mismo programa que usaba en Radio Rusadir. Pensé: ‘Todo lo que pasa en el espacio-tiempo está conectado”, rememora con gracia.

Kichouh participa con interés en las actividades de la asociación. Le gusta enseñar la ciudad y contar su historia. Narra con fluidez hechos y anécdotas: el origen del nombre de la Cañada de la Muerte —por ella desfilaban los cadáveres de una guerra pasada—, la historia del único alfarero de vocación que queda en la región —representado en el mural de El Rastro por un mono con una vasija—, la elaboración de una guía en tamazight para los visitantes… “Mercado turístico hay”, ríe.

Un alivio para las mujeres de la zona

En otro punto de la ciudad, Malika, de 63 años y cuatro hijos, explica en el portal de su casa baja que cogió las riendas de la asociación vecinal que presidía su marido cuando este enfermó. Ubicada en el monte María Cristina, esta agrupación, dedicada a mujeres de todas las edades, colaboraba con Francesco Bondanini para impulsar talleres de pintura en los que se hacían autorretratos, manualidades, grupos de debate. La mujer dice afablemente que compartían inquietudes y hablaban de su vida, pero que con la pandemia tuvieron que cerrar. “Hablábamos de nuestras cosas. Nos venía muy bien. Esperamos a que nos den otro local. Yo no puedo estar quieta”, explica con su marido al lado, sentado en una silla.

La melillense Malika muestra uno de los pañuelos que tejió en la asociación de mujeres que presidía antes de la pandemia.Adriana Thomasa
En otra zona de la ciudad se ubica el llamado barrio hebreo de Melilla, donde antiguamente habitaban judíos sefardíes en calles llamadas Sion o Hebrón. Hoy quedan muy pocos. En la imagen, una familia residente del barrio en el portal de su casa.Adriana Thomasa

De vuelta al centro histórico, donde se alzan edificios señoriales, flota un aire andaluz y un distante espíritu de capital de provincia, Bondanini explica que él se quedó atrapado en Melilla “de alguna forma”. La ciudad fue un laboratorio para él donde pudo poner en práctica sus ideas de la carrera. “El fin no es culturizar, sino ofrecer cultura. Eso incluye dar una imagen real de los barrios, sin edulcorar. Que los chicos tengan que bajar al centro para desarrollarse como persona”, argumenta.

Precisamente por el corazón de la ciudad pasan muchos coches, especialmente los bonitos y cinematográficos Mercedes 140, que en la noche se detienen en medio de una glorieta, pitan y sus ocupantes salen, cantan y bailan: son adolescentes engalanados que bajan desde la periferia a festejar una boda. Una pequeña conquista joven del centro.

CRÉDITOS

  • Guion y redacción: Jaime Ripa
  • Coordinación editorial: Francis Pachá
  • Diseño y desarrollo: Belén Daza y Belén Polo
  • Fotografía: Adriana Thomasa
  • Coordinación diseño: Adolfo Domenech

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