KABUL, Afganistán – La milicia talibán es un movimiento integrista que surgió en 1994 en Kandahar, en el sur de Afganistán, en torno al mulá Mohamed Omar, y al amparo de Pakistán.
Los talibanes, cuyo origen de la palabra significa estudiantes (del Corán), estaba integrada originalmente por jóvenes de la etnia pastún -mayoritaria en Afganistán-, formados en las “madrasas” (escuelas coránicas), no tardaron en ganar adeptos al presentarse como garantes del orden y de la unidad de un país sumido desde hacía 15 años en un guerra ininterrumpida, tras la ocupación soviética entre 1979 y 1989, y luego una guerra civil.
De ahí que su ascenso fuera relativamente rápido. El 27 de septiembre de 1996, los talibanes entraron en Kabul, ejecutaron a Mohamed Najibullah, presidente del gobierno prosoviético y en menos de dos años, en 1998, se hicieron con el control del 90% del país.
LA MILICIA INSURGENTE SURGIÓ EN KANDAHAR EN 1994
El resto, reducido a un pequeño feudo al noreste del país, quedaba en manos de la Alianza del Norte, grupo interétnico integrado por “señores de la guerra”.
Instalados en el poder, los talibán formaron gobierno (sólo reconocido por Arabia Saudí, Pakistán y Emiratos Árabes Unidos) e impusieron sus propias leyes, caracterizadas por un excesivo puritanismo religioso y el atropello de los derechos humanos.
La milicia integrista prohibió a las mujeres trabajar fuera de casa, les impuso el uso del “burka” y cerraron las escuelas femeninas. Los hombres fueron obligados a dejarse crecer la barba, se clausuraron los cines y se prohibieron la música, el ajedrez y los juegos de azar.
El régimen estableció además la lapidación de los adúlteros, la amputación de manos a los ladrones, la flagelación a los homosexuales y la pena de muerte a los musulmanes afganos que se convirtieran a otra religión o invitaran a la conversión.
La vulneración de los derechos humanos hizo que la Comisión Europea, las Naciones Unidas y otros organismos instaran al régimen a respetar las Convenciones internacionales, pero fue la hospitalidad con el fundador y líder de la organización terrorista Al Qaeda, el saudí Osama bin Laden, lo que precipitó su fin.
Un portavoz del Talibán prometió el martes que los insurgentes que tomaron el control de Afganistán en los últimos días respetarán los derechos de las mujeres y que no cobrarán venganza, tratando de calmar a una población recelosa y a unas potencias mundiales escépticas.
Tras los atentados de agosto de 1998 contra las embajadas estadounidenses de Tanzania y Kenia, Estados Unidos bombardeó supuestas bases terroristas en Afganistán y el 15 de octubre de 1999, el Consejo de Seguridad de la ONU dio un ultimátum al régimen para que extraditara a Bin Laden bajo la amenaza de embargo aéreo y sanciones financieras, que entraron en vigor un mes después.
La resistencia a entregar a Bin Laden, tras los atentados del 11 de septiembre de 2001 en Nueva York y Washington, provocó en octubre la intervención armada sobre Afganistán y el rápido derrocamiento del régimen integrista, que en noviembre sucumbía a la acción combinada de los bombardeos estadounidenses y la ofensiva de los antiguos “muyahidines”.
Sin embargo, la insurgencia contra el gobierno de Kabul y las fuerzas internacionales no cesó, y desde el comienzo de la invasión en 2001 -sustituida por una misión de entrenamiento en 2014- han muerto en Afganistán más de 2,200 militares estadounidenses.
Pero sería el 29 de febrero de 2020 cuando el fin de la ocupación de EEUU comenzó a fraguarse en Doha con la firma de un histórico acuerdo entre Washington y los talibanes, que preveía la retirada de las tropas aliadas desplegadas en Afganistán -entre 12,000 y 13,000 efectivos- en apenas catorce meses, y la liberación de 5,000 prisioneros talibanes y 1,000 miembros de las fuerzas afganas.
A cambio, los talibanes se comprometían a no permitir que el suelo afgano volviera a convertirse en un santuario para grupos terroristas extranjeros que pretendían atentar en el extranjero, y aceptaban iniciar un diálogo de paz intraafgano.
El diálogo de paz, que comenzó en septiembre de 2020 en Doha, apenas registró avances significativos, estancado durante meses incluso en pasos previos como el de tratar de alcanzar un punto común en los procedimientos a seguir durante las conversaciones.
Los insurgentes controlan el poder en Afganistán.
El acuerdo de Doha de febrero de 2020 se firmó durante la administración de Donald Trump, y con la toma de poder en enero de 2021 del nuevo presidente estadounidense, Joe Biden, los planes de la retirada total de las tropas aliadas continuaron sobre la mesa, aunque se retrasó de mayo a septiembre de este año su finalización.
Fue precisamente el pasado 1 de mayo cuando comenzó oficialmente el inicio de la fase final de la retirada de las tropas extranjeras de Afganistán, un proceso que coincidió con una rápida ofensiva de los talibanes, que en un avance inédito fueron conquistando gran parte del país sin apenas encontrar resistencia.
Esa ofensiva se intensificó el pasado 6 de agosto, con la toma de la primera de las 34 capitales de provincia del país, y poco más de una semana después, el 15 de agosto, los talibanes entraban en Kabul de manera incruenta, mientras el presidente afgano, Ashraf Ghani, abandonaba el país en secreto.
Poco después, con todo el país bajo su poder salvo la nororiental provincia de Panjshir, que se convertía una vez más en el principal bastión contra la insurgencia, los talibanes proclamaban su victoria en Afganistán y ponían fin así a casi veinte años de guerra.
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