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Rafael de Paula, la cultura taurina y la barbarie de Nerón



El torero Rafael de Paula, durante su intervención.Fundación Cajasol

Comentaba el torero Rafael de Paula (Cádiz, 81 años) su admiración por Leonardo Da Vinci y el arte del toreo cuando, de pronto, detuvo su parlamento, intentó recordar el título de las jornadas (”Toros sí, toros no: ¿Cultura, tradición o barbarie?”), y dijo, con sorna: “La segunda parte es… ¡Vaya nombrecito…!”. “Usted es un ignorante”, espetó seguidamente a su interlocutor, el periodista y poeta Antonio Lucas, quien, sonriente y sorprendido, le respondió: “Yo no monto esto, Rafael; yo no he puesto ese título”. “Bueno, pues quienes lo hayan puesto; es muy fuerte”, concluyó el jerezano.

Y De Paula continuó su disertación:

“Hubo un emperador romano llamado Nerón, que incendió Roma para echarle la culpa a los cristianos, y eso sí que fue una barbarie; en el siglo XV, los Reyes Católicos crearon la Inquisición, la Santa Inquisición, que duró hasta principios del XIX, y en el holocausto nazi murió media humanidad. ¿Los toros una barbarie?, por favor…”.

Rafael de Paula fue ayer uno de los protagonistas de la primera jornada del debate organizado por la Fundación Cajasol en Sevilla, coordinado por el escritor Arturo Pérez-Reverte.

El veterano diestro se presentó en el escenario en silla de ruedas, enfundado en un traje oscuro, camisa blanca sin corbata, melena nevada, barba de varios días, una toalla sobre hombros y las secuelas en el rostro de sus 81 años cumplidos. Lo previsto es que mantuviera una charla con Antonio Lucas, pero lo suyo fue un monólogo sobre Juan Belmonte y Joselito, salpicado de sentencias firmes y graves, muy prudentes unas, y curiosas e indiscretas otras sobre aristas diversas sobre el toreo y su entorno. Y en un tono muy pausado y pensativo, balbuceante a veces, desgranó ideas ocurrentes y brillantes, casi todas desordenadas, de un viejo sabio, que hicieron las delicias de la concurrencia.

“Mi vida se parece a la de Leonardo da Vinci, soy un torero de arte”

Dijo que ha toreado mejor que Belmonte, a quien considera su “dios profesional”, confesó ser un admirador de Miguel de Unamuno, y afirmó sin rubor que había sido consciente de su genialidad. “Hombre, sí”, le contestó a Lucas, “cómo no; claro que sí”.

Al inicio de su intervención pidió hacer un prólogo y contó retazos de la vida de Leonardo da Vinci. “En algo me parezco a él; tengo muchas cosas de Leonardo”, afirmó. “Tuvo un padre muy autoritario”, continuó, “-de su madre no sé nada- que se empeñó en que fuera notario; el muchacho se marchó a Florencia y a Milán para desarrollar su vocación, y delante de una de sus obras dijo: ‘El arte está por encima del hombre’. De alguna manera, mi vida se parece a la de Leonardo. Yo soy un torero de arte”. Reconoció que se ha sentido muy contento con la cultura y arropado por los intelectuales, “de quienes he recibido muy buen trato”.

Como en estado de trance, recordó entonces su confirmación en la plaza de Ventas, el 28 de mayo de 1974, 14 años después de su alternativa en Ronda. “Hasta entonces, yo era un torero regional, como decía Matías Prats el viejo, que lo sabía todo”. Evocó un quite a la verónica que dibujó aquella tarde por el que le concedieron muchos premios, y el escritor Pepe Alameda tituló Un quite que da la vuelta al mundo”.

Aspecto del patio de la fundación sevillana durante la intervención del torero jerezano.

Rememoró después su triunfo en la plaza de Vistalegre, el 5 de octubre del mismo año: “Ya mis rodillas eran de trapo”, dijo, “y después de torear muy bien con el capote, mientras el mozo de espadas me cedía los trastos de matar, imploré a Unamuno, quien dijo que la inspiración es el pensamiento en conmoción. Bajaron ángeles y arcángeles y me susurraron: ‘No te preocupes, Rafael, tus rodillas están bien, y vas a torear como tú sabes’. El toro tenía una mirada dulce y transparente, y parecía decirme ‘llévame a tu ritmo y compás, que te voy a seguir’, y ahí nació la música callada del toreo”.

Tras ese triunfo llegaron los homenajes, y el más sonado fue una cena que un grupo de intelectuales le ofrecieron en el restaurante madrileño Lardy; la revista El Ruedo publicó que había nacido un partido taurino, El Paulismo; y el rector de la universidad de Salamanca invitó al torero a pronunciar una conferencia en el aula Miguel de Unamuno, “y me senté en el sillón que ocupó mi admirado don Miguel”.

“Estoy muy contento con la cultura”, concluyó. Paula pidió que le acercaran al escenario un papel que había escrito para la ocasión. Buscó con dificultad sus gafas entre los cables del micrófono y leyó lo siguiente:

“Don José Ortega y Gasset dijo: ‘No puede comprenderse bien la historia de España sin las corridas de toros’; lo escribió o lo dijo en una entrevista que le hicieron, ya que la obra de Ortega y Gasset es muy extensa y está por todo el mundo. Fin de mis palabras. Muy buenas noches y que Dios os bendiga”.

“Juan Belmonte es mi dios profesional, pero yo toreo mejor que él”

Pero la faena aún no había finalizado, y Antonio Lucas le preguntó entonces por el toreo actual.“Ahora hay mucha cantidad y poca calidad”, contestó. “Ya no voy a los toros”, continuó, “y a veces veo a Morante por televisión, porque tiene cualidades, y cuando cuaja un toro la gente sale toreando de la plaza”. “El arte es un misterio divino; si no, no existiría”, aseguró.

Y fue categórico cuando el periodista le preguntó si había sido el torero que quiso ser: “No. Yo pude haber sido mucho más grande, pero mis rodillas me han impedido ser historia del toreo. Poseo un concepto de clasicismo y pureza, y permítame una osadía: como yo he toreado no lo ha hecho nadie, ni lo hará”. Afirmó que su dios profesional ha sido Juan Belmonte, “el primer revolucionario”, “aunque yo toreo mejor que él”, añadió.

Curro Romero y Rafael de Paula dialogando en una corrida donde compartieron cartel.

Trató de justificar tal afirmación (“los toreros somos de cada generación”), y añadió que Belmonte fue elegido como el mejor del siglo XX, en clara competencia con el rey, Joselito el Gallo. “José podía con todos los toros y nunca estuvo a merced de ninguno por muy complicado que fuera. Ahí está el talento del más grande. Y el mérito de don Juan fue competir con él”.

Momentos antes, se había opuesto tajantemente a que a la tauromaquia se le llame “fiesta nacional”. “La fiesta nacional es el 12 de octubre, el día de la Hispanidad y de la Virgen del Pilar; la corrida es un acontecimiento o una celebración, y no una fiesta, donde corre el vino, el cante y el baile…”.

El tiempo se acabó cuando el viejo maestro se sentía más a gusto. Antes de la ovación final, lo despidió Arturo Pérez-Reverte: “Oyéndolo hablar es como verlo torear; uno está esperando, esperando, y, de pronto, la magia…”.


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